La cueva de Altamira es la razón de ser del Museo de Altamira. Su historia no está vinculada con el fenómeno del coleccionismo decimonónico o la democratización del acceso a las colecciones, sino que surge de la necesidad de crear una institución que se haga cargo de la gestión integral de la cueva de Altamira en un momento crítico para el monumento.
La creación del museo en 1979
A finales de los años setenta del siglo xx, tras un periodo de explotación turística que puso en serio riesgo la conservación del arte de la cueva de Altamira, el Ministerio de Cultura decidió tomar cartas en el asunto. Su primera acción fue la firma —en 1978— con el Ayuntamiento de Santillana del Mar de un acuerdo de transacción y cesión de la cueva de Altamira por el que el Ayuntamiento cedía el pleno dominio de la propiedad al Estado español, a cambio del pago anual de un censo reservativo que ha de mantenerse durante sesenta años. Habiéndose hecho de su titularidad, la siguiente medida fue el cierre de la cueva a la visita pública para frenar el deterioro que se venía observando, en especial en algunas figuras del Techo de Polícromos de la cueva. Y la tercera medida fue la creación, mediante Orden Ministerial de 15 de junio de 1979, del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira para que se responsabilizara de manera directa de la dirección y coordinación de los estudios y trabajos que el Ministerio estaba programando en torno a la problemática de su conservación. Se decidió entonces nombrar al arqueólogo Joaquín González Echegaray director del centro, una decisión basada no solo en su prestigio profesional, sino en el hecho de haber sido uno de los primeros en denunciar el problema de conservación al que la cueva de Altamira se enfrentaba desde años antes de su cierre.

Control del estado de conservación de la cueva: 1979-1990
Por razones obvias, los primeros años de actividad del museo estuvieron centrados en la investigación del estado de conservación de la cueva, para lo que se encargó al profesor Eugenio Villar, de la entonces Universidad de Santander (hoy Universidad de Cantabria), un proyecto pluridisciplinar que incluía estudios físicos, físico-químicos, biológicos, hidrológicos, geológicos y geotécnicos. El objetivo era determinar la dinámica general medioambiental de la cavidad y su estabilidad estructural, y estudiar la estabilidad de la superficie pictórica. A partir de esos estudios, se planteaba establecer los límites entre los que podían fluctuar los diferentes parámetros medioambientales sin poner en riesgo la conservación y establecer un sistema de control permanente que pudiera medir dichos parámetros. Concluida la investigación, el equipo del profesor Villar estableció un nuevo sistema de cupos de visita a la cueva, limitado a 8500 personas al año, con una media de 20 visitantes al día, pero con una distribución diferente según las estaciones del año, entendiendo y asumiendo, a partir de ese momento, la relevancia de la conexión entre el medioambiente cavernario y el exterior. En 1982, testado el régimen limitado de visitas a la cueva, se reabría al público. Y desde entonces la cueva siempre ha estado controlada por un sistema monitorizado de seguimiento medioambiental.
Precisamente ese mismo año se ratificaba la Convención para la Protección del Patrimonio Cultural y Natural que UNESCO había promovido una década antes. Se trata de un tratado internacional que promovía —y promueve— la identificación, pro-tratado internacional que promovía —y promueve— la identificación, protección y preservación del patrimonio cultural y natural en todo el mundo, cuyo valor se considera no solo universal, sino excepcional. Uno de los instrumentos que la Convención estableció para la protección del patrimonio fue la Lista de Patrimonio Mundial o Patrimonio de la Humanidad, definiéndola como la lista de monumentos, ciudades, expresiones culturales o paisajes que son únicos, irremplazables y auténticos. Considerándose que los principales problemas que la cueva presentaba se habían superado con las medidas establecidas, el Ministerio de Cultura presentó el expediente para que la cueva de Altamira fuera incluida en la Lista de Patrimonio Mundial, lo que sucedió en 1985. Desde ese momento, el Museo de Altamira asumía también esa competencia que posteriormente se compartirá con las Comunidades Autónomas de Asturias, Cantabria y País Vasco, al ampliarse en 2008 la inclusión en la Lista a otras 17 cuevas con arte rupestre paleolítico.
