Salen a la luz los años más desconocidos de Léon Degrelle: así fue la infancia del líder belga que pasó de monaguillo ejemplar a comandante de las SS en el frente ruso

Antes de ser un ferviente nazi, Léon Degrelle fue un niño católico criado entre uniformes, scouts y sermones.
Revelan los orígenes secretos de Léon Degrelle, el niño prodigio católico que acabaría liderando tropas nazis en el frente del Este
Revelan los orígenes secretos de Léon Degrelle, el niño prodigio católico que acabaría liderando tropas nazis en el frente del Este. Foto: Wikimedia/Pinolia/Christian Pérez

Antes de convertirse en uno de los colaboracionistas más célebres —y controvertidos— del siglo XX europeo, Léon Degrelle fue un niño travieso, educado en la fe católica más rigurosa, criado entre barriles de cerveza y sermones dominicales. Su historia no empezó en un campo de batalla ni en un mitin fascista, sino en una tranquila villa de la Bélgica francófona, Bouillon, muy cerca de la frontera francesa. Allí, en el seno de una familia acomodada y profundamente católica, nació en 1906 el futuro fundador del movimiento rexista. Pero pocos podrían haber imaginado que ese chico de buena familia, de misa diaria y excelente caligrafía, acabaría liderando tropas bajo la bandera de las Waffen SS.

La infancia de Degrelle transcurrió en un entorno tan próspero como ideológicamente férreo. Su padre, cervecero, empresario y político local, fue un firme militante del Partido Católico belga. Su madre, hija de un notable conservador, aportó el linaje y la disciplina doméstica. En su casa se hablaba francés, se practicaba la religión con devoción casi monástica y se veneraban tanto la monarquía como los valores tradicionales. El joven Léon lo absorbió todo con naturalidad: las procesiones, los rezos, la figura del padre autoritario y la necesidad de dejar huella. Porque, desde temprano, Degrelle fue un muchacho con hambre de protagonismo.

La Primera Guerra Mundial dejó huella en su memoria. Durante la ocupación alemana, su hogar fue requisado por el ejército invasor. Mientras los oficiales alemanes se apropiaban del comedor, la familia se refugiaba en las buhardillas. Años después, Degrelle recordaría aquella época como una combinación de privaciones y fascinación: coleccionaba botones militares mientras soñaba con la gloria. La guerra, lejos de apagar su entusiasmo, encendió en él una visión épica del mundo: una visión en blanco y negro, donde la lealtad, el orden y el sacrificio se convertían en los pilares de su joven conciencia.

Durante su adolescencia, Degrelle se volcó en los movimientos juveniles católicos, se unió al escultismo y publicó sus primeros escritos. Ya entonces alternaba una disciplina espartana con accesos de rebeldía intelectual. Leía con fervor a los autores nacionalistas franceses, como Charles Maurras, y despreciaba lo que consideraba la tibieza del sistema democrático. Con apenas veinte años, se encontraba ya en la órbita de los sectores más conservadores del catolicismo belga. Aún no era un político, pero ya era un creyente. Y eso lo marcó para siempre.

Ese joven inquieto, católico intransigente y alumno irregular, se convertiría años más tarde en el rostro del fascismo belga. Pero sus raíces, sus primeros escarceos con el periodismo, su visión del mundo y sus primeros choques con la jerarquía católica se forjaron mucho antes, en los años convulsos de su formación. Comprender esa etapa es fundamental para entender lo que vino después: el culto a Hitler, la colaboración con los nazis y el exilio dorado en la España franquista.

A continuación, te dejamos en exclusiva uno de los capítulos más reveladores del libro Léon Degrelle, de Pablo Cuevas, publicado por la editorial Pinolia.

