En las remotas y hostiles tierras de Allan Hills, al este de la Antártida, un grupo internacional de investigadores ha perforado el tiempo. Lo que extrajeron de las entrañas del hielo no es solo un testimonio congelado del pasado: es, hasta ahora, la muestra más antigua directamente datada de hielo y aire en nuestro planeta. Se trata de un cilindro de hielo de 6 millones de años, una cápsula climática que encierra en su interior pistas clave sobre un mundo muy diferente al que habitamos hoy.
La investigación, publicada recientemente en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), ha sido liderada por expertos del Woods Hole Oceanographic Institution y la Universidad de Princeton, en el marco del proyecto COLDEX, una iniciativa científica respaldada por la National Science Foundation de EE.UU.
La importancia del hallazgo va mucho más allá del récord cronológico. Este hielo no solo es antiguo, se trata de un fragmento tangible de la atmósfera del Mioceno, una época en la que los mares eran más altos, los polos menos helados y los animales que hoy solo vemos en fósiles o libros de paleontología caminaban sobre la Tierra. Saber cómo era la composición del aire en ese entonces —y cómo ha cambiado desde entonces— es crucial para entender el rumbo del planeta en plena crisis climática.
Una cápsula del tiempo enterrada en el hielo
Los núcleos de hielo actúan como archivos geológicos. Cada capa contiene pequeñas burbujas de aire atrapadas al momento de la nevada original, que conservan una muestra intacta de la atmósfera. A partir de su composición, los científicos pueden reconstruir la temperatura, la cantidad de dióxido de carbono, y otros elementos clave de aquel momento.
En este caso, las muestras fueron extraídas de entre 150 y 206 metros de profundidad en la zona conocida como Allan Hills Blue Ice Area, una región donde las condiciones geológicas y climáticas han favorecido la preservación de capas de hielo extremadamente antiguas, más accesibles que en otras partes de la Antártida. A diferencia de los núcleos continuos de hielo perforados en el interior del continente, que exigen excavar más de dos kilómetros de profundidad, este hallazgo se hizo en un terreno donde la topografía empujó el hielo hacia la superficie.

Esto no fue fruto del azar. Desde hace años, COLDEX explora esta región con el objetivo de superar el límite cronológico anterior de los núcleos de hielo, que rondaba los 800.000 años. Antes de esta campaña, la muestra más antigua databa de 2,7 millones de años. El nuevo descubrimiento ha duplicado y ampliado con creces ese registro, permitiendo acceder por primera vez a datos directos del Plioceno y el Mioceno, dos períodos críticos en la evolución del clima terrestre.
Un planeta 12 grados más cálido
Uno de los hallazgos más reveladores del estudio es la evidencia de un enfriamiento progresivo de unos 12 °C en la región de la Antártida Oriental durante los últimos seis millones de años. Esta estimación se basa en el análisis de isótopos de oxígeno en el hielo, un método bien establecido que permite inferir las temperaturas pasadas.
El dato es impactante: seis millones de años atrás, la zona donde hoy reina el hielo permanente tenía temperaturas considerablemente más cálidas. Este dato refuerza la idea de que, incluso con niveles de dióxido de carbono atmosférico similares a los actuales, el planeta ha experimentado condiciones mucho más cálidas, lo que pone en perspectiva los efectos que el actual calentamiento global podría desencadenar si continúa sin control.
Además del registro térmico, los científicos han identificado lo que denominan "instantáneas climáticas": capas no continuas pero valiosas que ofrecen vislumbres de la atmósfera y el clima de épocas clave. Estas muestras, aunque fragmentarias, ofrecen una oportunidad única para estudiar los niveles de gases de efecto invernadero y la dinámica de los océanos durante épocas de transformación planetaria.

El enigma del hielo sin aire
Uno de los aspectos más intrigantes del hallazgo es la presencia de hielo basal —el que se encuentra justo sobre el lecho rocoso— prácticamente sin burbujas de aire. Aunque a simple vista puede parecer un defecto, para los científicos es un signo de procesos climáticos y geológicos extremos.
Este tipo de hielo, más sucio y con mayor contenido de sedimentos, podría ser un remanente de antiguos suelos o nieve compactada de épocas anteriores a la expansión del manto de hielo antártico. Su composición isotópica sugiere temperaturas aún más altas que las del resto del núcleo, lo que abre la posibilidad de que se trate de nieve o permafrost del Mioceno atrapado y conservado durante millones de años por el crecimiento posterior de la capa de hielo.
Esta hipótesis, aunque aún en fase preliminar, es emocionante: de confirmarse, ofrecería un vistazo directo a la transición entre un continente parcialmente libre de hielo y la formación de la gigantesca masa helada que hoy define el paisaje antártico.
El futuro: más allá del hielo azul
El descubrimiento en Allan Hills no es el final de la historia. De hecho, es solo el comienzo. El equipo de COLDEX ya ha anunciado nuevas campañas de perforación entre 2026 y 2031, con el objetivo de encontrar capas aún más antiguas y densificar el archivo climático de la región.
Cada metro adicional de hielo perforado puede contener información vital sobre el comportamiento de la atmósfera, los océanos y las capas de hielo en respuesta a cambios naturales en los niveles de gases de efecto invernadero. Y eso, a su vez, tiene implicaciones directas para predecir cómo responderá el sistema climático actual a las perturbaciones que los humanos estamos introduciendo a una velocidad sin precedentes.
Comprender cómo evolucionó el clima en el pasado —cuándo se produjo el calentamiento, cómo cambió la cobertura de hielo, cómo fluctuaron los niveles de CO₂— es la única manera de anticipar lo que puede venir. No se trata de mirar atrás por nostalgia científica, sino de mirar atrás para ver más claro el camino que tenemos delante.