El artista, concept artist, y director de animación Pakoto Martínez siente fascinación por los bisontes de Altamira. Para él, hay una línea que conecta las pinturas de la llamada Capilla Sixtina del Arte Rupestre con los sus dibujos, que recuerdan los diseños clásicos de la UPA y a las modernas producciones de Cartoon Networks.
Quizá este artista conoce los trabajos de Marc Azéma, que defiende la valiente tesis de que las pinturas paleolíticas suponen los primeros intentos de crear el movimiento; y por tanto son una especie de dibujos animados primitivos.
Pakoto, que como artista gráfico, piensa dibujando, parece llegar a esta misma conclusión al unir los bisontes de Altamira con su propio estilo de animador. Prueba de ello es la ilustración conceptual realizada ad hoc para el artículo de esta revista, que él mismo define como «un animal híbrido. 50 % bisonte prehistórico de Altamira y 50 % búfalo americano al estilo de los dibujos animados clásicos»; esos dibujos que tanto admira y que ha «modernizado en sus películas y series del siglo xxi».
Y es que su trabajo, junto al de tantos otros artistas, es la mejor prueba de que las pinturas más antiguas de la humanidad siguen inspirando a los modernos creadores y que los bisontes de Altamira están grabados de forma indeleble en nuestro imaginario colectivo. En otras palabras: se han convertido en un icono pop.

Altamira y el cómic
Se atribuyen erróneamente a Pablo Picasso las palabras: «Desde Altamira, en el arte, todo es decadencia»; frase que parece ser pronunciada por Joan Miró tras visitar las cuevas junto a Josep Lloren en 1957. Sea como fuere, esta cita espuria o mal atribuida inspira a Gradimir Smudja, que en su novela gráfica Au fil de l'art (2012) presenta a Pablo Picasso como si fuese un pintor de la era de las cavernas, trazando hábilmente un bisonte en un soporte rocoso de la llamada Capilla Sixtina del Arte Rupestre.
La importancia de este yacimiento lo convierte en uno de los lugares más conocidos por el público en general y cuando, en 1965, la popular revista TBO lanza en sus páginas a un personaje prehistórico, sus autores, los historietistas Joan Bernet Toledano y Carles Bech, deciden bautizarlo con el nombre de Altamiro de la Cueva.
El protagonista es uno de los hombres más enclenques de la tribu, por lo que no se dedica a labores de caza o recolección; pero, a cambio, es el autor de las famosas pinturas rupestres.
Un modo de comprender el gran valor de las pinturas de la cueva de Altamira en el imaginario español consiste en fijarse en los chistes gráficos que utilizan la pintura paleolítica como tema. Aunque el gag en cuestión no esté relacionado específicamente con una cueva concreta, casi invariablemente, el animal dibujado es un bisonte de Altamira. Sin embargo, en ese mismo planteamiento, si el autor del chiste gráfico es francés, los animales elegidos son, en la mayoría de los casos, un toro y un caballo. La razón es simple. En el imaginario galo, la pintura más popular es el llamado salón de los Toros de la cueva de Lascaux; mientras que en el caso español, la imagen más conocida es el techo con bisontes del llamado Gran Salón de la cueva de Altamira.
Sin duda, la cueva de Santillana del Mar se encuentra entre las más importantes de la historia de la humanidad y los autores foráneos también conocen, admiran y la dibujan en sus cómics.
Así por ejemplo, el autor galo Éric Lebrun, que tiene la prehistoria europea entre sus temas de trabajo habituales, dedica varias páginas a la cueva de Altamira. Así sucede, por ejemplo, en el volumen 4 de su colección La Préhistorie en BD; centrado específicamente al tema del arte parietal español y portugués; número en el que, además, narra la historia del descubrimiento de la cueva por parte de Marcelino Sanz de Sautuola y su hija María.
Infinidad de historias gráficas
Otro buen ejemplo es el historietista argentino Eugenio Zoppi, que cuando repasa la pintura rupestre en su Historia de la humanidad (1985) elige Altamira para referirse a las pinturas paleolíticas.
Y es que el listado de historietistas que han recurrido a las cuevas de Altamira a la hora de evocar en un cómic la pintura prehistórica es muy numeroso.
