El fanático que quiso ser mártir del nazismo: la increíble historia del colaborador belga que halló refugio en la España franquista y murió sin ser juzgado

Fue político, soldado, propagandista y fugitivo; creyó ser el futuro de Europa, acabó exiliado en la Costa del Sol.
Durante su estancia en Berlín el 7 de julio de 1944, Léon Degrelle mantuvo un encuentro con trabajadores belgas voluntarios que se habían trasladado a la capital del Tercer Reich
Durante su estancia en Berlín el 7 de julio de 1944, Léon Degrelle mantuvo un encuentro con trabajadores belgas voluntarios que se habían trasladado a la capital del Tercer Reich. Foto: Wikimedia/Christian Pérez

En Léon Degrelle, Pablo Cuevas disecciona con precisión quirúrgica una de las trayectorias más escandalosas y contradictorias del siglo XX europeo. Degrelle no fue solo un político oportunista ni un soldado exaltado: fue una figura capaz de encarnar, con trágica coherencia, el tránsito de una fe católica ferviente al fanatismo fascista más radical. Cuevas no se limita a repasar una biografía, reconstruye un siglo convulso a través de los pasos de un hombre que abrazó el nazismo con un fervor casi religioso.

Porque si hay algo que define a Léon Degrelle, fundador del movimiento rexista en Bélgica, es su constante capacidad para adaptarse a cada etapa del fascismo europeo sin apenas perder el entusiasmo. De joven líder católico a héroe de la propaganda nazi, de enemigo del comunismo a icono involuntario de los neofascismos modernos, su historia es también la de las fracturas más oscuras del continente: traición, colaboracionismo, violencia, revisionismo… Todo envuelto en el aura trágica del que nunca se arrepintió de nada.

El “niño prodigio” de la política belga

Degrelle nació en 1906 en la región de Valonia, en el seno de una familia católica acomodada. Pronto mostró talento para el liderazgo y, sobre todo, para la palabra. Su carisma y sus discursos vehementes le abrieron paso en el seno del Partido Católico belga, pero no tardó en romper con la moderación de su entorno. En 1935 fundó el Movimiento Rexista, una organización que mezclaba el catolicismo tradicional con un populismo autoritario inspirado en el fascismo italiano y el nazismo alemán.

En las elecciones de 1936, el éxito fue tan fulgurante como inesperado: su partido logró más del 11% de los votos. Degrelle tenía solo 30 años y ya se le veía como un joven caudillo europeo. Visitó a Mussolini en Roma y a Hitler en Berlín. Winston Churchill también lo recibió, intrigado por el fenómeno. En apenas un par de años, el joven belga había pasado de publicar panfletos religiosos a codearse con los dictadores que estaban modelando la Europa de entreguerras.

Pero su ascenso político fue tan vertiginoso como su caída. Las promesas de regeneración ética se diluyeron pronto en la retórica agresiva, el culto a la personalidad y las acusaciones de servilismo hacia potencias extranjeras. Cuando los votos comenzaron a menguar, Degrelle decidió dar un paso más.

El político belga Léon Degrelle (al centro) aparece formado junto a miembros de los Voluntarios Belgas que se preparaban para partir hacia el frente soviético
El político belga Léon Degrelle (al centro) aparece formado junto a miembros de los Voluntarios Belgas que se preparaban para partir hacia el frente soviético. Foto: Wikimedia/Christian Pérez

De político a soldado del Reich

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Degrelle ya era abiertamente germanófilo. Acusaba a los británicos y franceses de provocar la guerra y defendía la necesidad de un nuevo orden europeo liderado por Alemania. Tras la invasión nazi de Bélgica en 1940, fue arrestado por las autoridades belgas, pero pronto liberado por los ocupantes. En lugar de esconderse o adoptar un perfil bajo, Degrelle decidió ofrecer a los nazis algo que nadie más en su país les había ofrecido: una legión de voluntarios para luchar contra la URSS.

Así nació la Legión Valona, una unidad formada por simpatizantes rexistas que combatió en el frente oriental junto a las Waffen SS. Degrelle, que no tenía experiencia militar, se alistó como un soldado más para demostrar su compromiso. Fue herido, ascendió rápidamente y acabó liderando la unidad. En los círculos nazis, su entrega no pasó desapercibida. Himmler lo recibió con interés, y el propio Hitler llegó a decir que, de haber tenido un hijo, le gustaría que fuese como Degrelle.

Pocas figuras entre los colaboradores extranjeros gozaron de tanto favor en Berlín como él. Fue condecorado, fotografiado, utilizado en la propaganda y elevado a símbolo de la “Europa nueva”. Pero para la mayoría de los belgas, Degrelle era ya un traidor sin retorno.

La ruta del exilio: del frente del Este a la Costa del Sol

La retirada alemana fue también la del rexismo. En 1944, tras la liberación de Bélgica, Degrelle huyó hacia Alemania. Desde allí, escapó a Noruega y, en un golpe de suerte casi novelesco, logró volar hasta España. El avión se estrelló en San Sebastián, dejándolo gravemente herido. Pero su vida fue salvada por el régimen franquista, que le ofreció protección en los años que siguieron.

Desde su exilio, Degrelle no solo se mantuvo activo, sino que redobló su actividad propagandística. Escribió libros, concedió entrevistas, negó el Holocausto y continuó defendiendo a Hitler como el gran estadista de su tiempo. Para muchos fue un caso patológico de fanatismo. Para otros, un símbolo incómodo de lo que nunca se terminó de purgar en la Europa de posguerra.

