Del héroe griego al traidor: los hombres que vendieron a Grecia

La línea roja que separó al héroe del traidor en la antigua Grecia dependió del bien común de la sociedad griega. La ambición, la envidia o la venganza llevaron a la traición a grandes griegos que vendieron su alma al persa.
Batalla de Maratón por Georges Rochegrosse 1859. Wikimedia Commons.
Batalla de Maratón por Georges Rochegrosse 1859. Wikimedia Commons.

 A partir de las guerras médicas, la traición —tan antigua como el hombre— cobró una nueva dimensión porque el enemigo de los griegos no fue una polis, sino un imperio. El objetivo del traidor fue destruir las instituciones y el Estado que le vio nacer. No hubo redención para aquellos que fallaron a los suyos. 

Hipias y los tríos en la política ateniense 

Hipias fue un tirano —hijo de Pisístrato— protagonista de la política ateniense a finales del siglo vi a. C. Su hermano pequeño se llamaba Hiparco. Entre ambos nunca existió rivalidad porque mientras al mayor le apasionaba la política, el segundo se daba más a la poesía y a los muchachos. Fueron precisamente los amoríos de Hiparco con un tal Harmodio, amante a su vez de un aristócrata de nombre Aristógiton, lo que provocó la caída de Hipias. Aristógiton, celoso, maquinó para provocar la muerte de los dos hermanos y planeó el asesinato de ambos durante un banquete. Hipias se salvó, pero Hiparco murió en el suceso. Desde ese momento, movido por la venganza, el gobierno de Hipias giró hacia la tiranía —gobierno despótico y débil para Heródoto— y se ganó la enemistad del pueblo. 

Los Alcmeónidas, que estaban exiliados en Delfos, aprovecharon la situación para armar un ejército, pedir ayuda a Esparta y marchar contra Hipias, que se refugió en la Acrópolis ateniense. Los sitiadores —liderados por Clístenes— consiguieron capturar a los hijos de Hipias, que para salvarlos tuvo que rendirse y marchar al exilio. 

Fruto de las consecuencias personales, en el 506 a. C. encontramos a un Hipias despechado y ambicioso en la corte del rey Darío de Persia. Sus consejos llevaron a Darío a la invasión de Grecia en la primera Guerra Médica con el consecuente fracaso en la batalla de Maratón —490 a. C.— (Hdt. VI. 102). La historia del continente cambió allí. También la de Hipias, que murió en Lemnos poco tiempo después. Aunque en líneas generales su gobierno fue bueno para Atenas, esta jamás perdonó su traición y ensalzó más a los gobernantes —Alcmeónidas— democráticos posteriores. 

Batalla por John Steeple Davis,1900. Wikimedia Commons.
Batalla por John Steeple Davis,1900. Wikimedia Commons.

Demarato, «el rey ilegítimo» de Esparta 

Otro personaje destinado para la gloria, y contemporáneo de Hipias, fue el rey de Esparta Demarato, hijo de Aristón, de la casa de los Europóntidas. Al igual que el anterior, fue el destino el que llevó su vida a la traición a su pueblo. Como Esparta era una diarquía, compartió trono con Cléomenes I de la familia de los Agíadas, con el que se enemistó tras la campaña espartana en Atenas a favor de Iságoras, rival de Clístenes. 

Los monarcas en Esparta eran controlados por cinco magistrados —Éforos— y un consejo de ancianos —Gerusía—. Pero Cléomenes reinaba de forma autónoma sin contar con las instituciones. Así que cuando el ejército espartano se encontraba en Eleusis, a veinte kilómetros de Atenas, Demarato, a modo de lección, se fue con sus hombres y el contingente corintio y dejó plantado a Cléomenes, con el orgullo herido y sin expedición de conquista. El suceso ha pasado a la historia como «el divorcio de Eleusis». 

Las diferencias entre ambos llevaron a Cléomenes a urdir un plan para destronar a Demarato y sustituirlo por Leotíquidas. El primero acusó al segundo de no ser hijo legítimo de Aristón y sobornó al oráculo de Delfos que actuaba de árbitro en la cuestión. Demarato fue degradado a trabajar con los jóvenes en las gimnopedias —festivales en los que los jóvenes debían superar pruebas físicas— y humillado tomó rumbo a Persia, a la corte de Darío I. 

Los persas le nombraron sátrapa de Pérgamo, Teutrania y Halisarna y fue consejero tanto del rey Darío como de su hijo Jerjes I, que lo llevó en su intento de invasión de Grecia. Heródoto cuenta que advirtió a los espartanos de la llegada de Jerjes mediante una tablilla con doble fondo que solo supo interpretar Gorgo, la mujer de Leónidas, (Hdt. VII. 239). Algo bastante improbable pero que demuestra la nobleza de espíritu que el historiador griego quiso dar a este personaje. Sí parece más verosímil que advirtiera a Jerjes de la dureza de los espartanos de Leónidas en el paso de las Termópilas, hecho que le granjeó la confianza del rey. 

