Cuando hablamos de amenazas globales, solemos pensar en guerras, pandemias o crisis energéticas. Pero lo que ahora mantiene en vilo a Islandia, y empieza a despertar alarma en otras naciones del norte de Europa, es un fenómeno invisible, lento pero potencialmente devastador: el posible colapso de una de las corrientes oceánicas más importantes del planeta.
Se trata de la Circulación de vuelco meridional del Atlántico, más conocida como AMOC por sus siglas en inglés. Esta gigantesca cinta transportadora submarina mueve aguas cálidas desde el trópico hasta el norte del Atlántico, regulando el clima de buena parte del hemisferio norte. Su colapso, según advierten ya no solo científicos sino gobiernos, podría tener efectos comparables a los de una nueva era glacial en Europa y provocar un desajuste climático global con consecuencias impredecibles.
Islandia, país que se encuentra en el corazón de este sistema oceánico, ha sido el primero en declarar este riesgo como una amenaza directa a su seguridad nacional, tal y como ha informado Reuters. Un paso inédito que marca un antes y un después en la manera en que los Estados abordan el cambio climático: ya no como un fenómeno ambiental lejano, sino como un peligro estratégico que puede afectar la estabilidad interna, la economía y la supervivencia misma.
Una corriente que mantiene el equilibrio del planeta
Para entender la magnitud de la amenaza, es necesario visualizar cómo funciona la AMOC. Este sistema es una corriente oceánica de gran escala que actúa como una enorme cinta transportadora, llevando aguas cálidas desde el Caribe hacia el norte del Atlántico. Al llegar a latitudes más frías, estas aguas se enfrían, se vuelven más densas y se hunden, regresando hacia el sur a través de capas profundas del océano.
Este proceso es fundamental para suavizar los inviernos europeos y estabilizar los patrones climáticos globales. Pero su fragilidad es mayor de lo que se creía. El derretimiento acelerado del hielo en Groenlandia y el Ártico está inyectando grandes volúmenes de agua dulce y fría al Atlántico Norte, interfiriendo en la formación de esas aguas profundas y, por tanto, en el mecanismo de renovación que mantiene viva la AMOC.
Distintos estudios han detectado señales claras de debilitamiento desde al menos la década de 1970. Algunos modelos proyectan que, si las emisiones continúan al ritmo actual, el sistema podría colapsar por completo entre 2035 y 2100. Aunque el margen de incertidumbre es amplio, el consenso entre los expertos es que el punto de no retorno podría estar mucho más cerca de lo esperado.

De la ciencia al gabinete de crisis
En octubre, una cumbre científica celebrada en Reikiavik reunió a más de 60 especialistas para evaluar no solo la probabilidad del colapso, sino sus consecuencias reales sobre las sociedades humanas. El resultado ha sido contundente: el impacto sería tan profundo que afectaría desde el comercio global hasta la producción de alimentos, el abastecimiento energético y la cohesión social.
Islandia ha decidido no esperar más. Por primera vez, un fenómeno natural ha sido formalmente incluido en la agenda del Consejo Nacional de Seguridad. Esto permite que todos los ministerios del país actúen de forma coordinada y que se activen planes de emergencia que hasta ahora solo se reservaban para catástrofes volcánicas, terremotos o amenazas militares.
Entre las medidas que ya están siendo evaluadas se encuentran la creación de reservas estratégicas de alimentos y combustible, la modernización de infraestructuras clave, y el refuerzo de capacidades logísticas ante fenómenos extremos como tormentas, heladas prolongadas o bloqueos en las rutas marítimas. El gobierno también está financiando nuevas investigaciones para detectar señales tempranas de un posible colapso de la AMOC y cómo responder con rapidez.

Efectos globales: mucho más que un problema europeo
Si la AMOC se detiene, el panorama en Europa sería dramático. Según los expertos, se producirían inviernos mucho más fríos, tormentas extremas, menor productividad agrícola y una alteración en los ecosistemas marinos que afectaría gravemente a la pesca. Pero los efectos no se quedarían en el hemisferio norte. Este sistema oceánico es clave para mantener el equilibrio térmico del planeta.
Su colapso podría desencadenar una reconfiguración de las lluvias monzónicas en África, América del Sur y el sur de Asia. En países que ya viven al límite de la seguridad hídrica, cualquier variación en los patrones de lluvias puede derivar en sequías, inseguridad alimentaria, migraciones masivas y conflictos por el agua.
En el hemisferio sur, el cambio también se haría notar. Estudios recientes sugieren que un Atlántico sin su sistema de retorno aceleraría el calentamiento en la Antártida, favoreciendo el retroceso de los glaciares y elevando aún más el nivel del mar. En otras palabras, lo que ocurra en las profundidades del océano frente a Islandia podría terminar inundando las costas de todo el planeta.
Pese a la creciente evidencia, la reacción internacional ha sido desigual. Mientras algunos países como Noruega, Irlanda o el Reino Unido han empezado a financiar estudios para entender mejor la situación, otros siguen considerando improbable un colapso en este siglo. Pero las voces científicas más respetadas insisten en que no actuar por falta de certeza sería un error fatal.
Recordar que, el pasado año y en una carta abierta dirigida al Consejo Nórdico de Ministros, 44 destacados científicos, liderados por el climatólogo Michael Mann de la Universidad de Pensilvania, advirtieron que el colapso de la Circulación de Retorno del Atlántico Norte (AMOC, por sus siglas en inglés) podría estar mucho más cerca de lo que se había estimado.
De hecho, los expertos señalan que el debilitamiento de la AMOC no es una predicción lejana, sino un proceso que ya está en marcha. Aunque aún no se puede saber con exactitud cuándo se producirá un colapso total, cada año que pasa sin frenar el calentamiento global nos acerca peligrosamente a ese abismo.
Islandia ha decidido ser el primero en sonar la alarma, pero la pregunta es cuántos países seguirán su ejemplo antes de que sea demasiado tarde. En un mundo cada vez más interconectado, las corrientes del océano no respetan fronteras, y sus consecuencias tampoco lo harán.