Durante años se asumió que el cerebro llegaba a su forma adulta en torno a los 20 y tantos. Sin embargo, una investigación reciente publicada en Nature Communications demuestra que esa idea se queda corta. El seguimiento de miles de cerebros, desde recién nacidos hasta personas de 90 años, muestra que la estructura profunda de nuestras conexiones cambia siguiendo un patrón irregular, con cuatro grandes giros que reorganizan la forma en que el cerebro está conectado.
Estos giros marcan cinco etapas vitales que no coinciden del todo con las categorías habituales de infancia, adolescencia o envejecimiento.
La infancia: un periodo de expansión y ordenamiento silencioso
En los primeros años de vida, el cerebro crece con una intensidad que no volverá a repetirse. Millones de conexiones nuevas aparecen y desaparecen mientras las redes van ganando forma. En esta etapa, el estudio detecta que la organización global del cerebro se vuelve menos eficiente, pero lo que define esta fase es cómo las conexiones cercanas se fortalecen entre sí. Esto facilita que regiones vecinas actúen de manera coordinada mientras se consolidan las habilidades básicas.
A medida que los años avanzan hacia el inicio de la escuela primaria, este gran entramado empieza a estabilizarse. Los investigadores identificaron que hasta los 9 años el cerebro sigue un mismo rumbo estructural, sin cambios bruscos en su trayectoria general. Aquí la clave es el ordenamiento: las conexiones dejan de crecer sin límite y comienzan a seleccionarse las más útiles para el funcionamiento diario.
El primer gran giro aparece precisamente alrededor de los 9 años. A partir de ese momento, la dirección del desarrollo cambia y muchas métricas que venían disminuyendo comienzan a aumentar.
Esto sugiere que el salto hacia la siguiente etapa no ocurre al inicio de la pubertad, sino un poco antes. Según los autores, este punto marca el cierre de la infancia desde el punto de vista de la arquitectura cerebral.

Una adolescencia más larga de lo que creíamos
De los 9 a los 32 años, el cerebro entra en un periodo de refinamiento progresivo. Las redes se vuelven más eficientes, los caminos internos para transmitir información se acortan y distintas zonas trabajan con mayor coordinación. En esta etapa, el estudio señala que la comunicación global y local del cerebro mejora año tras año, lo que coincide con avances en funciones cognitivas cada vez más complejas.
Lo interesante es que esta “adolescencia estructural” dura mucho más de lo que solemos asumir. Las cifras del trabajo muestran que el gran desarrollo de la conectividad no termina en la veintena, sino pasada la treintena. La arquitectura del cerebro continúa afinándose mientras se estabilizan la personalidad, la toma de decisiones y la capacidad de procesamiento.
El segundo gran giro ocurre a los 32 años. A partir de aquí, tendencias que venían en aumento cambian de signo: la eficiencia global empieza a descender y la especialización de ciertas regiones comienza a aumentar.
El hallazgo revela que el cerebro sigue madurando hasta edades que antes no se consideraban parte del desarrollo, lo que modifica por completo la idea clásica de adultez temprana.
La adultez: estabilidad aparente, reorganización real
Entre los 32 y los 66 años predomina la estabilidad. El cerebro ya no avanza a la velocidad de etapas previas, pero sí mantiene cambios graduales que afectan su funcionamiento. La investigación muestra que, aunque la eficiencia global disminuye lentamente, las conexiones entre regiones vecinas se vuelven cada vez más consistentes, lo que sugiere una reorganización silenciosa pero constante.
Esta época está marcada por un equilibrio entre integración y especialización. Muchas funciones se mantienen estables porque las redes están bien asentadas, pero la arquitectura interna empieza a moverse en dirección a una mayor separación entre grupos de regiones.
Esto coincide con otras investigaciones que describen la mediana edad como una fase de mantenimiento, donde las capacidades se sostienen sobre una estructura que ya no crece, pero tampoco retrocede de forma brusca.
El tercer punto de giro llega a los 66 años. No implica un cambio tan abrupto en la dirección de las curvas, pero sí una modificación clara en la combinación de factores que explican la edad cerebral. Desde esta etapa, la tendencia general se orienta hacia una organización más fragmentada, lo que prepara el terreno para los cambios asociados al envejecimiento.

Envejecimiento temprano: señales de desgaste en las conexiones
Entre los 66 y los 83 años, las redes del cerebro mantienen su funcionamiento, pero empiezan a mostrar signos medibles de deterioro. La modularidad —la capacidad del cerebro para funcionar por grupos especializados— aumenta, pero la eficiencia global disminuye. En otras palabras, las conexiones largas pierden fuerza mientras algunas redes locales mantienen su actividad, lo que marca una reorganización progresiva.
Esto no significa una pérdida inmediata de capacidades, sino una transformación lenta. Las conexiones que antes sostenían la comunicación a gran escala comienzan a reducirse, mientras que los circuitos más próximos siguen conectando a buen ritmo. Este fenómeno coincide con lo que se conoce sobre el declive de la sustancia blanca en edades avanzadas, un proceso documentado desde hace décadas.
El estudio señala que el giro de los 66 años coincide con cambios habituales en la salud y el rendimiento cognitivo. A partir de ahí, las nuevas conexiones son menos frecuentes y las existentes se vuelven más selectivas.
La conclusión general es que las redes empiezan a reorganizarse bajo un patrón de pérdida gradual, propio del envejecimiento temprano.

Envejecimiento tardío: el cerebro delega en circuitos locales
Después de los 83 años, el estudio encuentra una fase final caracterizada por una dependencia creciente de circuitos locales. Muchas métricas que antes tenían una relación clara con la edad dejan de mostrar cambios significativos, salvo una: la centralidad local. En esta etapa, regiones concretas empiezan a sostener una mayor parte del esfuerzo cognitivo, mientras la conectividad global sigue reduciéndose.
Esto no ocurre de manera uniforme en todo el cerebro. El estudio identifica zonas específicas —como regiones occipitales y parietales— que adquieren mayor relevancia, lo que sugiere un cambio en la distribución de la carga funcional. La variación es menor que en etapas previas, pero suficiente para mostrar una reconfiguración marcada por la edad.
Los autores señalan que esta fase debe interpretarse con cautela debido al tamaño reducido de la muestra más anciana. Aun así, la tendencia general apunta a una disminución en la relación entre edad y estructura cerebral, como si el cerebro llegara a un punto donde los cambios ya no siguen un patrón tan claro.
Referencias
- Mousley, A., Bethlehem, R.A.I., Yeh, FC. et al. Topological turning points across the human lifespan. Nat Commun 16, 10055 (2025). doi: 10.1038/s41467-025-65974-8