Aunque condenado a muerte en ausencia por las autoridades belgas, nunca fue extraditado. España le ofreció primero refugio y luego ciudadanía. Se convirtió en empresario, rehizo su vida, y vivió hasta los 87 años en la Costa del Sol. Murió en 1994, sin haber mostrado jamás el menor atisbo de arrepentimiento.

Un mártir del fascismo, símbolo de la impunidad

La figura de Degrelle sigue siendo motivo de debate en Bélgica y más allá. Para sus defensores (cada vez más marginales), fue un idealista que quiso frenar el avance del comunismo. Para sus detractores —la mayoría— fue un traidor que vendió su país, su Iglesia y su conciencia a los nazis. La verdad, como casi siempre, es más compleja: Degrelle fue un hombre que buscó en la guerra y en la ideología un sentido casi místico a su existencia, y que estuvo dispuesto a morir por ello... aunque nunca tuvo que hacerlo.

Su historia revela hasta qué punto ciertos fanatismos pueden disfrazarse de vocación política o religiosa. Y cómo las heridas del siglo XX aún supuran en algunas esquinas de Europa. En un tiempo en que el revisionismo y los extremismos resurgen con fuerza, Degrelle sigue siendo el ejemplo perfecto de cómo una retórica seductora puede desembocar en el horror.

El 2 de abril de 1944, durante una revista a las tropas de las SS en una plaza urbana, el oficial Léon Degrelle desfiló junto a los voluntarios valones, acompañado por el general de las SS Josef “Sepp” Dietrich y Richard Jungclaus
El 2 de abril de 1944, durante una revista a las tropas de las SS en una plaza urbana, el oficial Léon Degrelle desfiló junto a los voluntarios valones, acompañado por el general de las SS Josef “Sepp” Dietrich y Richard Jungclaus. Foto: Wikimedia

Sobre Léon Degrelle, de Pablo Cuevas

La obra de Pablo Cuevas, Léon Degrelle, publicado por la editorial Pinolia, es el resultado de una meticulosa investigación que se adentra sin prejuicios en una de las trayectorias más controvertidas del siglo XX. Cuevas evita el sensacionalismo para ofrecer un análisis riguroso de un personaje que encarna como pocos la deriva del idealismo político hacia la locura totalitaria.

El libro arranca en la Bélgica de entreguerras, cuando un joven Léon Degrelle, criado en una familia católica conservadora, se convierte en una promesa del partido Católico. Su desencanto con las élites políticas y su obsesión por regenerar moralmente a la sociedad lo llevan a fundar el movimiento Rex, una formación populista con tintes religiosos que, en sus inicios, pretendía ser una tercera vía entre la democracia liberal y el marxismo. Sin embargo, muy pronto el proyecto degenera en un autoritarismo abiertamente fascista.

Uno de los grandes aciertos del libro es mostrar cómo Degrelle fue un político “coherente” en su visión del mundo, aunque esa coherencia le llevara a justificar alianzas con Hitler y a enviar compatriotas al frente del Este. No fue un títere ni un oportunista vulgar, sino un creyente absoluto en el Nuevo Orden nazi, hasta el punto de ofrecerse como voluntario para combatir en la Unión Soviética, liderar la Legión Valona y reclutar combatientes para las Waffen SS entre belgas, franceses e incluso españoles.

El autor profundiza en sus motivaciones ideológicas, sus vínculos personales con altos mandos nazis y sus acciones como soldado condecorado. Pero va más allá: la segunda mitad del libro se centra en los años del exilio en España, una etapa poco tratada en otras biografías. Allí, Cuevas nos proporciona desde los detalles de su espectacular llegada accidentada en avión, hasta los esfuerzos diplomáticos —nunca oficiales, siempre ambiguos— para concederle asilo. También expone los planes para secuestrarlo o asesinarlo, muchos de ellos reales, no simples leyendas.

Además, reconstruye la vida de Degrelle durante el tardofranquismo y la Transición. Cuevas documenta cómo su figura, ya anciana, reapareció en ambientes neofascistas y revisionistas como símbolo de resistencia ideológica, incluso cuando su nombre ya era una reliquia para la mayoría. Se analiza su presencia en prensa, sus escritos, las batallas judiciales por sus declaraciones negacionistas y su conversión en “mártir” de la extrema derecha internacional. Murió en 1994, sin haberse arrepentido jamás de su pasado ni de su devoción por Hitler.

El estilo del libro combina claridad narrativa con precisión documental. Cuevas, licenciado en Ciencias de la Información y máster en Historia Militar, demuestra un conocimiento sólido tanto del contexto político belga como del aparato militar alemán. Ya había revelado aspectos clave de la Segunda Guerra Mundial en títulos anteriores como Zelanda 1940/44, Amberes 1944 y Objetivo: invadir España, pero esta biografía supone un salto cualitativo por la complejidad del personaje y la amplitud temporal que cubre.

Sin duda alguna, Léon Degrelle es un libro fundamental no solo para quienes quieran entender al personaje, sino para reflexionar sobre los mecanismos de radicalización ideológica, la fragilidad de la democracia en tiempos de crisis, y el legado incómodo de quienes colaboraron activamente con el nazismo. Degrelle no fue un monstruo irracional, sino un fanático metódico. Y esa es, quizá, la mayor lección del libro.

Libro León Degrelle

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