La ciencia avanza a veces por el ojo entrenado de quien sabe observar. Eso fue lo que ocurrió en 2021, cuando Harrison Allen, entonces estudiante universitario, participaba en una excavación en Montana y reparó en un fragmento fósil del tamaño de una uña con un patrón inusual. Aquel detalle, aparentemente insignificante, acabaría conduciendo a la identificación de una nueva especie extinta de cocodrilo terrestre, de apenas medio metro de longitud y dientes completamente atípicos.
El estudio completo se ha publicado en la revista Journal of Vertebrate Paleontology y describe a este reptil como un neosuquio heterodonto del Cretácico, bautizado científicamente como Thikarisuchus xenodentes, aunque en el entorno del hallazgo se le conoce sencillamente como “Elton”. Su pequeño tamaño, su dieta posiblemente omnívora y, sobre todo, su extraña dentición lo convierten en una pieza clave para repensar cómo evolucionaron los cocodrilos y qué diversidad ecológica llegaron a alcanzar en el pasado.
Una criatura extraña entre antiguos cocodrilos
La mayoría de los cocodrilos actuales son animales acuáticos, de gran tamaño y con dientes cónicos diseñados para atrapar presas en el agua. Sin embargo, “Elton” no encaja en ese molde evolutivo. Los investigadores lo describen como un animal completamente terrestre, con características dentales que sugieren una dieta variada. El cráneo, de apenas 50 milímetros, presenta una dentición heterodonta: es decir, con distintos tipos de dientes, algo inusual entre los cocodrilos.
Según el artículo, esta especie poseía dientes con una morfología “en vaina”, es decir, recubiertos por una estructura que los hacía parecer más robustos y con funciones diversas. Este detalle inspiró el nombre específico xenodentes, que significa literalmente “dientes extraños”. Como señala el estudio, "los dientes son comprimidos lateralmente y presentan surcos longitudinales, lo que los distingue de otros neosuquios" .
Este patrón dental sugiere que el animal no se alimentaba solo de carne, sino también de plantas o invertebrados. Una hipótesis plausible es que fuese un omnívoro, adaptado a un entorno terrestre con abundancia de recursos variados. Esta especialización, tan distinta de los cocodrilos actuales, pone en duda la supuesta linealidad del grupo y abre nuevas preguntas sobre su ecología ancestral.

Un descubrimiento entre sedimentos del Cretácico
El fósil fue recuperado en la Blackleaf Formation, al suroeste de Montana, una zona rica en sedimentos del periodo Cenomaniense, hace unos 95 millones de años. En ese entorno se extendía entonces una llanura costera, próxima al Western Interior Seaway, un mar interior que dividía en dos el continente norteamericano. Este hallazgo representa solo el segundo vertebrado conocido de esa formación, lo que le confiere aún más valor paleontológico.
El estudio detalla que Thikarisuchus fue hallado articulado, con gran parte del esqueleto en posición anatómica, algo inusual en fósiles de este tamaño. Gracias a la fragilidad de los restos, los investigadores optaron por escanearlos mediante tomografía computarizada (CT) en lugar de manipularlos físicamente. Este proceso permitió una reconstrucción digital completa, hueso por hueso, del esqueleto diminuto.
En palabras del artículo, "la mayoría de los elementos esqueléticos recuperados se conservaron en una única concreción, lo que sugiere que el animal murió y fue sepultado rápidamente, posiblemente dentro de una madriguera" . Esta posibilidad ha sido respaldada por otros fósiles de esa formación que muestran patrones similares.

La familia perdida de los Wannchampsidae
Uno de los aportes más significativos del estudio es la propuesta de un nuevo grupo familiar dentro del árbol evolutivo de los cocodrilos: los Wannchampsidae. Esta familia incluiría a Thikarisuchus y a otros neosuquios pequeños y terrestres descubiertos en distintas partes de Norteamérica. Los autores identifican una serie de rasgos compartidos, como el tamaño reducido, las extremidades adaptadas al desplazamiento en tierra y la dentición variada.
Además, el artículo establece comparaciones con los Atoposauridae, una familia conocida en Europa, que también presenta cocodrilos pequeños con características similares. La convergencia de rasgos entre grupos lejanos geográficamente sugiere que hubo una evolución paralela en entornos semejantes durante el Cretácico, posiblemente como respuesta a presiones ecológicas similares.
En el texto se afirma: "el patrón craneodental compartido entre Thikarisuchus y atoposáuridos podría representar un caso de evolución convergente facilitada por nichos ecológicos similares en distintos continentes". Esta idea añade un nuevo capítulo al debate sobre cómo los cocodrilos antiguos se diversificaron de formas que hoy nos resultan sorprendentes.