Infancia y juventud, escrito por Pablo Cuevas

Es 15 de junio de 1906, nueve en punto de la mañana. Nace en la casa de sus padres, en el pueblo de Bouillon, provincia belga de Luxemburgo, y a escasos cinco kilómetros de Francia, quien será bautizado bajo los nombres de Léon Joseph Marie Ignace. Hijo de Édouard-Edmond-Joseph Degrelle, de 34 años, ingeniero cervecero, y de Marie-Louise Boever. Además de sus hermanas mayores, Marie, Jeanne y Madeleine, tuvo un hermano mayor, Édouard, que murió a los veinte meses de una meningitis,1 así que es el quinto hijo para sus padres, que después tuvieron otros tres retoños: Louise-Marie, otro Édouard (el reciclaje de los nombres es normal en la época) y Suzanne. Siguiendo los usos de entonces, será el primogénito, con todo lo que ello comporta como futuro heredero y cabeza de familia.

Édouard Degrelle era originario de Solre-le-Château, un pequeño pueblo francés muy cerca de Bélgica. Cursó estudios de ingenieur brassieur (ingeniero cervecero), entre otras, en la Universidad Católica de Lovaina. A los veinticinco años tiene la oportunidad de conseguir en traspaso el negocio del mâitre brasseur (maestro cervecero) Jules Villaume, que se retira y busca a alguien que siga explotando su fábrica en Bouillon. Las relaciones después del traspaso siguieron siendo buenas, pues, nueve años más tarde, Villaume será uno de los testigos que firme el acta de nacimiento de Léon. Ya establecido, Édouard conoce en una reunión política a Marie-Catherine, la hija mayor del jefe del Partido Católico en la región, el doctor Boever. El flechazo parece ser que fue instantáneo. Se casaron el 12 de junio de 1895. Édouard a los 23 años, y su esposa con 28. Y el matrimonio resultó muy beneficioso para el asentamiento de Degrelle. En cuanto se nacionaliza belga, milita en el Partido Católico, se hace miembro del consejo provincial, y se convierte en uno de los puntales de la comunidad. Será diputado provincial permanente desde 1925. También es administrador de varias sociedades, de las que la más importante quizá sea la compañía eléctrica de la región.

Un propietario de una fábrica, diputado y administrador de varias empresas ni ahora ni en 1906 se podía calificar «de clase media bien acomodada», como gustan etiquetarlo los admiradores de su hijo. Y, de hecho, Léon gastará (o invertirá, según como se mire) la mayor parte de la fortuna de su familia en su carrera política.

En 1936, un Léon exultante, recién salido de las urnas, permite que un admirativo Robert Brasillach escriba su biografía, casi toda en forma de entrevista. En ella, Degrelle describe a su padre como «un cervecero». Y atribuye su establecimiento en Bélgica a las «leyes antirreligiosas» de Francia en 1901. Ciertamente, la diferencia que podían percibir unos fervientes católicos entre la Francia republicana y una Bélgica en la que el Partido Católico gobernaba ininterrumpidamente desde 1884 debía de ser notable. Pero la oportunidad de negocio que supone la fábrica de cerveza no se menciona. Muchos años más tarde, a la hora de hablar de su familia en la extensa entrevista de cuatrocientas páginas de Charlier, no mencionará ni la fábrica ni la cerveza.

La ocupación, 1914-1918

Léon tiene nueve años cuando los alemanes ocupan casi sin combates el Luxemburgo belga. La familia Degrelle se ve confinada a unas pocas habitaciones y a las buhardillas de su propia casa, que los alemanes eligen para albergar un estado mayor. Desaparecerán gallinas de los patios, y botellas de las bodegas, pero no todo son desgracias. La fábrica tiene más clientes que nunca, y deben aumentar la producción de cerveza. Degrelle recuerda el cabalgar magnífico de los ulanos o su colección de botones militares, pero lo cierto es que el primer invierno debe superar una doble neumonía bastante seria. Ante Brasillach y para un público francés en 1936, recuerda esa época como especialmente dura: «… las privaciones, el odio al invasor. Cuando solo se comía carne una vez a la semana, cuando nuestros padres y amigos eran fusilados en Lovaina». Con la retirada alemana llegan, además, las felicitaciones al padre en forma de Légion d’Honneur, ya que ha usado su red comercial para espiar los movimientos de las tropas invasoras. Sus adversarios políticos intentarán resaltar que difícilmente es un buen patriota quien se ha lucrado vendiendo cerveza a los invasores, pero lleva a juicio al periodista calumniador, y gana el caso. Con el armisticio, los niños Degrelle descubren las naranjas, que no recuerdan haber visto hasta entonces. Pero el final de la guerra también supondrá alguna amargura: el 18 de noviembre de 1918, el pequeño Édouard, de nueve años, se destroza la mano derecha al jugar con el detonador de una granada. A pesar de todo, no ha sido una mala época para los Degrelle. Por comparación, los recuerdos de infancia del historietista y cantante de ópera Edgar P. Jacobs, dos años mayor que Degrelle, son de pasar verdadera hambre y frío en Bruselas, donde escasean el pan y el carbón. Desde luego, Léon, pese a sus posteriores lecturas del feroz germanófobo que es Maurras, no tiene prejuicios sobre su pueblo ni sobre su cultura.

