Recientemente, un equipo internacional de arqueólogos ha confirmado lo que durante décadas fue poco más que una leyenda local: bajo las aguas del lago Issyk-Kul, en el corazón de las montañas Tien Shan, yacen los restos de una ciudad medieval que fue una próspera escala comercial en la Ruta de la Seda. Este hallazgo no es solo una proeza arqueológica, sino una ventana inédita a la historia de Asia Central, donde convergían imperios, religiones y culturas entre caravanas de camellos y cargamentos de seda, jade, oro y especias.
El descubrimiento fue anunciado por el Instituto de Arqueología de la Academia Rusa de Ciencias, que lideró la expedición junto al Instituto de Historia, Arqueología y Etnología de la Academia de Ciencias de la República Kirguisa y la Sociedad Geográfica Rusa. El lugar excavado, conocido como Toru-Aygyr, se sitúa en la orilla noroeste del lago Issyk-Kul, uno de los lagos salados más profundos del mundo y cuya cuenca ha sido habitada desde tiempos preislámicos.
Una ciudad bajo el agua: arquitectura, comercio y fe
La expedición subacuática, realizada a profundidades de entre uno y cuatro metros, ha documentado estructuras realizadas con ladrillos cocidos, grandes vasijas cerámicas, restos de un molino de grano y varios fragmentos arquitectónicos decorados que sugieren la existencia de edificios públicos como mezquitas, madrasas o baños rituales. Esta complejidad estructural permite reconstruir la imagen de un núcleo urbano consolidado, que habría funcionado como punto de parada y abastecimiento para comerciantes y peregrinos entre China y el mundo islámico.
Además de restos arquitectónicos, se han hallado vigas de madera y muros colapsados de piedra, lo que refuerza la hipótesis de un desarrollo urbano planificado, posiblemente con una administración local establecida. Se han recogido muestras para análisis dendrocronológicos y de datación por espectrometría de masas con acelerador (AMS), lo que permitirá afinar la cronología del asentamiento con gran precisión.
Los investigadores apuntan a que este enclave, activo entre los siglos X y XV, habría sido un importante centro urbano bajo el dominio de los kara-kánidas, una dinastía túrquica que introdujo el islam en la región. La población era, sin embargo, diversa desde sus orígenes, con manifestaciones del tengrianismo, el budismo y el cristianismo nestoriano coexistiendo antes del dominio islámico.

El terremoto que lo cambió todo
La investigación arqueológica sostiene que un potente terremoto en el siglo XV provocó el colapso de la ciudad, hundiéndola parcialmente bajo el lago. Los restos descubiertos indican un abandono previo al desastre natural, lo que explicaría la ausencia de cuerpos en algunas zonas residenciales. Esta catástrofe transformó el paisaje físico y humano de la región, dejando atrás un silencio arqueológico que duró siglos hasta su reciente exploración.
Al igual que Pompeya quedó sepultada por el Vesubio, esta ciudad asiática fue engullida por el agua, conservando bajo su superficie los rastros de una civilización que floreció en un corredor comercial vital para el intercambio entre Oriente y Occidente. La diferencia aquí es que la historia no terminó con ceniza, sino con agua: un lago que ha preservado las huellas de un mundo perdido.
Un cementerio musulmán del siglo XIII
Uno de los descubrimientos más significativos de la expedición es un extenso cementerio islámico datado entre los siglos XIII y XIV. El área, de aproximadamente 60.000 metros cuadrados, presenta enterramientos con los cuerpos orientados hacia el norte, mirando al sudeste en dirección a La Meca, siguiendo los rituales islámicos. Hasta el momento se han recuperado dos esqueletos, un hombre y una mujer, cuyos análisis permitirán conocer aspectos como su dieta, origen geográfico o patologías.

Este hallazgo se vincula con el periodo en el que el islam se convirtió en religión dominante en Asia Central, gracias a la influencia de la Horda de Oro, el kanato mongol que controló la región entre los siglos XIII y XV. La expansión del islam supuso también una reorganización de las redes comerciales, donde la confianza en el credo compartido facilitaba los intercambios económicos y culturales.
Otro de los sectores explorados arrojó restos de cerámica medieval y un gran khum —una vasija de almacenamiento de agua o grano— que permanece enterrado en el sedimento y que los arqueólogos planean extraer en futuras campañas. Junto a él, aparecieron tres sepulturas más, posiblemente anteriores al periodo islámico, lo que indica una larga ocupación de la zona con distintas fases culturales.
En una cuarta área se han identificado estructuras redondas y rectangulares de adobe, así como capas de suelo enterrado. A través de perforaciones subacuáticas, el equipo ha tomado muestras de estos sedimentos para reconstruir la evolución del asentamiento, sus transformaciones urbanas y los eventos geológicos que condujeron a su desaparición.
La aplicación de drones subacuáticos y sistemas de navegación avanzada ha permitido cartografiar con gran detalle el sitio sumergido, garantizando tanto su estudio como su conservación a largo plazo. La intención de los investigadores es consolidar un proyecto multidisciplinar que abarque desde la arqueología urbana y funeraria hasta la historia climática y tectónica del lago Issyk-Kul.

Una ciudad olvidada, un legado que resurge
Este descubrimiento no solo confirma la existencia de un asentamiento urbano medieval bajo las aguas del Issyk-Kul, sino que también devuelve a la memoria histórica a una ciudad olvidada por siglos. Toru-Aygyr fue mucho más que un enclave comercial: fue un punto de encuentro entre culturas, religiones e imperios en una de las rutas más emblemáticas de la humanidad.
Ahora, con los primeros hallazgos publicados, se abre una nueva etapa de investigación que podría reconfigurar nuestra comprensión del papel que jugó Asia Central en las dinámicas globales de la Edad Media. Y lo que es más fascinante: todavía queda gran parte de la ciudad por explorar. El Issyk-Kul guarda más secretos bajo sus aguas, esperando ser rescatados del olvido.