Destaca sobremanera el popular Antonio Fraguas, alias Forges, que a lo largo de los años, dedica diversas viñetas humorísticas a la popular Capilla Sixtina del arte rupestre.
La cuenta de Twitter del propio museo recuerda en uno de sus tweets la visita del humorista y el importante número de chistes que realizó a lo largo de su carrera, inspirándose en las citadas pinturas paleolíticas; y es que el gran humorista gráfico era un auténtico fan y gran admirador de la cueva de Santillana del Mar.
No es el único historietista español que decide rendir tributo a las pinturas de Altamira. Así lo hace, por ejemplo, Sergio Bleda en su cómic Saurios, publicado originalmente en el semanario Crónica de Albacete en 1992 y recopilado posteriormente en un tomo Integral, el pasado año 2022.

La historietista Laura Pérez Vernetti y el guionista Antonio Altarriba hacen lo propio en su libro Amores locos (2005), basado en el libro de Georges Bataille Las lágrimas de Eros. Dado que en el texto del escritor francés trata el tema de la sexualidad haciendo referencia explícita a las representaciones sexuales del arte paleolítico; los historietistas deciden ambientar «La cueva», la primera de las historias de dicha novela gráfica, en dicho periodo de la historia de la humanidad, y además, tienen la feliz idea de recurrir al grafismo propio de la pintura prehistórica para narrar dicho capítulo.
En una de las viñetas Laura Pérez Vernetti dibuja al chamán rodeando de las pinturas que lucen en las paredes de la cueva. Su recreación es un constructo ideal, no de una evocación fidedigna de ninguna gruta concreta, pero en ella se puede apreciar de forma muy explícita a uno de los bisontes de Altamira.
Otro caso notable es el de Neco (2018), de Jesús R. Pastrana, que crea una sugerente historieta de ciencia ficción, inédita hasta la fecha, protagonizada por un joven cromañón que resulta ser el autor de las pinturas de Altamira.
En el argumento, dos extraterrestres que vigilan la evolución de la humanidad consideran a este joven un genio; de modo que, cuando otro hombre prehistórico de una tribu rival cántabra le agrede en una reyerta, intervienen para salvarlo.
Aunque pueda parecer una locura, relacionar las pinturas de Altamira con los extraterrestres no es patrimonio exclusivo de la historieta de ficción; sino que la prensa española de los años 70, con nulo rigor, lanzó la descabellada hipótesis de que algunas pinturas abstractas de la cueva son posibles representaciones de platillos volantes.
El periódico El Montañés se encarga de rememorar este disparate en un artículo de 2022, que se acompaña de un portentoso chiste gráfico. En él, se muestra a un troglodita, autor de las pinturas de los bisontes, que dirigiéndose al alien que acaba de pintar una de las formas abstractas que también lucen en la cueva, le dice de manera contundente: «[…] No me vengas con el rollo de que vienes del planeta no sé qué… y que lo importante es el concepto. A mí me parece que camuflas con palabrería tu nulo talento para pintar».
Finalmente, quisiera nombrar el trabajo de Pedro Cifuentes La historia de España en cómic (2022). Se trata, como su propio nombre indica, de un repaso por lo más destacado de la historia (y la prehistoria) de nuestro país, contado por este historietista que se dedica al cómic con claros fines didácticos. Como no podía ser de otra manera, en su primer volumen titulado Prehistoria en la península ibérica, le dedica una impresionante doble página a la cueva de Altamira, destacando una viñeta en la que el techo del Gran Salón luce en todo su esplendor.
El bisonte como icono
No hay mejor prueba de que Altamira es parte de la cultura pop española que el tabaco Bisonte. Esta popular marca de cigarrillos nace en 1933. La cajetilla es un diseño de Carlos Vives, que sin ningún pudor se inspira en exceso en la cajetilla de la marca Lucky Strike, dibujando un macizo bisonte en el círculo central con la intención de evocar las praderas norteamericanas.
En un momento dado, se decide dar un giro a la imagen de la marca, modificando el diseño de la cajetilla para convertirlo en un producto que reivindique su origen español. Para lograrlo, se introduce como emblema un bisonte prehistórico de las cuevas de Altamira.
Y es que el desconocido pintor de Altamira era un genio incontestable y hay algo extraordinario en el modo en que están representados los bisontes en esta gruta española; y estoy seguro de que, por dicho motivo, se recurre contantemente a ellos, reproduciéndolos en todo tipo de soportes.