Léon Degrelle, con el rango de Hauptsturmführer de las SS, posa para un retrato oficial en el que luce de forma destacada la Cruz de Caballero al cuello
Léon Degrelle, con el rango de Hauptsturmführer de las SS, posa para un retrato oficial en el que luce de forma destacada la Cruz de Caballero al cuello. Foto: Wikimedia/Christian Pérez

Adolescencia. Degrelle, el scout

En el colegio episcopal de Bouillon, bajo la dirección del abate Poncelet, desde el principio destaca como un niño no muy amante de la disciplina, pero aplicado y estudioso, sobre todo en geografía. Le encanta dibujar mapas de pasados imperios de memoria. Y eso que cuenta con lo que entonces se considera una gran desventaja: es zurdo. Un defecto que corregirá gracias a su fuerza de voluntad, y que lo hará llegar a ser ambidextro.

En el comienzo de la narración de la biografía de cualquier persona notable, la tradición marca que se elija algún prodigio, alguna señal que en la infancia anuncie su futura grandeza. En este caso, la hazaña que destacan los hagiógrafos españoles de Degrelle fue haber publicado un artículo a los dieciocho años en un periódico local que había fundado su abuelo, y en el que también participaba su padre. Bravo. Pero ¿por qué no quieren recordar los poemas que lleva publicando desde los quince años? ¿Ignorancia, olvido o intento deliberado de disimular una vocación literaria anterior a la política? Dada la repetición acrítica siempre de los mismos datos y textos, es más probable lo primero, pues el mismo Degrelle no tiene ningún inconveniente en hablar de estos primeros versos en la extensa entrevista televisiva que le hizo Jean-Michel Charlier, publicada en forma de libro varias veces en España.

Un jovencito dinámico como Léon no pudo por menos que ingresar cuando le fue posible en el recién nacido escultismo. Los boy scouts en Bélgica cuentan con dos organizaciones separadas: una católica y otra aconfesional, donde acuden los hijos de los seguidores del Partido Liberal. Aunque es evidente que los niños del pueblecito de Bouillon no tienen tanta necesidad de ir por ahí a conocer la naturaleza como los de una gran ciudad, recorrer los bosques de las Ardenas, vestir un uniforme y acampar en sus montañas se considera entonces una excelente forma de forjar una juventud sana, alejando de los peligros del ocio y la molicie a los adolescentes de familias acomodadas, que no necesitan poner a trabajar a sus hijos. Y no: aunque ambos pertenecen a la misma organización scout católica, y se llevan solo once meses de diferencia de edad, Degrelle no coincidirá aún con el bruselense Georges Remi, el futuro Hergé.

Léon no tarda en ser ascendido a portaestandarte, y más adelante a sargento mayor. También es miembro de un club ciclista. Pero de estos temas no le gustará hablar mucho, no sea que le tengan por un buen chico, dócil y obediente. Cuando de nuevo rememore esta época de su vida en 1976, hablará de extensos viajes en bicicleta pero en solitario, nada como boy scout o como miembro de una asociación. Prefiere presumir ante Brasillach de haber sido algo gamberro, pero, eso sí, dentro de un orden. Y pasa a contarle que a los veintidós años, en enero de 1928, junto con otros estudiantes universitarios, había irrumpido en una exposición sobre la Revolución soviética, rompiendo entre otras cosas un busto de Lenin. Ya antes se habían atrevido a abuchear la conferencia de un tal padre Hénusse sobre los crímenes pasionales, tema que les parecía ridículo que tratase un sacerdote.

