Durante miles de años, una pequeña especie humana conocida como Homo floresiensis habitó una cueva en la isla de Flores, en Indonesia. Eran diminutos —apenas un metro de altura—, usaban herramientas de piedra y vivían rodeados de una fauna insólita, como elefantes en miniatura. Sin embargo, hace unos 60.000 años desaparecieron sin dejar rastro. Hasta ahora, la gran pregunta era: ¿qué les ocurrió realmente?
Una nueva investigación publicada en Communications Earth & Environment ha dado con una respuesta que cambia por completo el relato tradicional sobre la extinción de esta especie. Durante décadas se especuló con que la llegada de los humanos modernos, los Homo sapiens, había acabado con ellos. Pero los nuevos datos apuntan a una causa más silenciosa, y mucho más implacable: el clima.
Un mundo perdido en el corazón de Indonesia
Los restos de Homo floresiensis fueron descubiertos en 2003 en la cueva de Liang Bua, un lugar húmedo y pedregoso rodeado de selva. Allí, entre capas de ceniza volcánica y herramientas primitivas, emergió una historia fascinante: la de una especie humana que evolucionó en completo aislamiento, en una isla montañosa donde todo parecía más pequeño de lo normal. Incluso los elefantes.
Estos elefantes miniatura, conocidos como Stegodon florensis insularis, fueron durante milenios el principal recurso alimenticio de los hobbits. Su caza era fundamental para su supervivencia. Pero esta interdependencia también se convirtió en su condena.
Un equipo internacional de científicos ha reconstruido con precisión el clima de la isla durante los últimos 100.000 años, analizando la composición química de una estalagmita encontrada en la cueva vecina de Liang Luar. Esta estalagmita creció, capa a capa, justo durante el periodo crítico en que Homo floresiensis desapareció. Gracias a complejos análisis de isótopos de oxígeno y relaciones de magnesio y calcio, los investigadores lograron algo inédito: una reconstrucción estacional del régimen de lluvias en la isla.

El fin de las lluvias
Los resultados no dejan lugar a dudas. Entre hace 76.000 y 61.000 años, la isla de Flores sufrió una progresiva pero implacable sequía. Las lluvias anuales cayeron en picado, pasando de unos 1.560 mm a apenas 990 mm. Lo más dramático fue la caída del monzón de verano: las lluvias estivales se redujeron hasta en un 56 %, quedando en niveles tan bajos que los ríos dejaron de fluir durante meses. El Wae Racang, el principal río cercano a Liang Bua, comenzó a secarse de forma estacional.
Y con la sequía, llegó la crisis ecológica. El Stegodon, acostumbrado a beber grandes cantidades de agua como sus parientes actuales, comenzó a desaparecer. Los análisis de sus dientes fosilizados, hallados en las mismas capas que los restos de Homo floresiensis, muestran que estos animales dependían del agua del río. Cuando esta escaseó, también lo hizo su población.
Más del 90 % de los restos de estos elefantes enanos hallados en la cueva se concentran entre hace 76.000 y 62.000 años, justo antes del periodo más árido. Después, sus huellas desaparecen. Y con ellos, también se desvanecen los rastros de los hobbits.

Un éxodo forzado y un posible encuentro fatal
La sequía no solo acabó con la comida. También con el agua potable. Las condiciones en la cueva de Liang Bua se volvieron insostenibles. La vegetación retrocedió, los suelos se secaron, y lo que durante milenios había sido un refugio seguro se convirtió en una trampa mortal. No quedó más remedio que marcharse.
El éxodo de Homo floresiensis hacia zonas más húmedas de la isla debió ser el inicio de un último capítulo incierto. ¿Dónde fueron? ¿Sobrevivieron durante algunos siglos más en otro refugio desconocido? Lo que es seguro es que abandonaron la cueva antes de la llegada documentada de los humanos modernos a Flores, que se produjo hace unos 46.000 años. Pero si ambas especies coexistieron en otras zonas de la isla —algo todavía no demostrado—, el contacto podría haber añadido un nuevo estrés a la ecuación: competencia por agua, comida o incluso espacio.
El escenario es inquietante: un pueblo ya debilitado por el hambre y la sed, enfrentado a otros humanos más grandes, mejor adaptados, y que venían expandiéndose por todo el sudeste asiático con una tecnología más avanzada. No haría falta un conflicto violento para precipitar el desenlace. Bastaría con que los recursos fuesen insuficientes para todos.
Otro elemento aparece en la escena final: una erupción volcánica. Una gruesa capa de ceniza, datada en torno a hace 50.000 años, cubre los últimos restos de Stegodon y herramientas de piedra en la cueva de Liang Bua. Por encima de esa capa, ya no hay rastro de Homo floresiensis. Solo restos de humanos modernos.
Aunque no se puede afirmar con certeza, la coincidencia de esta erupción con el declive climático y ecológico plantea una posibilidad inquietante: que la catástrofe volcánica fuera el último golpe para una especie ya en peligro de extinción. Un evento súbito, sin escapatoria posible.

Una historia sobre el agua y la fragilidad
Este nuevo estudio no solo reescribe lo que creíamos saber sobre la desaparición de los hobbits indonesios. También nos recuerda lo frágiles que somos como especie cuando el clima cambia. En islas pequeñas, donde los ecosistemas son cerrados y los márgenes de supervivencia estrechos, una simple alteración en las lluvias puede desencadenar un colapso total.
Homo floresiensis sobrevivió durante decenas de milenios en un rincón remoto del planeta. Crearon herramientas, cazaron en grupo, adaptaron su cuerpo y su mente a un entorno extremo. Pero ni su ingenio ni su antigüedad les salvaron de un enemigo silencioso: la sequía.
Y, al final, su desaparición habla tanto de su mundo como del nuestro. Un mundo donde el agua decide el destino de las especies. También el nuestro.
Referencias
- Gagan, M.K., Ayliffe, L.K., Puspaningrum, M.R. et al. Onset of summer aridification and the decline of Homo floresiensis at Liang Bua 61,000 years ago. Commun Earth Environ 6, 992 (2025). DOI: 10.1038/s43247-025-02961-3