Finanzas templarias: impuestos, excedentes y el nacimiento de su banca

La riqueza de los caballeros templarios se incrementó por sus actividades comerciales, financieras, etc. La necesidad de gestionar todo ese movimiento monetario los convirtió en unos auténticos agentes bancarios de la Edad Media.
pintura anónima del siglo XII. Obra de autor desconocido
Cruzadas, pintura anónima del siglo XII. Obra de autor desconocido. Fuente: Wikimedia Commons.

Desde el momento de su fundación en el siglo xii, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, nombre oficial de estos milites Christi o soldados de Cristo, presentó unas peculiaridades características que la diferenciaron del resto de órdenes religiosas nacidas en la misma época. Surgieron en el contexto de las Cruzadas para defender a los reinos cristianos fundados en Tierra Santa y proteger a los peregrinos que desde Europa pretendían alcanzar Jerusalén. Pero los templarios, constituidos en una poderosa milicia con importantes intereses económicos repartidos entre el continente europeo y Oriente, fueron mucho más que simples monjes-guerreros.

Primeros donativos

En enero de 1120, la nobleza y la jerarquía eclesiástica del reino de Jerusalén, convocadas en la ciudad de Nablús por Balduino II, decidieron conceder a los templarios rentas y tierras para contribuir a su mantenimiento.

Gracias a esas primeras donaciones, la milicia, fundada apenas un año antes, 1119, por Hugo de Payns, vio crecer su patrimonio rápidamente, al mismo tiempo que aumentaba su prestigio entre las clases dirigentes de los reinos cristianos en Tierra Santa.

Elegido Gran Maestre de la Orden, en 1127 Hugo de Payns partió hacia Europa acompañado por un pequeño séquito formado por ocho de sus caballeros. La delegación se había planteado como objetivos conseguir el reconocimiento por parte del papa, el otorgamiento de una regla por la que regirse, recaudar los fondos necesarios para cumplir sus misiones en Tierra Santa y el reclutamiento de nuevos miembros para aumentar sus efectivos militares. Los buenos contactos que Hugo de Payns mantenía con la nobleza europea, y en especial con la de origen franco, hicieron que su gira se convirtiera en todo un éxito, superando las expectativas planteadas antes de su partida. La delegación presidida por el Gran Maestre recibió cuantiosas donaciones y valiosos regalos mientras difundía su mensaje, al mismo tiempo que numerosos caballeros decidían dejarlo todo para unirse a la milicia.

En la Tercera Cruzada, el 13 de julio de 1191, es conquistada del poder musulmán San Juan de Acre. Arriba, en la imagen, escena de la entrada a la ciudad de Acre de Felipe Augusto II de Francia y el rey inglés Ricardo Corazón de León.
En la Tercera Cruzada, el 13 de julio de 1191, es conquistada del poder musulmán San Juan de Acre. Arriba, en la imagen, escena de la entrada a la ciudad de Acre de Felipe Augusto II de Francia y el rey inglés Ricardo Corazón de León. ASC.

El influyente monje francés Bernardo de Claraval, en su obra De laude novae militiae (Elogio de la nueva milicia), usó su mejor elocuencia para exponer las virtudes que adornaban a los caballeros templarios, argumentos que acabaron convenciendo a aquellos sectores que en el seno de la Iglesia se habían mostrado más críticos con la Orden. Con el camino allanado, los templarios adoptaron en su organización las normas de la regla cisterciense, al mismo tiempo que se generaba hacia la nueva orden de monjes-guerreros una corriente de interés y simpatía por toda Europa.