De lo que no hay duda es del ferviente catolicismo de la familia, de comunión y misa diaria. Su hermana mayor, Marie, ingresará en un convento cercano. Tres tíos de Léon, hermanos de su padre, y tres tíos abuelos son jesuitas. Así que es natural que, después de pasar por el instituto Saint-Pierre de Bouillon, sección de letras puras, Léon a los dieciocho se haya matriculado en uno de sus colegios universitarios, el Notre-Dame de la Paix de Namur, para estudiar Derecho. Y es allí, y no rompiendo bustos de Lenin, donde tiene lugar el primero de sus «escándalos» políticos. La revista estudiantil Cuadernos de la juventud católica había publicado una encuesta: «Entre los escritores de los últimos veinticinco años, ¿a cuál consideras tu maestro?». Degrelle hizo campaña por Maurras,24 justo cuando Pío XI había situado varios de sus libros en el Índice, y cuando peor se llevaba con la Iglesia. Y Maurras sacó 174 votos, frente a 123 de Bourget, 81 para Barrès, y un puñado de otros varios, entre los que figuraba el cardenal Mercier, hasta un total de 443 sufragios. La victoria es menos insignificante de lo que parece: antes de las desavenencias con la Iglesia, Maurras era el polemista y escritor de extrema derecha más influyente de Europa. A ratos agnóstico, a ratos ateo, monárquico sin rey, antiparlamentario, antiliberal y profundamente antialemán y antisemita, mantuvo esa influencia tanto antes como después de la Primera Guerra Mundial. El padre Lemaître de Namur era de los más destacados antimaurrasianos que tenía la Iglesia, que veía en él un «anticristianismo irremediable», y tenía mucha influencia en la universidad y en la revista. Así que no fue un logro pequeño entre antidemócratas que Degrelle ganara esta votación para Maurras en el que, a fin de cuentas, era el mayor medio de expresión de los estudiantes católicos locales.

Para el actual presidente de la Asociación de Amigos de Léon Degrelle, todo esto se resume en: «Como muchos otros de los (sic) jóvenes belgas, estudiaría en los jesuitas y en la Universidad Católica de Lovaina, donde se licenció en Leyes, entrando en contacto con lo mejor de la intelectualidad católica de la época y siendo influenciado ideológicamente por el gran pensador francés Charles Maurras.»

No hubo reconciliación entre el Vaticano y el escritor ultraderechista hasta que fue nombrado miembro de la Academia Francesa en 1938 y fue revocada la prohibición de sus libros por el Santo Oficio.

Estudios universitarios. De la prensa estudiantil al Vingtième Siècle

Pero tanta actividad fuera de las aulas tiene sus consecuencias: unos exámenes desastrosos. Degrelle deja Derecho en Namur y se traslada a la Universidad Católica de Lovaina para estudiar Filosofía y Letras. Obtiene buenas calificaciones en los dos primeros años, y cursa además primero de Filosofía Tomista, pero los abandona y se matricula en Derecho y Ciencias Políticas, que considera más adecuados a su futura carrera. Aun así, el Derecho se le atraganta. Y es que también prosigue con sus actividades extrauniversitarias. En octubre de 1927, monseñor Picard le nombra director de Avant-Garde, la revista de los estudiantes de la Universidad Católica de Lovaina. Al año siguiente, la revista comienza a publicar un folletín con un título bastante paródico: La barba ensangrentada, gran novela de aventuras académicas en veinte episodios, auténtica, verídica y real. Por él desfilan personajes que son claras caricaturas de varios profesores distinguidos, ministros de Francia, un fiscal general… y lo firma nada menos que Alejandro Dumas nieto. La trama está lo suficientemente elaborada como para que algunos puedan tragársela o por lo menos tengan dudas sobre si es una farsa. Avant-Garde, que nunca ha vendido los 2000 ejemplares que tiene de tirada, da beneficios y llega en un número especial, en el que revela toda la broma, a las 10 000 copias, una cifra muy respetable para una revista de estudiantes universitarios. Pero eso no le parece suficiente; en sus declaraciones a Charlier en 1976 ampliará el número a 100 000.