Tras el fracaso persa en Salamina —480 a. C.— y Platea —479 a. C.— volvió a su satrapía donde dio asilo al político y general ateniense Temístocles —héroe en la primera de estas batallas— quince años después. 

Consejero de reyes, su posición social lo colocaba en la casilla de salida como aspirante a héroe griego y terminó sirviendo al enemigo persa. Murió alrededor del año 479 a. C. y sus descendientes gobernaron sus territorios hasta tiempos de Alejandro Magno. 

Temístocles, de héroe en Salamina a traidor de Atenas

Según Plutarco, Temístocles aprendió antes cómo triunfar que gobernar. Fue el estratega y político perfecto para Atenas en el momento de la llegada de los persas de Jerjes I. Era inteligente, gran orador, pero también egoísta y ambicioso. Todo lo contrario que su rival político, Arístides —amigo y discípulo de Clístenes—, que pasó por ser honrado y honesto, cualidades buenas para un trabajador, pero no para un político. A ambos les separaban la posición ideológica y el amor, de jóvenes habían estado enamorados de la misma mujer, Estesilao de Ceo. Y esas rencillas no se olvidan, pues en cuanto pudo Temístocles mandó a su rival al ostracismo. 

Tras la derrota de los 300 de Leónidas en las Termópilas, Temístocles engañó a Jerjes I y venció a la armada persa en Salamina —480 a. C.—. La victoria fue clave para afianzar la moral y el dominio de los griegos sobre los persas y convirtió al general ateniense en un héroe para la Hélade. Temístocles se convirtió en el hombre fuerte de Atenas. Organizó bajo su dirección la Liga Delia llamada así porque tuvo como protector al dios Apolo de Delos, planificó la conexión y amurallamiento del puerto del Pireo con Atenas y desarrolló la flota de esta hasta convertir a la polis en una potencia naval. 

Pero el giro conservador que dio Atenas a inicios de la Pentecontencia hizo que el popular Temístocles se convirtiera en el centro de todas las críticas. Señalado por Esparta de ayudar a Pausanias —condenado por traición— y acusado de quedarse con «mordidas» de las polis de las Cícladas —para no pagar la multa por haberse pasado al invasor persa— fue condenado al ostracismo y marchó al exilio a Asia en el 470 a. C. Entro al servicio del monarca Artajerjes I y allí fue su consejero (Th. I. 138). Como pago por sus servicios, este le concedió rentas y el gobierno de las ciudades de Magnesia, Lámpsaco y Miunte. Al héroe de Salamina, y a la vez traidor a Grecia, la muerte le llegó en extrañas circunstancias —pues según Plutarco se suicidó (Them 31,4)— a los setenta y cinco años, en el 459 a. C. 

El rey engañado por Temístocles.
Relieve de un rey aqueménida, probablemente Jerjes I. Museo Nacional de Irán.
El rey engañado por Temístocles. Relieve de un rey aqueménida, probablemente Jerjes I. Museo Nacional de Irán. Wikimedia Commons.

Pausanias el regente 

Pausanias fue el alter ego de Temístocles en Esparta. Este ejerció de regente de Plistarco —hijo de Leónidas de la casa Agíada— y, tras engañar a Jerjes I, lideró a los griegos en la batalla de Platea —479 a. C.— frente a los persas. 

Después de la derrota y expulsión de los persas, el conflicto en la Hélade se centró en quién iba a regir los designios de los griegos, si atenienses o espartanos. Esto derivó en las Guerras del Peloponeso. En dicho periodo en Esparta se abrió un debate —stásis— entre quienes defendieron la intervención de Esparta en la Hélade y quienes consideraban mejor afianzar su control en Laconia —dentro de la Liga del Peloponeso—. Pausanias estaba a favor de la primera vía. Pero Esparta era una diarquía, y tanto cada monarca como las instituciones tuvieron distintos criterios en función de sus intereses, lo que derivó en luchas intestinas por el poder político. 

Tras haber reconquistado Bizancio para los griegos, Atenas acusó al general espartiata de conspirar con los persas contra Grecia, mientras los ciudadanos bizantinos le tachaban de tiránico y despótico. Reclamado por los Éforos y la Gerusía fue absuelto de traición, pero multado por su mal gobierno en Bizancio, a la que huyó de forma repentina sin el consentimiento de su patria nada más hubo acabado el proceso. Allí vivió unos años según las costumbres persas. Tucídides lo describió como un sátrapa, egocéntrico y ambicioso (Th. I. 130), rasgos comunes de todos los traidores a Grecia. 

Fue acusado de filomedismo cuando un mensajero, que llevaba una carta suya en la que se ponía al servicio del rey de Persia para la conquista de Grecia, le delató. Uno de los éforos le avisó de su inminente detención y Pausanias buscó refugio en el santuario de Atenea Calcíeco —en la acrópolis de Esparta— como suplicante. Los espartanos tapiaron el edificio y murió por inanición a las puertas de este en el 476 a. C. Se le enterró a la entrada del santuario por mandato del Oráculo de Delfos.