Apoyo a la causa

A partir de entonces, cientos de caballeros mostraron su deseo de unirse a las filas templarias. A los que no querían profesar los votos de pobreza, obediencia y castidad establecidos por la regla de la Orden, se les brindó la oportunidad de acompañarles combatiendo como cruzados. Aquellos que por circunstancias personales no podían acudir en persona a defender Tierra Santa con las armas, se sintieron obligados a contribuir al esfuerzo bélico con donaciones de bienes y dinero. De esta forma, en pocos años aparecieron numerosas encomiendas o casas templarias repartidas por toda Europa, que como centros administrativos, militares y religiosos gestionaban el enorme patrimonio que empezó a acumular la Orden del Temple.

Además de las donaciones, los templarios obtuvieron toda una serie de privilegios otorgados por las bulas Omne datum optimum de 1139, Milites Templi en 1144, y Militia Dei, promulgada al año siguiente. En ellas se reconoció a la Orden su autonomía plena frente a los obispos, estando sometida directamente a la autoridad del papa. Al mismo tiempo, se les concedió el derecho a recaudar el dinero de las limosnas de las iglesias. También se les concedieron competencias para construir templos y castillos propios, sin necesidad de solicitar permisos a las autoridades civiles o eclesiásticas. Todas estas prebendas, unidas a las generosas aportaciones de los fieles, otorgaron a los templarios una independencia y un poder económico sin precedentes en la Europa de la Edad Media.

Se cargan impuestos

Desde un primer momento las encomiendas jugaron un importante papel en la financiación de la Orden, proporcionando los recursos necesarios para mantener a los templarios que combatían en Tierra Santa o en la Reconquista en la península ibérica. Cumpliendo con esa función, debían entregar sus excedentes de producción agrícola, o una parte de las rentas obtenidas con su explotación, a disposición del Gran Maestre para que este dispusiera su distribución entre los monjes-guerreros que luchaban en primera línea. De esta forma se remitían a Oriente Medio armas, caballos y víveres, aunque cada vez se hizo más frecuente el envío de remesas de dinero, fruto de beneficiosas transacciones comerciales obtenidas con los productos de sus propiedades. La reunión de estas cantidades, su transporte, custodia y expedición hacia Tierra Santa, convirtieron a las encomiendas en una red de sucursales financieras que funcionaban de forma parecida a como lo hacen las de un banco de nuestros días, brindado a todos aquellos que confiaban en sus servicios una seguridad y eficacia que en aquel entonces nadie más podía ofrecer.

De esta manera, los templarios se convirtieron en poco tiempo en los depositarios del dinero, joyas y metales preciosos de muchos cruzados acaudalados que viajaban a Tierra Santa y que antes de emprender su aventura querían dejar sus riquezas a buen recaudo, confiando en la honradez demostrada por los monjes guerreros. Siguiendo su ejemplo, monarcas, príncipes de la Iglesia y nobles adinerados, sin olvidar a comerciantes y mercaderes que querían viajar por los peligrosos caminos de la Edad Media sin correr riesgos, decidieron dejar sus tesoros en manos de los caballeros de la cruz.

Bernardo de Claraval, abad de la orden del Císter, fue el encargado de redactar las reglas de los caballeros del Temple. Arriba, una imagen del fraile.
Bernardo de Claraval, abad de la orden del Císter, fue el encargado de redactar las reglas de los caballeros del Temple. Arriba, una imagen del fraile. ASC.

Se ofrecen hipotecas

Además de custodiar las grandes sumas de dinero depositadas en sus encomiendas, los templarios se introdujeron en una nueva actividad financiera derivada de la primera, concediendo préstamos a cambio de garantías hipotecarias que podían pasar a ser propiedad de la Orden en caso de que finalmente no fuera satisfecho el importe del crédito. Convertidos en auténticos banqueros, los templarios se dedicaron a financiar las grandes empresas llevadas a cabo por papas, reyes y nobles, servicios que fueron recompensados con nuevas y abundantes donaciones.

