Descubren los huevos de cocodrilo más antiguos de la región fósil de Tingamarra y revelan cómo se reproducían estos depredadores extintos hace 55 millones de años

Fragmentos de cáscara encontrados en un antiguo lago revelan cómo se reproducían unos cocodrilos extinguidos hace más de 50 millones de años.
El estudio ofrece la primera evidencia directa sobre cómo se reproducían estos cocodrilos.
El estudio ofrece la primera evidencia directa sobre cómo se reproducían estos cocodrilos. Representación con IA. Fuente: Sora / Edgary Rodríguez R.

En un rincón aparentemente común del sureste de Queensland, bajo capas de arcilla endurecida, apareció un descubrimiento que llevaba décadas esperando una explicación: diminutos fragmentos de cáscara pertenecientes a un cocodrilo que ya no existe. El estudio, publicado en Journal of Vertebrate Paleontology, aclara finalmente qué eran esos restos y por qué importan tanto. Estos fragmentos representan las cáscaras de cocodrilo más antiguas jamás encontradas en Australia, una pieza clave para entender la vida de los mekosuchinos, un linaje extinto de cocodrilos que habitó el continente durante millones de años.

El hallazgo proviene del yacimiento de Tingamarra, un antiguo entorno lacustre del Eoceno inferior. Allí convivían serpientes gigantes, los lagartos más grandes del registro australiano y marsupiales depredadores que hoy parecen irreales en comparación con la fauna actual. En medio de ese ecosistema diverso, los mekosuchinos ocupaban roles ecológicos tan variados que sorprendieron incluso a los paleontólogos que más tiempo llevan estudiándolos. Para estos especialistas, cada fragmento de cáscara aporta información sobre cómo se organizaba la vida en un continente que aún no era isla.

El equipo liderado por Xavier Panadès i Blas analizó la microestructura de los fragmentos y determinó que pertenecen a un tipo de cáscara nunca antes descrito. Forman parte de un nuevo oolito —el equivalente paleontológico a un “tipo” de huevo— que en el estudio se atribuye de manera razonada a especies del género Kambara, los únicos cocodrilos presentes en el yacimiento. El hallazgo ofrece la primera ventana directa a la reproducción de estos depredadores extinguidos, un área que hasta ahora solo se conocía a través de sus huesos.

El material proviene del yacimiento de Tingamarra, un antiguo lago del Eoceno inferior.
El material proviene del yacimiento de Tingamarra, un antiguo lago del Eoceno inferior. Representación. Fuente: Sora / Edgary Rodríguez R.

Los mekosuchinos, los cocodrilos que ya no conocemos

Los mekosuchinos dominaron muchos ecosistemas australianos durante gran parte del Cenozoico, pero a diferencia de los cocodrilos de hoy, no todos vivían pegados al agua. Los fósiles posteriores muestran que algunos eran cazadores más terrestres de lo que se pensaba, adaptados a bosques densos y ambientes cambiantes. Los mekosuchinos ocuparon nichos que hoy no asociamos a los cocodrilos modernos, lo que hace que cada descubrimiento sobre ellos añada una pieza inesperada al rompecabezas.

El estudio sitúa estos animales en un paisaje muy distinto del actual. En el Eoceno, Australia seguía unida a la Antártida y Sudamérica, y el clima era cálido y húmedo, con bosques que rodeaban cuerpos de agua llenos de vida.

Allí, los mekosuchinos convivían con animales que hoy parecen imposibles de imaginar en el país: marsupiales carnívoros de aspecto felino, enormes tortugas de caparazón blando y aves que representan los primeros pasos evolutivos de los actuales pájaros cantores. La diversidad del entorno sugiere que estos cocodrilos se enfrentaban a desafíos muy distintos a los de sus equivalentes actuales, lo que pudo influir en sus estrategias reproductivas.

Los fragmentos de cáscara hallados permiten comprender mejor ese escenario. Su presencia en la orilla de un antiguo lago indica que los mekosuchinos probablemente anidaban cerca del agua, como muchos cocodrilos modernos. Sin embargo, la estructura de la cáscara es distinta a la de cualquier huevo de cocodrilomorfo conocido. Esta diferencia apunta a una evolución independiente de los mekosuchinos dentro de Australia, un aislamiento que favoreció características únicas.

Unos fragmentos diminutos con información enorme

El equipo examinó las cáscaras con microscopios ópticos y electrónicos para estudiar su estructura interna, una técnica habitual en paleontología que permite identificar patrones de mineralización. Los análisis demostraron que el material pertenece a un tipo de huevo completamente nuevo, lo que llevó a definir un nuevo oolito dentro del registro fósil australiano. Esta microestructura, más allá de identificar al responsable, también aporta información sobre el entorno en el que se formaron.

Estos fragmentos provienen de la llamada “capa púrpura” del yacimiento de Tingamarra, una zona cuyos sedimentos se acumularon en un antiguo lago. Esa ubicación, junto con el estado de conservación, sugiere que los huevos se depositaron cerca de la orilla y quedaron mezclados con el barro del lugar.

El contexto tafonómico indica que el entorno experimentó cambios ambientales significativos, algo que los mekosuchinos habrían tenido que enfrentar a lo largo de generaciones.