Otros ejemplos mucho más recientes de este tipo de uso son: el sello emitido en 2015 por la compañía de correos española, la moneda conmemorativa de un valor de 2 euros emitida por la Real Casa de la Moneda, y el doodle (el emblema del día con el que Google ilustra su popular buscador), que se dedica a las cuevas de Altamira en el 139 aniversario de su descubrimiento. En todos estos casos, el diseño se basa en uno de los bisontes pintados en la cueva.
Para terminar, citaré que El Equipo Crónica, sin duda, uno de los grupos artísticos que se suman y entienden mejor el movimiento del Pop Art en España, utiliza los bisontes de Altamira en la obra Ruedo ibérico (1985), que incluye en su composición figuras de los bisontes de Altamira en guache sobre papel de periódico, recortados y pegados a modo de collage.

Altamira en el cine
El cine también se ha ocupado de Altamira en diversas ocasiones. Quisiera comenzar con el filme Altamira (2016), de Hugh Hudson. La película, rodada íntegramente en localizaciones españolas, incluyendo Santillana del Mar y otras ciudades cántabras, tiene un reparto encabezado por Antonio Banderas, que interpreta a Marcelino de Sautuola. Además incluye a Irene Escolar como su hija María, a Rupert Everett y a Clément Sibony, que interpreta a Émile Cartailhac, el prestigioso profesor de arqueología francés que pone en duda los descubrimientos de Sautuola en Altamira y que, posteriormente, se convence de su autenticidad, rectificando públicamente a través del artículo «La grotte d’Altamira, Espagne. Mea culpa d’un sceptique», publicado en 1902.
El filme, que no consigue el favor del público, tiene su origen en un guion de Olivia Hetreed y José Luis López Linares. Quizá por ello, este último reincide poco después con el tema de Altamira, llevándolo al campo del documental, género cinematográfico en el que ha realizado sus mejores trabajos como artista.
El resultado es Altamira, el origen del arte (2018), en el que José Luis López Linares narra una vez más el descubrimiento de la cueva, así como los retos que tuvo que superar Marcelino de Sautuola hasta que los científicos de su época reconociesen que las pinturas de Altamira eran una obra del hombre primitivo.
Pero también realiza un guiño al cine, trazando de forma muy inteligente una relación entre el arte paleolítico y el séptimo arte, que se muestra en el filme con una bellísima imagen en la que la hija de Sautuola juega con un zootropo con el motivo de un bisonte; quizá siguiendo las tesis de Marc Azéma, que ya nombré al inicio de este artículo.
Sensibilidad del arte rupestre
Esencialmente, López Linares aprovecha este documental para reflejar la belleza de estas pinturas con una poesía difícilmente igualable y, de paso, reflexionar sobre el arte más antiguo de la historia de la humanidad y sobre el «arte» como actividad básica y esencial de la existencia humana.
De forma muy diferente, Carlos Saura también se ocupa de Altamira en su último filme, Las paredes hablan (2023). El director oscense reflexiona sobre el origen del arte, uniendo el arte parietal de nuestros antepasados más remotos con expresiones gráficas contemporáneas surgidas de la mano de artistas como Miquel Barceló, Suso 33, o Javier Carrera alias Cuco, que realiza un mural de un bisonte en un muro del cívico La Rondilla en Valladolid.
En palabras del propio Saura: «[…] Ya había bastantes documentales sobre el Arte Paleolítico y nosotros teníamos la oportunidad de buscar un camino diferente. Después de recorrer algunas de las cuevas más significativas, incluyendo Altamira, descubrimos que había cierta relación entre ese impulso de pintar en las paredes y los grafitis actuales y nos pusimos a trabajar en ello».
La particular sensibilidad de Saura le permite evocar el trazado de estas pinturas sobre la roca con una credibilidad que hace pensar al espectador que está acudiendo en directo a la creación de estas obras de origen milenario. Saura conecta el soporte con el trazo, sea la pared rocosa de una cueva o en muro de una de nuestras ciudades; y de este modo, nos enseña algo que ya proclamaban todos los grandes vanguardistas: la enorme modernidad que se esconde en las representaciones más antiguas de la historia del arte.