En paralelo a la gestión de la investigación para la conservación de la cueva, el director del Museo inició nuevas líneas de trabajo enfocadas a mejorar el conocimiento del yacimiento arqueológico, del arte de la cueva y a su difusión. Así, entre 1980 y 1981, González Echegaray, con la colaboración de Leslie G. Freeman, Victoria Cabrera y Federico Bernaldo de Quirós, retomó las excavaciones en Altamira así como la revisión del arte, investigaciones que se habían abandonado desde los últimos estudios de Obermaier en 1924-1925. Él fue también el promotor de la serie Monografías del Museo, una publicación científica consolidada a lo largo de los años, que en la actualidad cuenta con 28 volúmenes editados. Y se encargó de realizar una pequeña exposición de objetos arqueológicos, procedentes de la propia cueva y de otras del entorno, que servía de contextualización previa a quienes tenían cita para la visita a la cueva.
La responsabilidad de dirigir el Museo recayó, a partir de 1985, en uno de los colaboradores del Dr. González Echegaray, Federico Bernaldo de Quirós quien, en sus cinco años al frente del museo, impulsó el área de investigación y documentación, iniciando, por ejemplo, la creación de una biblioteca especializada en Prehistoria y Arqueología, biblioteca que hoy alberga más de 20 000 volúmenes; o la dotación de equipamiento técnico y recursos humanos necesarios para la investigación de las colecciones arqueológicas que el Museo custodiaba, además de emprender excavaciones en yacimientos tan significativos como el de la cueva de La Pila.
Pero, en este punto, no debemos perder de vista otra de las perspectivas desde las que la cueva de Altamira siempre ha sido evaluada: su capacidad para generar riqueza en el entorno, al ser considerada uno de los principales atractivos turísticos de la región. Con la limitación de las visitas a la cueva desde 1982, dejó de ser uno de los principales motores turísticos del entorno, lo que sumado a la situación de crisis económica en el país y en la región, generó numerosas protestas sobre la pérdida del potencial turístico de Altamira. Por este motivo, prácticamente desde la reapertura de la cueva en 1982, se trabajó en diversos proyectos que permitieran, por una parte, satisfacer el interés por conocer Altamira, a la que ya no se podía acceder masivamente y, por otra, contribuir al turismo de la región con un recurso acorde con las expectativas.
En este sentido, en 1987 se presentó un proyecto de reproducción de la cueva, siguiendo el modelo del ya realizado para la cueva francesa de Lascaux. La propuesta definía que la cueva debía ser restituida tal y como era en época paleolítica, incluyendo su ambiente natural. Inesperadamente, el proyecto generó una fuerte oposición porque determinados sectores de la región presionaban para que se ampliara el cupo de visitantes a la cueva original y consideraban que la realización de una reproducción desvirtuaría esta reclamación.

El proyecto para Altamira: 1990-2001
Con estos antecedentes, cuando José Antonio Lasheras llegó a la dirección del Museo en 1991 comenzó a trabajar en un Plan Museológico que implicara una renovación integral de la institución y que cumpliera no solo con el objetivo turístico de dotar de una alternativa a la visita original a través de una reproducción, sino que contribuyera a la mejora de la gestión integral de la cueva: su conservación, su investigación y la difusión de sus valores. Tras años de reflexión y gestiones con las Administraciones Públicas, en 1997 se ponía en marcha el proyecto, gestionado a través del Consorcio para Altamira, una entidad jurídica en la que se integraron el Ministerio de Cultura, el Gobierno de Cantabria, el Ayuntamiento de Santillana del Mar, la Fundación Botín y el Ministerio de Hacienda para gestionar las inversiones necesarias, incluyendo las aportaciones de los fondos FEDER de la Unión Europea que se obtuvieron para su implementación.
