Un hallazgo genético sorprendente revela que los descendientes de una cultura que colgaba ataúdes en acantilados aún viven en China

Un antiguo pueblo colocaba ataúdes en acantilados hace 3.000 años. Ahora un estudio pionero ha descubierto que sus descendientes siguen vivos en China.
Cofres funerarios suspendidos sobre un acantilado
Ataúdes funerarios suspendidos sobre un acantilado. Foto: Xiao‑Ming Zhang/Istock/Christian Pérez

Durante siglos, los acantilados del sur de China ocultaron un secreto suspendido en el tiempo: ataúdes de madera encajados en rocas imposibles, colgados en paredes verticales, desafiando la lógica y la gravedad. Esta práctica, que hoy parecería salida de una leyenda o una película de aventuras, fue una forma real de enterramiento practicada durante más de 3.000 años en regiones remotas del país. Ahora, un estudio genético publicado en Nature Communications ha logrado lo que la arqueología y la historia aún no habían podido: identificar de manera definitiva a los autores de estos rituales funerarios. Y lo más asombroso es que sus descendientes aún viven.

Gracias al trabajo conjunto de investigadores de varias universidades asiáticas y al análisis comparado de genomas antiguos y modernos, se ha confirmado la conexión genética directa entre los pueblos que colocaron ataúdes en acantilados hace más de dos milenios y una comunidad casi olvidada del suroeste de China: los Bo.

Una tradición suspendida en el misterio

El ritual de los ataúdes colgantes, hoy prácticamente extinguido, es uno de los más singulares del mundo. Consistía en depositar a los muertos en ataúdes de madera, elevados hasta repisas naturales, cuevas o nichos excavados en acantilados a decenas de metros de altura. Este tipo de enterramiento se ha encontrado en múltiples puntos del sur de China y el sudeste asiático, desde la provincia china de Fujian hasta las cuevas montañosas de Tailandia.

Durante mucho tiempo, la identidad de los practicantes de esta costumbre fue objeto de especulación. Las crónicas antiguas mencionaban a un grupo étnico conocido como los Bo, pero su rastro en los registros oficiales se desvanecía tras la dinastía Ming, entre los siglos XIV y XVII. A partir de entonces, los Bo parecían haber desaparecido, tragados por la historia.

Hasta ahora.

Ataúdes colgantes en los acantilados de Sagada, en la provincia montañosa de Filipinas
Ataúdes colgantes en los acantilados de Sagada, en la provincia montañosa de Filipinas. Foto: Palu Malerba

Un estudio que reescribe la historia

El estudio publicado hace pocos días en Nature Communications ha sido pionero en combinar genética antigua con datos contemporáneos para resolver un misterio arqueológico. El equipo analizó los restos de 11 individuos procedentes de varios yacimientos de ataúdes colgantes en las provincias de Yunnan y Guangxi, junto con cuatro muestras procedentes de Tailandia, donde existe una tradición similar conocida como ataúdes de tronco (log coffins). A estos datos se sumaron 30 genomas de personas Bo actuales, recogidos en aldeas remotas de la provincia de Yunnan.

Los resultados fueron contundentes: existe una fuerte continuidad genética entre los practicantes antiguos del rito funerario y los Bo actuales. Esto no solo confirma su vínculo con la tradición, sino que sitúa a esta etnia como una reliquia viviente de una cultura que parecía extinguida.

Pero los hallazgos no acaban ahí. El estudio reveló que estos pueblos antiguos estaban emparentados genéticamente con las poblaciones neolíticas que habitaron la costa sur de China hace entre 4.000 y 4.500 años. Estas comunidades costeras fueron, a su vez, las precursoras de los hablantes de lenguas tai-kadai y austronesias, como los antecesores de los pueblos de Taiwán, Filipinas o incluso del sudeste asiático insular.