Degrelle también escribe varios libritos de ensayo, más bien folletos, con voluntad polemista. Quizás el más interesante para el futuro es Furore teutonico o la historia de las escaleras de la biblioteca de Lovaina, veinticinco páginas defendiendo la postura de la Iglesia de no inscribir en las escalinatas de la reconstruida biblioteca de Lovaina una inscripción en latín que recordase que los alemanes habían incendiado su biblioteca universitaria y los norteamericanos la habían reconstruido.

Pero el que le abre las puertas del periodismo «adulto» en 1929 es monseñor Schyrgens, responsable del suplemento literario del diario Vingtième Siècle, que llama la atención del director, el abate Wallez, para que invite a Degrelle a la redacción. En consideración a su condición de estudiante, le da carta blanca para escribir cuando y sobre el tema que quiera. Hace ya cuatro años que Georges Remi, que lleva cinco usando el pseudónimo de Hergé, trabaja para esta cabecera. Comenzó, gracias a un amigo de los scouts, en el departamento de suscripciones. Y pasado el servicio militar, le reservan un puesto como «reportero gráfico», lo que significa estar encargado de proporcionar y preparar todo tipo de imágenes para su impresión en el periódico, tanto dibujos como fotografías. Puede que en este momento se conozcan el estudiante colaborador y el esforzado hacedor de imágenes del sótano, con su cuarto oscuro para el revelado. Pero no se relacionarán de forma íntima hasta un par de años después.

Degrelle entra en el siglo XX (Vingtième Siècle)

Tras una serie de artículos sobre las condiciones de vida en los barrios pobres, que le merecen una carta de felicitación del primer ministro y miembro del Partido Católico (desde 1921, Unión Católica Belga), Henri Jaspar, Degrelle publica otros sobre un viaje a Italia, donde ve el fascismo en su esplendor, y que le hacen comparar desfavorablemente las pacatas organizaciones católicas belgas con la fuerza y energía que ve allí expresadas. Y eso que el equivalente a las fuerzas católicas belgas, el Partito Popolare Italiano, había sido disuelto por Mussolini en noviembre de 1926.

Estas alabanzas al fascismo no disgustan precisamente al director del periódico; el abate Wallez ha publicado una entrevista con Mussolini en 1924. Aunque la agencia Stefani niega que sea auténtica,44 tiene en su despacho un retrato autografiado del Duce. Pero monseñor Louis Picard seguramente no está tan contento. Como capellán general de Acción Católica de Jóvenes Belgas (ACJB), lo nombró director del Avant-Garde de Lovaina y, desde marzo de 1929, también lo ha designado editor de la revista de la ACJB, Cuadernos de la juventud católica (Cahiers de la Jeneuse Catholique). La ACJB forma parte de las diversas «acciones católicas» promovidas por Pío XI para encuadrar y canalizar la energía de los laicos. Y aunque teóricamente es apolítica y también existe la Juventud Obrera Cristiana (Jeunesse Ouvrière Chrétienne, JOC), actúa de facto como la organización juvenil del partido católico.

La ACJB es el trampolín perfecto para un joven conservador de buena familia con aspiraciones políticas. Pero no hay que olvidar que el ascenso del fascismo supuso el fin del Partido Popular Católico italiano.