Efialtes de Tesalia, el traidor de los 300

Efialtes de Tesalia era originario de Traquis, y su padre —Euridemo de Mélide— le salvó de una muerte segura cuando la madre quiso despeñar al bebé debido a sus deformidades físicas. En algunas sociedades militarizadas del mundo griego solo los más fuertes eran elegidos para la vida y la defensa de la polis. El nombre de Efialtes se ha traducido como «Pesadilla» y siempre se le ha representado jorobado y de grandes proporciones. De oficio pastor, era conocedor de la zona y ha sido señalado como agente último de la derrota de los 300 espartanos de Leónidas frente a Jerjes I en la batalla de las Termópilas —480 a. C.—. Los espartanos aprovecharon la orografía del desfiladero para retener al ejército persa y los inmortales de Jerjes I. Pero un Efialtes resentido por no haber sido aceptado por su propio pueblo informó al rey persa de la existencia de un camino diferente —la senda Anopea— que partía antes del paso siguiendo el curso del río Adopo, llegaba hasta el monte Calídromo y terminaba en la costa a la altura de Alpeno, en la retaguardia espartana (Hdt. VII. 216). De esta manera sortearon las Termópilas y atacaron por la espalda a los 300 de Leónidas, que se vieron entre dos frentes. Efialtes enseño a los persas el camino de la victoria en una lucha desigual para los espartanos y temiendo la venganza de estos, huyó a Tesalia, su tierra natal. Los griegos pusieron precio a su cabeza y Atenades de Traquinia, soldado del ejército griego, acabó con la vida de este personaje. Sucedió en Anticira en el año 479 a. C. 

El triunfo de Jerjes I en las Termópilas fue pírrico, pues tras el saqueo de una desierta Atenas perdieron toda su flota en la batalla de Salamina —a finales de ese año 800 a. C.—. Al año siguiente el general persa Mardonio —con Jerjes retirado ya a Asia— perdió contra los griegos, liderados por Pausanias, en la batalla de Platea. Y Europa se salvó de la invasión persa. 

Sócrates buscando a Alcibíades en la casa de Aspasia (1861), por Jean Léon Gérôme. Wikimedia Commons.
Sócrates buscando a Alcibíades en la casa de Aspasia (1861), por Jean Léon Gérôme. Wikimedia Commons.

Alcibíades, el traidor por antonomasia

Alcibíades [450-404 a. C.] era sobrino de Pericles y se había criado en su casa junto a Aspasia, la amante de este. Pericles siempre intentó educarle en el bien y la disciplina, mas el primero era todo belleza, insolencia y egocentrismo, de los que se sirvió para ascender y hacer carrera política allí donde estuvo. También fue discípulo de Sócrates, del que se decía que era su favorito. Se casó con Hipareta, hija de uno de los más acaudalados líderes conservadores, Hipónaco, de la que enviudó pronto. Fue rival político de Nicias, general demócrata moderado. Este representaba la paz y Alcibíades la guerra. Gracias al apoyo de las oligarquías y los comerciantes, Alcíbiades se convirtió en uno de los generales, de ideas imperialistas, más importantes de Atenas. Justo cuando iba a partir a la conquista de Sicilia fue acusado de la mutilación de las estatuas del dios Hermes en Atenas y la campaña, que fue un desastre, la comandó quien estaba en contra de hacerla, Nicias. 

Para evitar el proceso de profanación, Alcibíades huyó a Esparta y adoptó sus costumbres. Con el apoyo del éforo Endio se ganó su confianza y les propuso la ocupación de Decelia, una zona rica en minas de plata que abastecía a Atenas (Th. VIII. 12). Pero también se ganó el amor de Timea, esposa del rey Agis. Antes de que le dieran muerte se embarcó rumbo a Asia bajo la protección del sátrapa Tisafernes (Plu. Alc. 24). Con ello se dio su segunda traición y, por ende, su segundo exilio. 

En Asia no lo debió hacer mal porque hacia el 411-410 a. C. los atenienses reclamaron su regreso «como si no hubiera pasado nada». Pero esta segunda etapa en su patria natal fue breve, pues su figura estaba desgastada, y tras el desastre de la flota en una expedición a Andros huyó a Frigia donde vivió en un castillo con su hetera Timandra, bajo la protección del general persa Farnabazo. Allí hallaría su muerte, ordenada por el general espartano Lisandro a los cuarenta y seis años. Alcibíades fue un individualista en una Grecia donde Atenas y Esparta luchaban por la hegemonía en la Hélade, y que tras la guerra no volvió a ser la misma. Un superviviente, animal político, demagogo, héroe y el mayor traidor de los traidores… El más bello entre los griegos.

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