Los hijos del acantilado

En el folclore local, los Bo eran conocidos como los “Hijos de los Acantilados” o incluso como “los que dominan el cielo”. Algunas leyendas afirmaban que podían volar, explicando así su capacidad para colocar ataúdes en lugares aparentemente inaccesibles. Sin embargo, el estudio ha propuesto explicaciones más terrenales: el uso de andamios de madera, complejos sistemas de poleas o el aprovechamiento de senderos naturales que permitían arrastrar los ataúdes hasta pequeñas repisas horizontales.

Distribución genética comparada entre individuos de los ataúdes colgantes y del pueblo Bo
Distribución genética comparada entre individuos de los ataúdes colgantes y del pueblo Bo. Fuente: Nature Communications (2025)

El carácter sagrado de estas alturas estaba profundamente vinculado a la cosmovisión de los Bo. Enterrar a los muertos cerca del cielo era considerado un acto de honra, una forma de acercar el alma del difunto al mundo espiritual. Un cronista de la dinastía Yuan ya había señalado que “cuanto más alto estuviera el ataúd, más afortunado era el difunto”.

La diáspora de los Bo y su supervivencia

Durante la dinastía Ming, los Bo fueron perseguidos por razones políticas y étnicas. Muchos de ellos huyeron hacia zonas remotas, otros se mezclaron con comunidades vecinas, cambiando su identidad para sobrevivir. En 1956, el gobierno chino los integró dentro del grupo étnico Yi, aunque su lengua, costumbres y rituales tradicionales revelaban diferencias notables.

Hoy, sobreviven en pequeñas aldeas dispersas de Yunnan, como Shede, donde los investigadores del estudio recogieron muestras genéticas. Allí, aislados por montañas y con un estilo de vida aún enraizado en lo ancestral, los Bo han conservado prácticas culturales únicas, incluyendo una forma de enterramiento simbólico en cuevas, que remite al recuerdo de los ataúdes colgantes.

Ataúdes colgantes a lo largo del río Yangtsé, en China: féretros de madera ubicados en cuevas de acantilado como parte de una antigua tradición funeraria que perduró durante siglos
Ataúdes colgantes a lo largo del río Yangtsé, en China: féretros de madera ubicados en cuevas de acantilado como parte de una antigua tradición funeraria que perduró durante siglos. Foto: Terry Feuerborn

Uno de los aspectos más fascinantes del estudio fue la conexión genética entre los Bo de China y los pueblos antiguos del norte de Tailandia que practicaban el enterramiento en ataúdes de tronco. Aunque más recientes —de unos 2.300 años de antigüedad—, estos enterramientos comparten rasgos culturales con los chinos. Los análisis mostraron que, si bien los individuos tailandeses tenían un componente genético distinto vinculado a antiguos cazadores-recolectores (los hoabinhianos), también compartían una parte de su herencia con los grupos del sur de China. Esto apunta a una migración masculina desde China hacia el sudeste asiático, donde estos grupos se mezclaron con las poblaciones locales y difundieron la práctica funeraria.

Este patrón de migración sugiere que la expansión del rito de los ataúdes colgantes no fue solo una moda cultural, sino parte de un proceso de interacción e hibridación entre pueblos a través de complejas redes de intercambio, comercio y migración.

Más que restos: la memoria genética del paisaje

Este trabajo científico no solo identifica a los responsables de una práctica arqueológica, sino que recupera una memoria enterrada en el tiempo. Los Bo no son únicamente una curiosidad etnográfica: son la prueba viviente de una continuidad cultural de miles de años. En ellos pervive una forma de entender la muerte, la naturaleza y la relación con el más allá que desafía el olvido histórico.

Los autores del estudio han anunciado que este es solo el comienzo. Planean realizar investigaciones multidisciplinares, combinando genética con arqueología, datación por isótopos y estudios de proteínas antiguas, para conocer mejor cómo vivían, se alimentaban y se relacionaban estos pueblos. Porque detrás de cada ataúd colgante no hay solo un cadáver, sino una historia, una cultura, una civilización suspendida.

Referencias

  • Zhou, H., Tao, L., Zhao, Y. et al. Exploration of hanging coffin customs and the bo people in China through comparative genomics. Nat Commun 16, 10230 (2025). DOI: 10.1038/s41467-025-65264-3

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