Reaparece el violín perdido de Albert Einstein: lo usó para pensar mejor mientras formulaba la teoría de la relatividad, estuvo oculto casi 100 años y ha sido subastado por más de un millón de euros

Uno de los violines más personales de Albert Einstein ha reaparecido casi un siglo después, revelando una historia tan humana como sorprendente.
El precio final superará el millón de libras una vez añadidas las comisiones de la subasta
El precio final superará el millón de libras una vez añadidas las comisiones de la subasta. Foto: Universidad de Cambridge/Wikimedia/Christian Pérez

Durante décadas, la figura de Albert Einstein ha sido representada casi exclusivamente entre pizarras y ecuaciones. Su rostro, de cejas espesas y cabellera desordenada, se ha convertido en sinónimo de genialidad científica. Sin embargo, hay una parte de su vida que permanecía en un segundo plano, casi olvidada: su íntima relación con la música y, más concretamente, con el violín. Lo que pocos esperaban es que uno de esos instrumentos, aparentemente extraviado, resurgiera con fuerza casi un siglo después, desatando no solo una puja millonaria, sino también una revisión emocional y cultural de la vida del físico más influyente del siglo XX.

Un violín entre ecuaciones

Albert Einstein no solo tocaba el violín: lo consideraba una parte esencial de su vida. Desde muy joven, la música fue un refugio personal y un espacio de pensamiento creativo. Su madre, pianista aficionada, lo introdujo en el mundo musical cuando apenas era un niño. A pesar de un inicio titubeante con el violín, fue el descubrimiento de Mozart lo que cambió por completo su relación con el instrumento. Desde entonces, el violín se convirtió en una prolongación de su personalidad, al punto que aseguraba que sus mejores ideas surgían no ante una hoja en blanco, sino mientras tocaba.

Uno de esos violines, fabricado en 1894 en Múnich, lo acompañó durante uno de los periodos más intensos de su carrera: los años en los que formuló la teoría de la relatividad y recibió el Premio Nobel. Se trataba de un instrumento sencillo, sin aspiraciones de virtuosismo, pero con un enorme valor simbólico. Fue su compañero silencioso en momentos clave, su alivio mental tras sesiones de cálculo extenuantes, y el vehículo a través del cual canalizaba emociones que no siempre podía expresar con palabras.

El rastro del instrumento

La historia del violín se difuminó durante décadas. En 1932, ante el creciente antisemitismo en Alemania, Einstein decidió abandonar el país. Antes de partir, entregó varios objetos personales a un amigo cercano y colega científico, Max von Laue, también laureado con el Nobel. Entre ellos estaban su primer violín, una bicicleta y un libro de filosofía. Ese gesto aparentemente anecdótico marcó el inicio de una cadena de custodios que mantuvieron el instrumento alejado de los focos, como si fuera un tesoro familiar sin explotar.

Einstein, concentrado, interpreta una pieza con su violín en 1927, en una de las pocas imágenes que muestran su faceta más íntima
Einstein, concentrado, interpreta una pieza con su violín en 1927, en una de las pocas imágenes que muestran su faceta más íntima. Foto: Wikimedia

Veinte años más tarde, von Laue regaló estos objetos a Margarete Hommrich, una amiga y admiradora de Einstein. Fue su descendencia la que, ya en pleno siglo XXI, decidió sacar el violín del anonimato y ponerlo en manos de expertos. Lo que siguió fue una investigación meticulosa que involucró no solo documentación y análisis físicos, sino también conexiones personales, recuerdos familiares y conocimientos en musicología histórica.

La tarea de autenticar el violín recayó en el Dr. Paul Wingfield, compositor y especialista en música del Trinity College de Cambridge. Su implicación fue, cuanto menos, inesperada. Tras asistir a una función de su obra Einstein’s Violin, estrenada en Londres en 2025, recibió un mensaje inusual de un representante de una casa de subastas británica. Le pedían ayuda para verificar si un instrumento supuestamente perteneciente a Einstein era auténtico. Lo que parecía una historia sacada del teatro se convirtió en una investigación de 18 meses que combinaría rigor académico con una sensibilidad casi detectivesca.

El proceso no se basó únicamente en marcas visibles o historias orales. Wingfield comparó dimensiones, materiales, documentación aduanera, y hasta llegó a examinar la escritura juvenil de Einstein. Entre los detalles más reveladores se encontró una inscripción grabada en el propio violín: “Lina”, el nombre que Einstein solía dar con cariño a todos sus violines, una versión afectuosa de “Violina”.

Una subasta histórica

El 8 de octubre de 2025, el violín fue finalmente subastado en Gloucestershire por Dominic Winter Auctioneers. La estimación inicial rondaba las 300.000 libras, pero la puja se disparó rápidamente. En solo diez minutos, el precio alcanzó las 860.000 libras. Con la comisión incluida, la cifra final superó el millón de libras, es decir, más de 1,15 millones de euros. Esto convirtió al violín en uno de los más caros jamás vendidos que no perteneció a un concertista profesional ni fue fabricado por un luthier célebre como Stradivari.

Junto al instrumento también se subastaron el libro de filosofía y la bicicleta, aunque esta última no encontró comprador. El libro, en cambio, alcanzó los 2.200 euros. Cada objeto formaba parte de ese pequeño legado que Einstein confió a su amigo von Laue antes de su exilio, como si quisiera asegurarse de que una parte suya —la más humana y sensible— quedara a salvo de la tormenta política que se avecinaba.

El violín de 1894, que Einstein utilizó mientras desarrollaba sus teorías de la relatividad, triplicó su valor estimado inicial, fijado entre 200.000 y 300.000 libras
El violín de 1894, que Einstein utilizó mientras desarrollaba sus teorías de la relatividad, triplicó su valor estimado inicial, fijado entre 200.000 y 300.000 libras. Fotos: Universidad de Cambridge/Christian Pérez

La música como parte del genio

La historia de este violín no solo nos habla del objeto en sí, sino de lo que representaba para Einstein. Tocaba música a diario, en casa o con amigos, en cuartetos de cuerda o en conciertos benéficos. Jamás aspiró a ser un virtuoso, pero encontraba en las melodías una lógica que le ayudaba a ordenar el caos del mundo. Le fascinaba la estructura matemática de Mozart, la profundidad espiritual de Bach y la precisión emotiva de Schubert.

Cuando los dedos comenzaron a fallarle con la edad, dejó el violín y se refugió en el piano. Incluso entonces, la música seguía ocupando un lugar central en su vida. Escuchaba grabaciones con frecuencia y era capaz de emocionarse con piezas que en su juventud había considerado demasiado intensas. La música, en definitiva, fue su otro idioma, uno que le permitía pensar, sentir y conectar con los demás más allá del lenguaje formal de la ciencia.

Un legado más allá de la física

La reciente subasta de su violín no solo ha devuelto al mundo una pieza perdida del pasado, sino que ha iluminado un aspecto poco conocido de Einstein. Su humanidad, su sensibilidad artística y su necesidad de encontrar belleza en todo lo que hacía. Porque si bien su legado científico cambió la forma en que entendemos el tiempo y el espacio, su legado humano nos recuerda que incluso los genios necesitan melodías para seguir creando.

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