El aumento de la obesidad, la diabetes y los tumores en animales no es una anécdota veterinaria, es una señal de que algo está cambiando en el mundo que compartimos con ellos. Un trabajo reciente, publicado en Journal of Archaeological Science, basado en datos de distintas especies y entornos, muestra que trastornos antes vistos como “humanos” se extienden a perros, gatos, vacas, peces, ballenas y otros animales. Esta tendencia obliga a mirar de nuevo cómo vivimos y cómo gestionamos nuestros ecosistemas, porque lo que enferma a los animales no es ajeno a nuestra propia salud.
Los veterinarios llevan años alertando de un aumento constante de casos de obesidad, diabetes y enfermedades cardíacas en mascotas y animales de granja, y ahora el fenómeno también aparece en fauna marina y terrestre. Lo preocupante es que este patrón se repite en entornos muy distintos, desde hogares urbanos hasta reservas naturales. Esa coherencia indica que no estamos ante situaciones aisladas, sino ante un cambio profundo en el equilibrio entre animales y ambiente.
En los hogares, perros y gatos viven más años, comen más calorías de las que necesitan y se mueven menos, lo que facilita la aparición de trastornos metabólicos. El sobrepeso se ha convertido en el punto de partida de muchos otros problemas, incluyendo la diabetes felina, que ha ido aumentando de forma sostenida durante los últimos años. Aunque cada especie presenta características propias, el mensaje es claro: los estilos de vida también afectan a los animales.
En la ganadería intensiva ocurre algo similar. Vacas sometidas a altas exigencias productivas muestran trastornos metabólicos durante etapas clave de su ciclo, y en cerdos se observan enfermedades degenerativas vinculadas a condiciones de cría muy demandantes. La salud animal empieza a reflejar límites que el sistema productivo ya no puede ignorar, porque estos trastornos afectan tanto al bienestar de los animales como a la eficiencia del propio sector.

La genética importa, pero el entorno manda
Una parte del problema tiene raíces biológicas. Ciertas razas de perros y gatos, seleccionadas durante décadas por su apariencia, han quedado con una predisposición mayor a enfermedades del corazón o trastornos hormonales. La selección artificial ha dejado huellas claras en la salud de muchos animales domésticos, y los veterinarios llevan años advirtiendo del riesgo de seguir priorizando la estética sobre la robustez genética.
En el ámbito ganadero, la búsqueda de animales más productivos también ha aumentado la vulnerabilidad a ciertos problemas. Es el caso de bovinos seleccionados para producir más leche o cerdos seleccionados para crecer más rápido, que desarrollan enfermedades metabólicas y articulares con mayor facilidad. Cuando se lleva la genética al límite, el cuerpo responde con señales de sobrecarga, y esas señales se están acumulando.
Sin embargo, la genética no lo explica todo. Las condiciones ambientales son el detonante que convierte esas predisposiciones en enfermedades. Dietas inadecuadas, espacios limitados, estrés crónico y cambios bruscos de temperatura favorecen la aparición de dolencias que antes eran poco frecuentes.
El entorno moderno se ha convertido en un factor decisivo para el desarrollo de enfermedades crónicas, incluso en especies que viven lejos de los humanos.
La huella humana en la salud de la fauna
Fuera de las ciudades y las granjas, la fauna silvestre también sufre enfermedades crónicas vinculadas a actividades humanas. En estuarios y zonas costeras contaminadas se han detectado tasas elevadas de tumores hepáticos en peces y mamíferos marinos, asociadas a sustancias industriales. Los contaminantes ambientales están dejando un impacto directo y medible en la salud de animales salvajes, lo que preocupa especialmente a los especialistas en conservación.
En el océano, los cambios de temperatura provocados por el calentamiento global están alterando el metabolismo de especies enteras, debilitando sus defensas y aumentando la presencia de enfermedades cardíacas y tumores en peces y tortugas. Los cambios ambientales actúan como un acelerador de problemas de salud ya existentes, creando escenarios difíciles de controlar. Este tipo de fenómenos deja claro que los impactos del clima no son abstractos: se observan en organismos concretos.
Incluso especies emblemáticas, como algunas ballenas, muestran enfermedades gastrointestinales vinculadas a la exposición prolongada a contaminantes. La fauna marina se ha convertido en un indicador claro de los efectos de la contaminación y el deterioro del ecosistema, porque su salud refleja rápidamente los cambios del entorno.
Estos hallazgos confirman que los animales están recibiendo el impacto directo de los problemas ambientales que genera la actividad humana.

Por qué necesitamos vigilar mejor las enfermedades crónicas
Aunque las enfermedades infecciosas suelen llevarse toda la atención, las dolencias no transmisibles avanzan sin que existan sistemas de vigilancia sólidos. A diferencia de lo que sucede con las enfermedades humanas, hay muy pocos datos globales sobre cáncer, diabetes o problemas cardíacos en animales. La falta de información dificulta anticipar tendencias y desarrollar estrategias de prevención, lo que deja a muchas especies en situación vulnerable.
La autora del estudio señala que, sin diagnósticos tempranos, los animales enferman sin que los expertos puedan reaccionar a tiempo. Esto es especialmente grave en animales silvestres, donde detectar tumores o enfermedades metabólicas es complicado.
La ausencia de vigilancia en fauna salvaje es uno de los puntos críticos que impide intervenir antes de que los problemas se agraven, un vacío que también afecta a la gestión de ecosistemas completos.
Contar con datos comparables ayudaría a identificar patrones comunes entre especies y regiones. Esto permitiría actuar de forma más precisa, ya sea modificando dietas en mascotas, ajustando prácticas ganaderas o protegiendo áreas sensibles a la contaminación. El estudio propone un marco común que permita unir datos, criterios y soluciones, evitando que cada sector trabaje de forma aislada.

One Health y EcoHealth: una mirada conjunta
El trabajo propone unir dos enfoques complementarios: One Health, centrado en cómo se relacionan la salud humana, animal y ambiental, y EcoHealth, que estudia la salud desde la perspectiva del ecosistema. La integración de estos enfoques permite comprender cómo interactúan los factores genéticos, sociales y ambientales, ofreciendo una mirada más completa del problema.
Esta visión conjunta facilita diseñar medidas que funcionen a diferentes escalas. A nivel individual, se pueden mejorar los cuidados de mascotas y las prácticas de manejo en granjas.
A nivel poblacional, se pueden ajustar sistemas de cría y monitoreo. Y a nivel ambiental, proteger ecosistemas y reducir contaminantes. El estudio plantea que actuar de forma coordinada mejora la prevención y reduce la aparición de enfermedades crónicas, tanto en animales como en humanos.
El objetivo final es desarrollar una vigilancia que abarque a humanos, animales y ecosistemas, porque la salud de unos repercute inevitablemente en los otros. Esta idea no solo orienta la investigación, sino también las políticas necesarias para enfrentar una crisis de salud que está creciendo fuera del radar.
Referencias
- Thiry, Médard y Milnes, Anthony. 2024. “Reports Engineered ‘landmarks’ associated with Late Paleolithic engraved shelters”. Journal of Archaeological Science: Reports, 55: 1-25. DOI: 10.1016/j.jasrep.2024.104490