Por entonces, en la confusa Europa de la posguerra está surgiendo en sectores ultracatólicos de toda Europa cierto afán autoritario, que rechaza tanto el liberalismo y la democracia como el marxismo. Sus únicas concesiones a la modernidad son cierto barniz social basado en las encíclicas papales y el no mirar con malos ojos el fascismo. Pero esta postura no es del todo agradable a quienes están más cercanos al Vaticano, que tiene a Mussolini ad portas. No se fían demasiado de los totalitarismos modernos. El Vaticano tiene buena memoria y recuerda la época del despotismo ilustrado del siglo xviii. Las autoridades seglares absolutistas o autoritarias pueden hacer lo que les plazca. Es mejor contar con un poder judicial al que recurrir, separado del legislativo.

Y, en Italia, Mussolini parece olvidar su pasado anticlerical. Se casa por la Iglesia y bautiza a sus tres hijos. Y consigue en mayo de 1926 lo que no han logrado los liberales desde la unificación de Italia: un tratado con el Vaticano, que reconoce la existencia del Reino de Italia con capital en Roma. A cambio, la Iglesia obtiene una serie de privilegios, sobre todo en materia de educación. Estas concesiones no salen gratis: Pío XI debe aceptar la eliminación del catolicismo político en Italia. Pero, en Bélgica, una de las primeras democracias de Europa, la Iglesia prefiere seguir el juego de partidos, en el que no le ha ido nada mal.

Léon Degrelle en una imagen tomada entre 1933 y 1945, cuando ya era una destacada figura de la extrema derecha belga y colaborador activo del régimen nazi
Léon Degrelle en una imagen tomada entre 1933 y 1945, cuando ya era una destacada figura de la extrema derecha belga y colaborador activo del régimen nazi. Fuente: Instituto NIOD de Estudios sobre la Guerra, el Holocausto y el Genocidio, Ámsterdam

Un poco de contexto: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!

Mientras, en México, donde se está librando la llamada guerra cristera, un fanático católico asesina al recientemente elegido presidente Álvaro Obregón. Y Degrelle publica un ardiente artículo defendiendo al asesino, que termina con un «de todo corazón: ¡bravo!», que escandaliza a socialistas y liberales. ¿A qué viene eso de aplaudir el asesinato de un jefe de Estado de un país con el que se tienen buenas relaciones?

Aunque el asesino había sido detenido en el momento del crimen y había confesado, su juicio se complicó por las sospechas de que detrás hubiera habido una conspiración y de que varias personas hubieran disparado con distintas armas al fallecido presidente, por lo que el interés por el proceso se extendió durante meses, en especial en la prensa conservadora.

En un plano más amplio, se atribuía el crimen y el atraso de México y su guerra civil a cierto «anarquismo atávico» de un país formado en un 90 % por indios y mestizos. Pero no todo puede disculparse por un pensamiento racista, que puede que estuviera muy extendido, pero que no era universal ni único en la época. No faltaron escritores belgas, como Roger De Chateleux, que hablan del contraste entre unas élites sociales y económicas modernas y un campesinado aún en el siglo XVI. Y algún diplomático tampoco se muerde la lengua: el conde Romrée de Vichenet, católico practicante, califica a los clérigos mexicanos como «obtusos», a los cristeros como «lamentables bandidos», y lamenta la intransigencia de los dirigentes católicos, «en un país con un 80 % de analfabetos».

Lo cierto es que, en México, como en Turquía, en los años veinte se ha establecido un Gobierno revolucionario que considera la secularización como una condición indispensable para el progreso del país. Esta búsqueda de laicismo, de hecho, es una idea con origen en los ilustrados del siglo xviii que han hecho suya primero los liberales, y después socialistas y marxistas. Pero en México tiene un tremendo impacto en el campo, entre una población analfabeta cuya única fuente de información son los sermones de sus párrocos. Los campesinos mexicanos ya se habían rebelado en tiempo de los Borbones, a la hora de defender a sus padres jesuitas. Y a la Constitución anticlerical de 1917 le han seguido una serie de leyes en los distintos estados mexicanos que llevan en agosto de 1926 a un alzamiento en varias áreas rurales del centro del país en los estados de Jalisco, Zacatecas, Guanajuato, Nayarit y Michoacán bajo el grito de «¡viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!».

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