¿Tener un gato en casa puede duplicar el riesgo de esquizofrenia? Esto es lo que dice la ciencia

Un metaanálisis de 17 estudios en 11 países sugiere que tener gatos en casa, sobre todo en la infancia, podría duplicar el riesgo de esquizofrenia. ¿Qué papel juega el parásito Toxoplasma gondii?
Una nueva revisión científica pone a los gatos en el punto de mira de la salud mental
Una nueva revisión científica pone a los gatos en el punto de mira de la salud mental. Foto: Istock/Christian Pérez

Durante décadas, los gatos han sido símbolo de misterio, elegancia y compañía silenciosa. Pero ahora, un nuevo estudio científico vuelve a ponerlos en el centro de un debate tan inesperado como inquietante: ¿puede la convivencia con gatos aumentar las probabilidades de padecer esquizofrenia u otros trastornos psicóticos? Una reciente revisión sistemática y metaanálisis publicada en Schizophrenia Bulletin sugiere que sí, aunque con importantes matices.

El estudio, liderado por el psiquiatra John McGrath y su equipo del Queensland Centre for Mental Health Research en Australia, no se queda corto en ambición: analiza 17 estudios de 11 países, realizados a lo largo de más de cuatro décadas, con el objetivo de encontrar un patrón claro entre la exposición a gatos y la aparición de trastornos mentales graves. El resultado es tan revelador como polémico: quienes convivieron con gatos, especialmente en la infancia, tendrían el doble de probabilidades de desarrollar esquizofrenia u otros desórdenes similares.

¿De dónde surge esta inquietante hipótesis?

La idea no es nueva. Ya en 1995 se había planteado la posibilidad de que la convivencia con felinos pudiera estar relacionada con el desarrollo de trastornos psicóticos. El principal sospechoso no es el gato en sí, sino un parásito microscópico que puede habitar en su organismo: Toxoplasma gondii, un protozoo capaz de llegar al cerebro humano y alterar el sistema nervioso.

Este parásito, que sólo puede reproducirse en el interior de los gatos, se transmite por contacto con heces contaminadas o, en menor medida, por mordeduras. También puede entrar en el cuerpo humano a través del consumo de carne cruda o agua contaminada. Una vez dentro, T. gondii puede establecerse en el sistema nervioso central y permanecer allí de forma latente, influenciando neurotransmisores clave como la dopamina, la cual juega un papel fundamental en el desarrollo de la esquizofrenia.

En Estados Unidos, se estima que unos 40 millones de personas podrían estar infectadas con este parásito, la mayoría sin presentar síntomas. Sin embargo, diversos estudios han encontrado una prevalencia significativamente más alta de anticuerpos contra T. gondii en personas diagnosticadas con esquizofrenia, lo que alimenta la sospecha de una relación causal.

La ciencia explora el posible vínculo entre la convivencia con gatos y trastornos psicóticos
La ciencia explora el posible vínculo entre la convivencia con gatos y trastornos psicóticos. Foto: Istock/Christian Pérez

Qué encontró realmente el nuevo estudio

La revisión liderada por McGrath no se centró solo en el T. gondii, sino en la exposición general a gatos, incluyendo tenerlos como mascotas, sufrir mordeduras o simplemente estar en contacto frecuente con ellos. Al analizar los datos de las investigaciones disponibles, el equipo encontró que las personas expuestas a gatos tenían una probabilidad significativamente mayor de desarrollar trastornos relacionados con la esquizofrenia. En los análisis más ajustados, el riesgo oscilaba entre 1.56 y 2.44 veces más, dependiendo de los criterios de inclusión.

Algunos estudios concretos mostraban cifras aún más altas. Por ejemplo, en Arabia Saudita se encontró que más del 50% de los pacientes con esquizofrenia habían tenido gatos en casa antes de los 13 años, comparado con menos del 25% de personas sin enfermedades mentales. Estos datos refuerzan la idea de que la infancia podría ser una etapa especialmente vulnerable frente a ciertos factores ambientales.

No todo está claro (y eso es importante)

Ahora bien, que exista una correlación no implica que haya una causa directa. El propio estudio reconoce que la calidad de los trabajos analizados varía mucho y que muchos de ellos son estudios de casos y controles, que pueden verse afectados por múltiples factores de confusión. Por ejemplo, ¿y si las familias con predisposición genética a la esquizofrenia también tienen más tendencia a adoptar gatos por razones sociales, económicas o culturales?

Además, la falta de homogeneidad en los métodos usados para medir la exposición a gatos o los síntomas psicóticos hace difícil establecer conclusiones definitivas. Algunos estudios no hallaron ninguna relación significativa. Otros incluso sugirieron que el momento de la exposición podría ser clave: tener gatos entre los 9 y los 12 años parecía aumentar el riesgo, pero no antes ni después.

Tampoco se puede descartar el papel de otros patógenos presentes en gatos, como Pasteurella multocida o la Bartonella henselae, que podrían tener efectos neurológicos o comportamentales en humanos. Es decir, no es una historia de un solo culpable, sino un complejo entramado de factores biológicos, ambientales y sociales.

El estudio aviva el debate sobre los riesgos ocultos en nuestras mascotas más queridas
El estudio aviva el debate sobre los riesgos ocultos en nuestras mascotas más queridas. Foto: Istock/Christian Pérez

¿Deberían preocuparse los dueños de gatos?

La respuesta corta es: no, al menos por ahora. Si bien los hallazgos son intrigantes y merecen más investigación, los expertos coinciden en que no se trata de una alarma sanitaria. La gran mayoría de personas que conviven con gatos nunca desarrollarán esquizofrenia ni ningún trastorno relacionado.

Lo que sí recomiendan los investigadores es tomar precauciones razonables, especialmente en hogares con niños pequeños, embarazadas o personas inmunodeprimidas. Algunas medidas básicas incluyen limpiar a diario la caja de arena (los quistes de T. gondii tardan al menos 24 horas en volverse infecciosos), usar guantes al manipular excrementos o tierra del jardín, lavarse las manos tras jugar con gatos o limpiar su caja, evitar alimentar a los gatos con carne cruda y realizar controles veterinarios periódicos.

Además, mantener a los gatos dentro de casa puede reducir significativamente su exposición a presas infectadas, lo que a su vez disminuye el riesgo de que contraigan y transmitan T. gondii.

Si bien los hallazgos son intrigantes y merecen más investigación, los expertos coinciden en que no se trata de una alarma sanitaria. La gran mayoría de personas que conviven con gatos nunca desarrollarán esquizofrenia ni ningún trastorno relacionado.

Un terreno fértil para nuevas investigaciones

Lo más importante que deja este estudio no es una conclusión definitiva, sino una nueva línea de preguntas para la ciencia. ¿Qué otros factores pueden interactuar con la exposición a gatos para aumentar el riesgo de esquizofrenia? ¿Qué mecanismos biológicos exactos están implicados? ¿Hay períodos críticos en la infancia en los que el cerebro sea más vulnerable a estos agentes? ¿Podrían otros animales tener efectos similares?

La respuesta, como suele ocurrir en ciencia, no es simple. Pero cada nuevo hallazgo abre puertas para entender mejor los complejos vínculos entre nuestros hábitos, el entorno y la salud mental. Y en este caso, el vínculo pasa por un animal tan cotidiano como fascinante: el gato doméstico.

El estudio fue publicado en Schizophrenia Bulletin.

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