La dirección de este imperio comercial y bancario se hacía desde la encomienda de París, sede central que gestionaba todos los fondos de la Orden. Para hacernos una idea del enorme volumen de capital que llegaron a manejar los templarios nos puede servir como ejemplo el caso de Felipe Augusto II, rey de Francia, que antes de unirse a la Tercera Cruzada entregó al responsable de la encomienda parisina la llave de la cámara donde se guardaba el tesoro real. En su testamento, el monarca incluyó una cláusula por la que entregaba a los templarios dos mil marcos de plata para cubrir sus necesidades en Tierra Santa, además de otros ciento cincuenta mil para equipar y mantener a trescientos caballeros de la Orden. Los recaudadores de las rentas obtenidas por el papado en las diversas naciones que componían la cristiandad también recurrieron a los buenos servicios de los templarios a la hora de remitir el dinero cobrado. Efectuadas las colectas se transferían mediante la emisión de órdenes de pago dentro de la propia red financiera de la Orden, sin necesidad de mover físicamente el dinero. En ocasiones era imprescindible el traslado de los fondos, sobre todo en transacciones entre Europa y Tierra Santa, recurriéndose en estos casos a los servicios de escolta proporcionados por los templarios.

De entidad financiera a multinacional

La combinación de las donaciones de los fieles, la generación de sus propios recursos y los beneficios obtenidos de sus transacciones financieras convirtió a la Orden del Temple en una auténtica multinacional que llegó a controlar los intercambios comerciales entre Europa Occidental y Oriente Medio. Su imperio empresarial abarcaba ya un gran número de actividades económicas, desde el fomento de la colonización agrícola hasta las operaciones bancarias, sin olvidar una flota propia de barcos con la que realizaban intercambios comerciales entre los puertos del Mediterráneo. Esta enorme riqueza, además de generar recelos y envidias, contradecía el voto de supuesta pobreza que debían cumplir los templarios, reflejado en el sello más difundido de la Orden en el que aparecían representados dos monjes-guerreros compartiendo el mismo caballo.

La caída de San Juan de Acre, en 1291, supuso el final de los reinos cristianos en Tierra Santa. Como consecuencia de esta derrota, la Orden templaria perdió la razón de ser que había inspirado su fundación, que no era otra sino la defensa de los reinos cristianos en Tierra Santa. Sin embargo, esta circunstancia no supuso ni mucho menos su desaparición. A partir de entonces, los templarios se concentraron en desarrollar sus actividades en Europa como banqueros y en prestar su colaboración en otros frentes donde se luchaba contra los infieles, como era el caso de la Reconquista que se desarrollaba en territorio hispano.

Gestión de la riqueza

Tras el final de la gira europea emprendida por Hugo de Payns, llegó el momento de organizar y gestionar los cuantiosos bienes amasados por la Orden. Antes de regresar a Jerusalén, el Gran Maestre ordenó a Hugo de Rigaud, un templario de origen francés, que se hiciese cargo del gobierno de las encomiendas situadas en la península. Desde ese momento, el territorio fronterizo que separaba los reinos cristianos de los musulmanes se convirtió en su principal campo de actuación, encomendándose a estos monjes-guerreros la defensa de los territorios reconquistados, misión que compartieron con los hospitalarios. Para cumplir este cometido se les hizo entrega de fortalezas y tierras con la esperanza de que fueran repobladas por cristianos atraídos por la seguridad que ofrecía la presencia de los caballeros.

La primera posesión templaria de la que se tiene constancia documental en los reinos cristianos de la península ibérica data del 19 de marzo de 1128, diez meses antes de la celebración del concilio de Troyes. En esa fecha, la reina Teresa de Portugal entregó el castillo de Soure con todos sus bienes y rentas al caballero templario Raimundo Bernardo. Esta donación puede servirnos para determinar cuando se inició el periodo de expansión de la Orden militar en la península ibérica.

El área de mayor número de encomiendas controladas por la Orden en Europa se encontraba al norte de Francia. Las rutas marcadas por peregrinaciones a los Santos Lugares son campo de influencia templaria.
El área de mayor número de encomiendas controladas por la Orden en Europa se encontraba al norte de Francia. Las rutas marcadas por peregrinaciones a los Santos Lugares son campo de influencia templaria. ASC.

