Durante siglos, el gato doméstico ha sido una figura misteriosa y esquiva, tanto en los hogares como en la historia. De silencioso cazador de ratones a icono del internet, su viaje evolutivo ha sido contado a menudo con tintes románticos: una alianza espontánea entre humanos y felinos en los albores de la agricultura, hace unos 9.500 años, en el Creciente Fértil. Sin embargo, un nuevo y ambicioso estudio genético viene a poner patas arriba esa historia.
Publicado en la revista Science, el trabajo liderado por Claudio Ottoni y Greger Larson analiza 225 restos de gatos procedentes de casi un centenar de yacimientos arqueológicos de Europa, Turquía y el norte de África, abarcando más de 10.000 años de historia. A través de técnicas de ADN antiguo y dataciones por radiocarbono, el equipo reconstruyó 87 genomas completos, tanto de felinos modernos como antiguos, y lo que encontraron podría cambiar nuestra comprensión sobre uno de los animales más queridos del planeta.
No nacieron en el Creciente Fértil, sino en el norte de África
Hasta ahora, la hipótesis más extendida situaba el inicio de la domesticación felina en la región del Levante, coincidiendo con la aparición de los primeros asentamientos agrícolas. Se creía que los gatos salvajes se acercaban a las cosechas atraídos por los roedores, y que los humanos, al comprobar su utilidad como controladores naturales de plagas, acabaron aceptándolos como compañeros. Las pruebas arqueológicas más citadas eran un enterramiento conjunto de humano y gato en Chipre, datado en torno al 7.500 a.C., y diversas representaciones artísticas en el antiguo Egipto.
Pero el nuevo estudio demuestra que esos primeros felinos no eran aún los antecesores de nuestros gatos actuales. Genéticamente, se trataba de gatos monteses europeos (Felis silvestris), cuya apariencia es prácticamente idéntica a la del gato doméstico, lo que habría inducido a error a generaciones de arqueólogos.

Los primeros gatos genéticamente similares a los domésticos modernos —Felis catus— aparecen en Europa hace apenas 2.000 años, en plena expansión del Imperio romano. Y sus raíces, según los investigadores, no están en el Creciente Fértil, sino en el norte de África, más concretamente en poblaciones de Felis lybica lybica, el gato montés africano que todavía hoy habita regiones como Túnez y Marruecos.
Los romanos y los comerciantes, los grandes difusores del gato
El hallazgo cambia radicalmente el mapa de la domesticación felina. Ya no hablamos de una historia de diez mil años centrada en Asia occidental, sino de una expansión mucho más reciente y rápida, que se inicia con civilizaciones mediterráneas como la fenicia o la púnica. Estas culturas marinas y comerciales habrían transportado a los primeros gatos domesticados a islas como Cerdeña y Sicilia, y desde allí, su presencia se fue extendiendo por las rutas del comercio y la guerra romanas.
El estudio ha identificado restos felinos genéticamente domésticos en campamentos militares romanos de Austria, Serbia o Reino Unido, lo que sugiere que los soldados romanos llevaban consigo a estos animales, probablemente como controladores de roedores en las raciones de grano. También se han hallado gatos domesticados en puertos y villas romanas, lo que apunta a su integración en la vida cotidiana del Imperio.
Uno de los descubrimientos más reveladores es el de una población de gatos salvajes en Cerdeña que, aunque parecidos a los modernos, presentan una firma genética única. Estos gatos no serían descendientes de los europeos ni de los modernos domésticos, sino de un linaje intermedio originado también en el norte de África. Una pista más que refuerza el papel central del Mediterráneo occidental en esta historia.
China: un caso aparte con otra especie de gato
Mientras tanto, al otro lado de Asia, otra historia felina se desarrollaba en paralelo. Un segundo estudio publicado en Cell Genomics, liderado por Shu-Jin Luo, ha demostrado que en China, desde hace más de 5.000 años, los humanos convivieron con un tipo de gato completamente distinto: Prionailurus bengalensis, conocido como gato leopardo.
A diferencia del gato doméstico, este pequeño felino silvestre asiático nunca fue completamente domesticado. Su relación con los humanos fue lo que los científicos denominan “comensal”: compartían espacio y recursos (principalmente roedores), pero sin una domesticación real. Curiosamente, este gato leopardo aún vive en libertad en muchas zonas de Asia, aunque hoy está más alejado de los núcleos urbanos.
Los verdaderos gatos domésticos, procedentes del norte de África y Oriente Medio, no llegaron a China hasta hace apenas 1.300 años, durante la dinastía Tang, probablemente a través de la Ruta de la Seda. Desde entonces, reemplazaron gradualmente al gato leopardo en los entornos humanos.
Una domesticación sin domesticadores
Una de las conclusiones más fascinantes del estudio es que el gato se domesticó a sí mismo. A diferencia del perro, cuya evolución ha estado muy influida por la intervención humana, el gato ha seguido su propio camino. Fue su capacidad de adaptación a entornos humanos —su “plasticidad ecológica”— lo que marcó su éxito evolutivo.
Los gatos se integraron en granjas, villas, ciudades, barcos y campamentos militares, aprendiendo a convivir con las personas sin necesidad de grandes cambios físicos ni conductuales. Esta autonomía también explica por qué la diferencia entre un gato salvaje y uno doméstico es tan sutil, y por qué todavía hoy muchos gatos pueden volver a la vida salvaje con relativa facilidad.

La historia aún no está completa
Aunque este nuevo mapa genético resitúa el origen del gato doméstico en el norte de África hace unos 2.000 años, todavía quedan muchas piezas por encajar. El propio equipo de Ottoni reconoce que hay escasez de restos felinos antiguos en regiones clave como Egipto, donde se conservan momias de gatos que podrían contener ADN decisivo para trazar los primeros pasos del proceso de domesticación.
El reto es técnico: el ADN antiguo es frágil, y extraerlo de momias o restos arqueológicos degradados requiere tecnología avanzada y una dosis de suerte. Pero cada nuevo genoma aporta un fragmento de un rompecabezas que sigue fascinando tanto a científicos como a amantes de los gatos.
Por ahora, lo que sí ha quedado claro es que la historia del gato doméstico no es la que creíamos. No nació entre los graneros del Levante, sino en las costas del norte de África. Y su conquista del mundo no fue lenta y ancestral, sino rápida, reciente y cargada de misterio.