Durante décadas, los científicos sabían que existía. Su nombre era conocido, su ADN estaba secuenciado y sus restos aparecían, de vez en cuando, en playas lejanas o redes de pesca accidental. Pero jamás nadie había visto vivo, en su entorno natural, al escurridizo zifio de Ginkgo o zifio japonés (Mesoplodon ginkgodens), una criatura que habita las profundidades del océano y que, hasta ahora, parecía más un mito que una especie real.
Eso cambió en junio de 2024. Un equipo de investigadores a bordo de un barco frente a las costas de Baja California, México, logró lo que muchos pensaban imposible: observar, grabar y documentar a estos misteriosos cetáceos vivos en el mar. La historia, publicada en la revista Marine Mammal Science y respaldada por un esfuerzo colaborativo internacional, no solo resuelve un antiguo enigma científico, sino que también nos recuerda que el océano todavía guarda secretos asombrosos.
El fantasma del BW43
Todo comenzó con un sonido. Durante años, las grabaciones submarinas en el Pacífico Norte detectaban un extraño pulso de ecolocalización —apodado BW43— que no coincidía con ninguna especie conocida. Los científicos sabían que provenía de un zifio, una familia de cetáceos dentados que se especializan en vivir en aguas profundas y que son notoriamente difíciles de estudiar. Pero ¿de qué especie exactamente?
La búsqueda del responsable de esa señal acústica llevó al equipo de científicos a patrullar las aguas del norte de México durante cinco veranos consecutivos. Equipados con hidrófonos de arrastre, binoculares de alta potencia y una paciencia casi infinita, el grupo recorrió una vasta región donde las señales BW43 eran más frecuentes.
Y entonces, en 2024, ocurrió lo inesperado.

Un encuentro imposible
Primero vieron una silueta. Luego otra. Y después, un grupo entero de zifios emergió a la superficie. Aunque su comportamiento fue, como siempre, discreto y esquivo, el equipo logró lo impensable: acercarse lo suficiente para tomar fotografías detalladas, grabaciones acústicas, muestras de ADN ambiental del agua e incluso una biopsia.
Para esta última, usaron una técnica ya habitual en la investigación de cetáceos: una ballesta con una punta adaptada, diseñada para extraer una pequeña muestra de piel y grasa sin dañar al animal. Uno de los zifios, un joven macho, nadó a unos 20 metros del barco. Fue entonces cuando se obtuvo la muestra genética que terminaría resolviendo el misterio.
Cuando los análisis confirmaron que se trataba de Mesoplodon ginkgodens, la emoción fue indescriptible. Por primera vez en la historia, una especie que solo se conocía por cadáveres varados había sido documentada viva en su hábitat natural. Además, las grabaciones de sonido coincidían perfectamente con el esquivo pulso BW43, resolviendo un rompecabezas que llevaba más de una década desconcertando a los expertos.
Guerreros silenciosos del abismo
El zifio de dientes de ginkgo es una criatura fascinante. Los machos adultos desarrollan un par de dientes con forma de hoja de ginkgo —de ahí su nombre— que apenas sobresalen de las encías. Estos dientes no sirven para alimentarse, sino que se utilizan en combates rituales con otros machos por el acceso a las hembras. Las marcas que dejaron estas batallas eran visibles en la piel del macho fotografiado: cicatrices blancas, mordeduras de tiburón y profundas líneas de mordiscos dejadas por los dientes de sus rivales.
Además, muchos de los individuos observados mostraban cicatrices en forma de anillo, señal inconfundible de ataques de tiburones cortadores de galletas (Isistius), un tipo de tiburón pequeño pero agresivo que arranca pedazos circulares de carne de animales mucho mayores.
Estas marcas, combinadas con las diferencias morfológicas y los datos genéticos, sirvieron para confirmar de forma concluyente que el zifio observado era, efectivamente, el mítico Mesoplodon ginkgodens.

Pero, ¿cómo es posible que un zifio de más de cuatro metros de largo haya pasado desapercibida durante tanto tiempo?
La respuesta está en su estilo de vida. Los zifios pasan la mayor parte del tiempo en aguas profundas, donde realizan inmersiones de hasta una hora para cazar calamares. Solo emergen brevemente a la superficie, y lo hacen de forma discreta, sin saltos ni llamaradas. Además, tienden a evitar embarcaciones y habitan regiones remotas lejos de la costa. Todo esto los convierte en uno de los grupos de mamíferos marinos más difíciles de estudiar.
Hasta la fecha, muchas especies de zifios solo se conocen a partir de ejemplares muertos encontrados en playas o en redes de pesca industrial. Pero el hallazgo del zifio de dientes de ginkgo en vida marca un hito: demuestra que es posible descubrir y estudiar especies grandes de cetáceos sin necesidad de capturarlas ni dañarlas.
¿Qué sigue?
Con el misterio del BW43 resuelto, el equipo de investigación ya tiene un nuevo objetivo: encontrar otras especies de zifios que aún no han sido observadas vivas, como el esquivo zifio de Perrin (Mesoplodon perrini), del cual solo se conocen seis ejemplares varados en la costa de California.
Además, ahora que se ha identificado la señal acústica del zifio de dientes de ginkgo, los científicos pueden usar técnicas de monitoreo pasivo —como boyas con hidrófonos o redes de grabación submarina— para mapear su distribución, estimar su población y evaluar su vulnerabilidad frente a amenazas como la pesca de altura o el ruido submarino.
Este hallazgo no solo es un triunfo de la ciencia y la perseverancia, sino una muestra clara de que aún existen animales grandes, enigmáticos y desconocidos habitando nuestro planeta. Animales que, hasta ahora, solo vivían en las sombras del océano.