Una de las conclusiones más interesantes del estudio es que, aunque parezcan restos insignificantes, estas cáscaras ayudan a reconstruir comportamientos que no se conservan en huesos. En paleontología, los huevos pueden revelar datos sobre la temperatura de incubación, los materiales utilizados en el nido o incluso la calidad química del entorno. Cada fragmento contribuye a entender cómo se reproducían estos animales y cómo respondían a un ambiente que no dejaba de transformarse.

La microestructura de la cáscara muestra un tipo de huevo nunca antes descrito en crocodílidos.
El hallazgo completa un vacío en el registro reproductivo de los cocodrilos extintos de Australia. Representación con IA. Fuente: Sora / ERR.

Un yacimiento que sigue dando sorpresas

El yacimiento de Murgon, del que procede el material, se descubrió en los años ochenta gracias a un conjunto de investigadores que literalmente llamaron a la puerta de una familia local para pedir permiso y excavar su terreno. Desde entonces, se ha convertido en una de las localidades fósiles más importantes del país. Tingamarra es una ventana excepcional al primer capítulo del Cenozoico australiano, un periodo del que existen muy pocos registros.

En este lugar se han encontrado desde reptiles gigantes hasta los primeros ancestros de los songbirds, un tipo de ave que hoy domina casi todos los ecosistemas del planeta. Este entorno único permite comprender cómo era el continente antes de quedar aislado y cómo evolucionaron sus especies en condiciones particulares. Para los investigadores, cada campaña de excavación puede traer descubrimientos que completen una línea evolutiva o revelen comportamientos antes desconocidos.

El hallazgo de las cáscaras confirma esa tendencia. Su estudio completa un vacío que existía en el registro reproductivo de los mekosuchinos, un grupo sobre el que se sabía mucho por su esqueleto pero muy poco por su biología íntima. Ahora, la reproducción de estos cocodrilos empieza a entenderse con más precisión, algo que los investigadores consideran fundamental para reconstruir su historia natural.

Lo que estos huevos cuentan del pasado australiano

La anatomía de los mekosuchinos ya había sorprendido a paleontólogos desde hace décadas: mandíbulas robustas, dentición peculiar y adaptaciones que no coinciden con los cocodrilos actuales. Pero hasta ahora faltaba el componente reproductivo. Las nuevas cáscaras ofrecen una pieza de información que los huesos por sí solos no podían proporcionar, permitiendo reconstruir cómo vivían y cómo criaban.

Una idea que surge del estudio es que estos animales pudieron ajustar su reproducción a los cambios ambientales. A medida que Australia se fue volviendo más árida con el paso de los millones de años, los mekosuchinos perdieron parte de sus hábitats interiores y quedaron más restringidos a cuerpos de agua cada vez más reducidos.

Aunque ese proceso corresponde a épocas posteriores al Eoceno, conocer su reproducción en un periodo temprano permite ver cómo podría haber comenzado esa transición ecológica.

El entorno boscoso que rodeaba el lago de Murgon también aporta información valiosa. Allí vivían anfibios muy antiguos, serpientes, pequeños mamíferos con vínculos evolutivos sudamericanos y hasta algunos de los primeros murciélagos conocidos. La presencia de estos huevos en ese escenario confirma que los mekosuchinos estaban bien integrados en un ecosistema diverso, en el que cumplían un papel clave como depredadores.

El estudio ofrece la primera evidencia directa sobre cómo se reproducían estos cocodrilos.
El estudio ofrece la primera evidencia directa sobre cómo se reproducían estos cocodrilos. Representación con IA. Fuente: Sora.

Un estudio que abre nuevas líneas de investigación

El trabajo no solo identifica las cáscaras y describe su estructura, sino que también establece la necesidad de estudiar más sistemáticamente el material oológico —fragmentos de huevo, nidos y otros restos— en sitios fósiles australianos. El estudio sostiene que los huevos deben formar parte habitual de las investigaciones paleontológicas, al mismo nivel que los huesos o los dientes. Esta idea puede cambiar cómo se registran y analizan muchos hallazgos futuros.

Los investigadores destacan que el análisis detallado de estos restos puede revelar cómo se adaptaron los animales a cambios climáticos, variaciones del nivel del agua o modificaciones en la vegetación.

En el caso de los mekosuchinos, todas estas pistas ayudarán a esclarecer por qué prosperaron durante millones de años y cómo finalmente desaparecieron. La historia de sus huevos podría ser una clave para entender ese proceso.

Aunque estos fragmentos representan una parte muy pequeña del ecosistema del Eoceno, su valor científico es enorme. El hallazgo demuestra que incluso los restos más discretos pueden ofrecer información decisiva sobre la vida prehistórica, especialmente en un continente con un registro fósil tan fragmentado como Australia. Con nuevas excavaciones y un enfoque que incluya más material oológico, los especialistas esperan que la historia de los mekosuchinos siga ampliándose.

Referencias

  • Panadès I Blas, X., Galobart, À., Archer, M., Stein, M., Hand, S., & Sellés, A. (2025). Australia’s oldest crocodylian eggshell: insights into the reproductive paleoecology of mekosuchines. Journal of Vertebrate Paleontology, e2560010. doi: 10.1080/02724634.2025.2560010

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