En las bulliciosas calles de las ciudades romanas, los ricos desfilaban en carruajes, vestían túnicas finas y ofrecían banquetes fastuosos. Pero en el remoto puerto de Berenike, a orillas del mar Rojo, un nuevo símbolo de estatus emergía despuntaba entre los demás, los monos. No eran simples mascotas, sino señales vivientes de poder, riqueza y conexiones comerciales lejanas. En algunos casos, incluso tenían sus propios “animalitos de compañía”, como cerditos o gatitos. Esta escena, que podría parecer salida de una fábula, tiene hoy respaldo arqueológico.
Una reciente investigación ha documentado el entierro de 35 monos en un cementerio de animales en Berenike, Egipto, un enclave estratégico del Imperio romano durante los siglos I y II. El estudio, publicado en el Journal of Roman Archaeology, revela que muchos de estos primates eran especies exóticas provenientes de la India, y que recibieron sepulturas cuidadosamente preparadas, con objetos valiosos e incluso animales más pequeños enterrados junto a ellos. Los autores proponen que estas prácticas no eran simples muestras de afecto, sino expresiones deliberadas de estatus social entre los altos mandos militares romanos.
Un puerto romano a orillas del desierto
Berenike, en la costa oriental de Egipto, fue una de las terminales clave del comercio romano con el océano Índico. Allí llegaban especias, piedras preciosas y animales exóticos procedentes de la India, Arabia y África oriental. En este contexto multicultural y mercantil, los oficiales romanos asentados en el puerto no solo velaban por la seguridad de las rutas, sino que también adoptaban ciertas costumbres locales o adaptaban otras para expresar su lugar en la jerarquía imperial.
Las excavaciones realizadas en las afueras del puerto han revelado un cementerio de animales con cerca de 800 sepulturas. De ellas, 35 corresponden a monos, una cifra llamativa si se considera la rareza de estos animales en contextos romanos. El análisis osteológico permitió identificar a los ejemplares como macaques rhesus y bonnet, originarios del subcontinente indio. Uno de los hallazgos más sorprendentes del estudio es que “las sepulturas de Berenike con monos de esta especie son la primera indicación inequívoca de una importación organizada de primates no humanos desde más allá del océano”.
Este dato confirma la existencia de un comercio vivo de animales exóticos que no solo cruzaban el mar Rojo, sino que eran trasladados con vida a asentamientos romanos para convertirse en compañeros de la élite.

Mascotas de élite y entierros de lujo
Los enterramientos de estos primates ofrecen pistas concretas sobre el estatus de sus propietarios. Alrededor del 40 % de las tumbas de monos contenían ajuares funerarios, en claro contraste con las tumbas de perros o gatos del mismo lugar, donde apenas un 3 % incluía objetos. Entre los elementos hallados hay collares, recipientes con comida, caracolas iridiscentes y tejidos cuidadosamente colocados. Uno de los ejemplares incluso fue enterrado con un cerdito, mientras que otro tenía a su lado un cachorro y un gatito.
Estos elementos no son meros adornos. Indican una relación especial entre humanos y animales, donde los monos no solo eran vistos como mascotas, sino como parte del entorno doméstico y social del propietario. En palabras del equipo de investigación: “El cerdito, las conchas, el trapo y la cesta con su contenido indudablemente ‘pertenecían’ al joven macaco”. Además, algunos entierros incluían marcadores funerarios, lo que refuerza la idea de un trato casi humano hacia estos animales.
La combinación de restos óseos, ajuar y disposición de las tumbas ha llevado a los arqueólogos a concluir que estos primates pertenecían, probablemente, a oficiales romanos de alto rango. “Tener un macaco indio atado con una correa habría sido una forma de exhibir un estatus especial como explorador de tierras exóticas, una persona con experiencias extraordinarias y conexiones lejanas”, afirman los autores.
Compañeros cuidados, pero no siempre bien alimentados
Aunque los hallazgos reflejan un cuidado evidente hacia los monos, también hay signos de dificultad. Algunos cráneos analizados, en particular de macacos rhesus, muestran señales de malnutrición. Esta deficiencia, según el estudio, no parece deberse a negligencia o maltrato, sino a las complicaciones logísticas de alimentar a estos animales en un entorno tan aislado como Berenike, donde el acceso a frutas y verduras frescas era limitado.
Este detalle aporta un matiz importante: tener un mono era costoso no solo por su adquisición, sino también por su mantenimiento. Alimentarlos adecuadamente implicaba acceso constante a productos perecederos, lo cual refuerza la idea de que estos animales eran exclusivos de quienes tenían medios para afrontar ese desafío. La posesión de un mono no era, por tanto, una decisión casual, sino un marcador visible de poder económico y redes comerciales eficientes.
Un símbolo antiguo que resuena en el presente
Más allá de su valor histórico, este hallazgo nos conecta con comportamientos aún vigentes. Las clases acomodadas de distintas épocas han recurrido al uso de animales exóticos como forma de distinguirse del resto. En la actualidad, aunque bajo otras normas éticas, sigue habiendo personas que coleccionan especies raras como demostración de estatus o estilo de vida. En el mundo romano, este fenómeno también estaba presente, pero con particularidades propias: los monos no solo vivían en las casas, también eran enterrados con honores.
La dimensión simbólica del mono como criatura “semi-humana” ya había sido mencionada por autores antiguos como Plinio el Viejo. Esta percepción pudo haber influido en el modo en que eran tratados: ni enteramente animales, ni comparables a los humanos, ocupaban un lugar intermedio en el imaginario romano. El estudio sugiere que “poseer un mono podía haber sido un elemento de identidad, un marcador distintivo del lugar privilegiado que se ocupaba en la sociedad local”.
La importancia de mirar a los márgenes
Uno de los aspectos más relevantes de este hallazgo es que ocurrió en un lugar periférico del Imperio, y no en su núcleo. Berenike era un puerto lejano, aislado, y sin embargo, en él se daban prácticas altamente simbólicas y sofisticadas. Este tipo de descubrimientos invita a repensar la idea de que la “civilización romana” se concentraba únicamente en Roma o sus grandes urbes. También en las fronteras, en las rutas de comercio y en los enclaves estratégicos, se desarrollaban formas complejas de vida social, marcadas por el intercambio de bienes, ideas y costumbres.
En este sentido, los monos de Berenike no son solo una rareza arqueológica. Constituyen una ventana concreta a las dinámicas de identidad, poder y globalización temprana en el mundo romano. Reflejan cómo las conexiones entre Egipto, India y Roma no eran abstractas ni esporádicas, sino que se encarnaban en objetos, rituales y también en animales vivos, con nombre propio y lugar en la memoria de quienes los cuidaron.
Referencias
- Marta Osypińska, Piotr Osypiński e Iwona Zych. A centurion’s monkey? Companion animals for the social elite in an Egyptian port on the fringes of the Roman Empire in the 1st and 2nd c. CE, Journal of Roman Archaeology (2025). https://doi.org/10.1017/s1047759425100445.