Durante más de ocho décadas, la figura de Adolf Hitler ha sido diseccionada desde todos los ángulos posibles: político, militar, psicológico. Sin embargo, una nueva línea de investigación se ha atrevido a ir un paso más allá: el estudio genético. Un equipo multidisciplinar de historiadores y genetistas ha logrado lo que parecía impensable: secuenciar el ADN del dictador nazi a partir de una muestra de sangre hallada en el sofá donde, según los informes históricos, se quitó la vida en su búnker de Berlín el 30 de abril de 1945. El resultado no solo ha confirmado su identidad, sino que también ha abierto la puerta a revelaciones sorprendentes sobre su salud, su sexualidad y su comportamiento.
El viaje de una reliquia insólita
Todo comenzó con un trozo de tela. No cualquier tela, sino una manchada de sangre y extraída presuntamente del sofá donde Hitler se suicidó. Este fragmento fue recogido por un oficial estadounidense al final de la Segunda Guerra Mundial y pasó décadas guardado en colecciones privadas hasta terminar en un museo estadounidense. Con documentación que avalaba su procedencia y un estudio forense preliminar que la vinculaba a Hitler, se dio luz verde para su análisis genético.
El primer paso fue buscar una coincidencia genética con familiares vivos del dictador. Aunque Hitler no tuvo descendencia directa, hace más de una década investigadores europeos habían rastreado a parientes lejanos por línea paterna, de quienes ya se había extraído ADN. Esta línea genealógica fue clave: el análisis del cromosoma Y, que se transmite casi intacto de padres a hijos, permitió confirmar que la sangre pertenecía, sin lugar a dudas, al propio Hitler. El hallazgo ofrecía así una oportunidad única: estudiar el genoma completo de una de las figuras más controvertidas de la historia moderna.

Un cuerpo marcado desde el nacimiento
Lo que vino después no fue menos sorprendente. El análisis genético completo reveló que Hitler presentaba una mutación asociada al síndrome de Kallmann, una condición poco común que afecta la producción de hormonas sexuales. Entre sus síntomas más comunes se encuentran un bajo nivel de testosterona, escaso desarrollo de los órganos sexuales y falta de deseo sexual. Este dato arroja una nueva luz sobre una de las facetas más especuladas del dictador: su casi total desapego por las relaciones íntimas.
En un informe médico olvidado durante décadas y recuperado en 2010, se documenta una peculiaridad física detectada a Hitler durante su reclusión en la prisión de Landsberg en 1923, tras el intento fallido de tomar el poder en Múnich. Según este archivo, el dictador presentaba una anomalía conocida como criptorquidia unilateral, concretamente en el lado derecho, una condición en la que uno de los testículos no desciende correctamente al escroto durante el desarrollo fetal.
A lo largo del siglo XX, se tejieron muchas teorías sobre su sexualidad. Las memorias de antiguos allegados, la ausencia de descendencia y una vida afectiva cuidadosamente oculta alimentaron los rumores. El diagnóstico genético no confirma nada de forma concluyente, pero sí plantea un contexto biológico que podría explicar comportamientos documentados históricamente, como su aparente celibato y la rígida separación entre su vida pública y privada.
Incluso un informe médico redactado tras su encarcelamiento en los años veinte ya hablaba de una anomalía en sus órganos reproductores. Ahora, la genética proporciona una pieza que encaja con ese antiguo diagnóstico físico. No se trata de justificar, sino de comprender mejor una figura cuya vida personal ha estado cubierta por un velo de misterio y propaganda.
¿Un perfil genético predispuesto a los extremos?
Más allá de las condiciones médicas individuales, el estudio del ADN permitió calcular el llamado “riesgo poligénico” de Hitler para ciertas enfermedades mentales. Este indicador, que evalúa la probabilidad de desarrollar trastornos según la presencia acumulada de variantes genéticas, arrojó resultados notables: el dictador se encontraba en el 1 % más alto de la población en cuanto a predisposición genética para esquizofrenia, trastorno bipolar y autismo.
Cabe aclarar que estas puntuaciones no son diagnósticos. Muchos individuos con perfiles similares no desarrollan jamás ninguno de estos trastornos. Lo que resulta llamativo es la coincidencia de puntuaciones altas en los tres casos. Esta constelación genética podría, en combinación con factores ambientales como traumas infantiles, haber contribuido a moldear su personalidad. Hitler perdió a varios hermanos en la infancia, sufrió una relación tormentosa con su padre y quedó huérfano antes de los 20 años. Estos elementos, sumados a un perfil genético inusual, pudieron haber influido en el tipo de líder que llegó a ser.
Aun con toda esta información, los propios investigadores insisten en que no se debe caer en un determinismo biológico. El ADN no contiene “el gen del mal”. No se puede localizar el Holocausto en una cadena de nucleótidos. Lo que la genética permite es añadir una capa más al análisis histórico, enriquecer el retrato de un personaje que marcó el rumbo del siglo XX y plantear nuevas preguntas desde ángulos científicos.

Hitler fue una figura política sin parangón, cuyo ascenso al poder fue posible por una serie de condiciones sociales, económicas y culturales excepcionales. La crisis de posguerra, el resentimiento nacionalista, el antisemitismo latente y la debilidad de las instituciones democráticas en la Alemania de entreguerras jugaron un papel central. Ningún gen puede explicar por sí solo ese contexto. Pero comprender los factores individuales que contribuyeron a moldear su personalidad ayuda a matizar los grandes relatos históricos.
Esta no es la primera vez que se analiza el ADN de una figura histórica para entender su biografía desde una perspectiva médica. Casos como los de Napoleón, Beethoven o los zares rusos han demostrado cómo la genética puede confirmar sospechas, desmontar mitos o, como en este caso, aportar claves que solo la ciencia puede ofrecer.
¿Reescribir la historia desde el laboratorio?
Los resultados de este estudio no cambiarán los hechos históricos, pero sí invitan a reinterpretarlos con una lente más compleja. La frialdad clínica de un diagnóstico genético contrasta con la brutalidad de sus acciones políticas. Pero si algo aporta esta investigación es una invitación a mirar el pasado desde todas las disciplinas posibles: historia, medicina, psicología y biología.
¿Tenía Hitler alguna dolencia que afectara su juicio? ¿Su abstinencia sexual fue una elección ideológica o una imposición biológica? ¿Influyeron sus posibles trastornos mentales en su obsesión por el control absoluto? No hay respuestas definitivas, pero sí una constatación: incluso el mayor de los dictadores es, al fin y al cabo, un ser humano con un cuerpo, con genes, y con una historia personal más compleja de lo que cabría imaginar.