En un tiempo récord, tan solo cuatro años, el llamado Proyecto para Altamira fue ejecutado. Se acometieron importantes actuaciones para mejorar la conservación de la cueva, particularmente adoptando estrategias de preservación en el exterior al crear un amplio entorno de protección gracias a la adquisición de terrenos. Esta ampliación del recinto del Museo permitió integrar en él toda la superficie de la cueva; eliminar instalaciones ajenas potencialmente perjudiciales como una granja ganadera o una carretera, situadas en el área impluvial de la cavidad; eliminar instalaciones propias como el aparcamiento cercano a la boca de la cueva o uno de los edificios para recepción de visitantes construido en 1973, además de ganar superficie para albergar el nuevo edificio proyectado para ser la nueva sede de la institución, alejándolo suficientemente de la cavidad. En paralelo se avanzó en la documentación geológica y arqueológica de la cueva, información que era imprescindible para la realización de la reproducción facsimilar propuesta. Y, finalmente, se redactó el proyecto museológico para la nueva exposición permanente incluyendo esa reproducción.
El nuevo Museo de Altamira: 2001-2023
El 17 de julio de 2001 se inauguraban las nuevas instalaciones del Museo de Altamira, una sede moderna y funcional que cumplía con los objetivos que el ambicioso plan había planteado y que permitía implementar una estrategia museística acorde con la singularidad y excepcionalidad del bien custodiado, la cueva de Altamira.
En cuanto a la propuesta para los visitantes, el hito principal es la exposición permanente, principal herramienta para la divulgación científica, espacio para la educación y la comunicación. A pesar de ser una exposición permanente, se decidió darle título, Los Tiempos de Altamira, entendiéndola como contextualización imprescindible para conocer el arte de Altamira, que no se puede comprender sin enmarcarlo cronológicamente y medioambientalmente o sin conocer a sus protagonistas, sus formas de vida y expresión material y cultural. La exposición planteada constituyó en ese momento una renovación conceptual al alejarse de los planteamientos tradicionales de los museos arqueológicos. E integrada en esta exposición, sin duda, el elemento más esperado, la reproducción facsimilar de la cueva, sala que llamamos Neocueva.

La Neocueva integra los espacios más destacados de la cueva, desde su boca de acceso hasta la Sala de Polícromos, al que se suma la Galería Final, tal y como era su arquitectura original sin las modificaciones internas que sufrió en la primera mitad del siglo xx. En su museografía se destacó su papel no solo como espacio para el arte, sino como espacio habitado. Es por tanto una herramienta de información y conocimiento sobre la vida y el arte de Altamira, creada con las más novedosas tecnologías para garantizar su exactitud pero a su vez integrando materias originales como el 80 % de roca de caliza del que se compone la estructura o los pigmentos naturales con los que se realizó la reproducción de su arte.
A la exposición se suman otros valores, como el edificio obra de Juan Navarro Baldeweg o el entorno natural restituido con especies que ya existían en los tiempos de Altamira, que ha permitido naturalizar los alrededores de la cueva además de integrarlo en la propuesta museística.
En paralelo a las propuestas públicas, se desarrolla el trabajo en el marco de las líneas estratégicas de actuación en materia de documentación, investigación, conservación, educación y comunicación, sin las que un museo no puede denominarse como tal. En estos veinte años, en el ámbito de la conservación, se han desarrollado diferentes proyectos interdisciplinares que han culminado en el establecimiento de un Plan de Conservación Preventiva, herramienta que sistematiza los procesos de identificación, detección y control de los factores de deterioro y acciones para su corrección, lo que ha abierto la posibilidad de mantener la visita a la cueva, aunque con un sistema muy limitado y controlado. También se ha avanzado en la investigación del arte rupestre y del yacimiento, estando ahora en fase de reestudio y redefinición del cuadro cronocultural establecido en décadas anteriores. Y todo ello con vocación de socialización del conocimiento generado que se materializa desde las áreas de Educación y Comunicación en la actividad educativa y cultural que se ha ido ampliando, diversificando y singularizando, elemento vertebrador de la mediación entre el patrimonio custodiado y la sociedad y cauce para convertir al museo en espacio de participación efectiva de la ciudadanía, agente de cambio, dinamizador de la cohesión social, de la igualdad efectiva, de la sostenibilidad, asumiendo la responsabilidad social del museo en su territorio.
De este modo, desde el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira trabajamos para convertirnos en centro de referencia en la gestión integrada de un bien en la Lista de Patrimonio Mundial gestionando la pluralidad de valores que Altamira contiene y desde una perspectiva socialmente responsable.