Un cocodrilo llamado “Elton”
El nombre científico Thikarisuchus xenodentes hace referencia a los dientes en forma de vaina que caracterizan al fósil. Sin embargo, mucho antes de que se propusiera esa denominación oficial, los estudiantes que participaron en el estudio ya le habían dado un apodo. Mientras pasaban horas tamizando sedimentos y clasificando diminutos fragmentos óseos en el laboratorio, solían poner música. Entre las canciones que sonaban estaba Crocodile Rock, el famoso tema de Elton John.
El vínculo fue instantáneo: un diminuto cocodrilo prehistórico, con dientes inusuales, estudiado al ritmo de un clásico pop sobre cocodrilos. Desde entonces, comenzaron a llamarlo “Elton”, y el sobrenombre quedó vinculado al proyecto incluso después de su publicación científica. Este tipo de apodos afectivos son frecuentes en paleontología y reflejan el ambiente cercano y entusiasta que suele rodear las investigaciones de campo. En este caso, además, el nombre ayudó a hacer más accesible al público una criatura que, de otro modo, habría quedado limitada al mundo académico.
Reconstrucción digital y ciencia en manos jóvenes
Uno de los elementos más llamativos del artículo es el papel central que ha tenido un estudiante en todo el proceso científico. Harrison Allen no solo descubrió el fósil, sino que lideró su estudio, redactó el artículo académico y colaboró en la reconstrucción digital del animal. Este trabajo le valió convertirse en autor principal de una publicación en una revista de alto impacto mientras aún cursaba estudios universitarios.
Durante la investigación, Allen y sus colegas escanearon los fragmentos del fósil y dedicaron más de 100 horas al análisis digital de las imágenes. Como detalla el estudio, "cada sección escaneada fue segmentada manualmente para distinguir los huesos del sedimento y ensamblar el modelo tridimensional" . Este proceso no solo preservó la integridad del fósil, sino que permitió visualizar estructuras que de otro modo habrían pasado desapercibidas.
El contexto de esta historia también ha generado interés en medios de divulgación, ya que ilustra cómo la ciencia se nutre de la formación temprana y del trabajo en equipo. El hallazgo no fue fruto de una gran expedición institucional, sino del ojo atento de un estudiante que supo reconocer algo fuera de lo común. A menudo, es ahí donde comienzan los descubrimientos más inesperados.
Un cocodrilo diminuto que amplía nuestro mapa evolutivo
Más allá del valor anatómico o ecológico, Thikarisuchus xenodentes representa un recordatorio de la enorme diversidad que existió en el linaje de los cocodrilos. Hoy en día, el grupo está representado por unas pocas especies semiacuáticas, de gran tamaño y hábitos depredadores. Sin embargo, el registro fósil demuestra que fueron mucho más diversos: existieron cocodrilos herbívoros, marinos, excavadores e incluso aquellos con adaptaciones dentales tan peculiares como “Elton”.
Los autores del artículo explican que "la presencia de heterodoncia sugiere una evolución independiente de patrones dentales complejos en múltiples grupos de neosuquios" . Este fenómeno indica que, en distintos momentos y lugares, las presiones ecológicas favorecieron soluciones anatómicas similares, incluso entre especies no emparentadas directamente.
En definitiva, el hallazgo no solo describe una nueva especie, sino que obliga a revisar la historia evolutiva de un grupo que creíamos entender mejor. “Elton” nos recuerda que, entre los estratos del pasado, siguen escondidas piezas que pueden redibujar los árboles genealógicos y hacernos replantear nuestros modelos sobre la vida prehistórica.
Referencias
- Allen, H. J., Wilberg, E. W., Turner, A. H., & Varricchio, D. J. (2025). A new, diminutive, heterodont neosuchian from the Vaughn Member of the Blackleaf Formation (Cenomanian), southwest Montana, and implications for the paleoecology of heterodont neosuchians. Journal of Vertebrate Paleontology. https://doi.org/10.1080/02724634.2025.2542185.