La Primera Guerra Mundial, conocida en su momento como la Gran Guerra, estalló en 1914 y sumió a Europa en un conflicto sin precedentes. Fue una guerra marcada por la modernización de las armas, la vida en las trincheras y una dimensión global que implicó a millones de soldados y civiles.
El asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo fue la chispa que encendió la mecha, pero tras ella había tensiones acumuladas: nacionalismos, rivalidades coloniales y alianzas militares que dividieron al continente en dos bloques. De un lado, la Triple Entente (Francia, Reino Unido y Rusia); del otro, las Potencias Centrales (Alemania, Austria-Hungría y más tarde el Imperio Otomano).
El frente occidental se convirtió en un infierno de barro, trincheras y alambradas. Batallas como Verdún o el Somme dejaron millones de bajas sin apenas avances territoriales. La guerra también se extendió a otros frentes y marcó el inicio de nuevas formas de combate: tanques, aviones y armas químicas.
En 1917, la entrada de Estados Unidos inclinó la balanza, mientras que la Revolución Rusa sacó a los soviéticos del conflicto. Finalmente, en noviembre de 1918, el armisticio puso fin a la guerra, dejando tras de sí millones de muertos y un mapa de Europa profundamente alterado.