Buena acogida catalana

La presencia de los templarios en Cataluña se remonta a los primeros tiempos tras la fundación de la Orden. Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, les concedió el castillo de Grañena y él mismo no dudó en tomar en el mes de julio de 1131 los hábitos de la milicia formada por monjes-guerreros. Sin embargo, su época de mayor expansión en Cataluña se produjo durante el reinado de Ramon Berenguer IV de Barcelona. Su influencia en Aragón también fue en aumento hasta llegar a los extremos derivados del contenido del testamento de Alfonso I el Batallador. A la muerte del monarca, la Orden del Temple, junto con la del Hospital y el Santo Sepulcro, se convirtieron en herederas del reino. La decisión real causó gran sorpresa, además de presentar un grave problema dinástico. La penetración del Temple en Aragón se remonta a la fundación de las primeras encomiendas en el norte del reino, alcanzando su etapa de florecimiento cuando en 1196 Alfonso II el Casto entregó a los templarios el castillo de Alfambra, en la actual provincia de Teruel, fortaleza que en su día había pertenecido a la efímera Orden de Monte Gaudio.

En el caso de Castilla y León, su penetración fue más tardía. En el mes de noviembre de 1146, Alfonso VII donó a la Orden la población de Villaseca, siendo entregada al maestre Pedro de la Roera y al caballero Melendo. El monarca también entregó posteriormente a los caballeros los dominios del Campo de Calatrava. Durante la reconquista emprendida por el reino castellano fue destacada la participación de los templarios en la toma de Cuenca en 1176 y en la de Sevilla en 1248.

También se produjo un flujo de estos monjesguerreros desde la península ibérica a Palestina. La valiosa experiencia militar que habían adquirido en los campos de batalla peninsulares fue muy útil en el escenario bélico de Tierra Santa. Así, caballeros del Temple originarios de los diferentes reinos hispanos, y otros de procedencia europea, curtidos en la Reconquista, participaron en la defensa de los feudos cristianos en Oriente Medio. Posiblemente, uno de los casos más destacados es el del caballero Arnaldo, noble aragonés que después de profesar los votos de la Orden y participar en la Reconquista viajó hasta Tierra Santa, convirtiéndose en 1180 en el noveno Gran Maestre de los templarios.

Exceso de poder

A la hora de determinar el número exacto de encomiendas que gestionaron los templarios, los datos son incompletos. La falta de información o el exceso de imaginación de algunos autores han elevado su cantidad hasta cifras exageradas. En algunas ocasiones, lo que era una pequeña parcela con unas vides se ha elevado a la categoría de suntuosa encomienda. En este sentido, conviene manejar con reservas los testimonios aportados por las crónicas de la época. A mediados del siglo xiii, el cronista inglés Mathieu Paris escribió, «(…) los templarios tienen nueve mil mansiones en la cristiandad (…) además de los pagos y rentas diversas que cobran de sus hermanos». Teniendo en cuenta valoraciones más realistas, se calcula que en territorio inglés había unas cuarenta encomiendas en el momento de la disolución de la Orden. En Aragón y Cataluña se calcula que llegó a haber treinta y dos, mientras que en toda Francia superaron las mil posesiones templarias.

En lo que se refiere a determinar el número total de templarios, nos enfrentamos al mismo problema que con las encomiendas, pero se estima que a principios del siglo xiv la Orden contaba con aproximadamente quince mil caballeros. Estas cifras nos pueden dar una idea de las dimensiones y complejidad de su estructura y de la importancia que ocuparon en la Europa de la Edad Media. El enorme poder que llegó a tener la Orden y las difíciles circunstancias políticas y económicas por las que atravesaba Felipe el Hermoso en Francia prepararon el camino de su dramática desaparición con la connivencia del papa Clemente V.

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