Arqueólogos abren un sarcófago romano y encuentran huellas del siglo III en un yeso funerario: cubrían los cuerpos con una pasta líquida antes del entierro

Unas huellas humanas perfectamente conservadas en yeso revelan un ritual funerario único en la Roma británica que estuvo oculto durante 1.700 años.
Unas huellas dactilares en una tumba romana revelan pistas sobre un extraño ritual funerario con yeso líquido
Unas huellas dactilares en una tumba romana revelan pistas sobre un extraño ritual funerario con yeso líquido. Recreación artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez/Universidad de York

Durante siglos, los restos del pasado han hablado en susurros: fragmentos de cerámica, huesos enterrados, inscripciones olvidadas. Pero en un rincón del norte de Inglaterra, un grupo de arqueólogos ha logrado algo insólito: descubrir, literalmente, la huella de una mano humana del siglo III, marcada sobre los restos de un ritual funerario romano. Un rastro silencioso pero poderosamente emotivo que nos conecta, de forma directa y sin intermediarios, con las personas que vivieron —y murieron— hace casi 1.800 años.

El hallazgo tuvo lugar en York, antigua Eboracum romana, una ciudad clave del norte del Imperio. Allí, en el marco del proyecto Seeing the Dead desarrollado por la Universidad de York, se estudian unas inusuales prácticas funerarias que tuvieron lugar en la región durante los siglos III y IV d.C. Se trata de un método que ha desconcertado durante décadas a los arqueólogos: el uso de yeso líquido para cubrir los cuerpos, ya amortajados y vestidos, en el interior de ataúdes de piedra o plomo, justo antes de sellarlos y enterrarlos definitivamente bajo tierra.

El yeso, un material a base de sulfato cálcico, era calentado a altas temperaturas para convertirse en polvo y luego mezclado con agua. Esta mezcla formaba una especie de yeso líquido que, al endurecerse, conservaba la forma del cuerpo y los tejidos que lo envolvían. Lo sorprendente, sin embargo, no es solo la técnica, sino cómo se aplicaba: recientes descubrimientos han revelado que, en algunos casos, el yeso no era vertido como un líquido, sino manipulado manualmente, como una pasta espesa.

Y fue precisamente en uno de estos sarcófagos donde apareció un detalle inesperado: impresiones de dedos humanos. Huellas claras, arrastradas, marcadas en la superficie del yeso endurecido. Unas huellas que habían permanecido ocultas bajo la tapa del ataúd desde el siglo IV y que solo ahora han salido a la luz, gracias a una delicada limpieza y escaneo en 3D. Las marcas pertenecen a una o varias personas que, con sus propias manos, moldearon el yeso sobre el cadáver. Un acto íntimo, silencioso, que encerraba una enorme carga simbólica.

Las marcas de los dedos quedaron grabadas en la superficie del yeso
Las marcas de los dedos quedaron grabadas en la superficie del yeso. Foto: Universidad de York

Un ritual casi perdido en el tiempo

Hasta ahora se conocían más de 70 enterramientos con yeso en la región de Yorkshire, pero el caso estudiado por el equipo de York es excepcional. El sarcófago, encontrado en el siglo XIX pero nunca investigado a fondo, conserva el yeso de forma extraordinaria. Las huellas estaban tan bien preservadas que incluso fue posible identificar las yemas de los dedos y el gesto de alisar la superficie.

Este tipo de contacto físico con los muertos no tiene paralelo en otros contextos funerarios romanos conocidos. En general, el trato con los cadáveres era más bien indirecto y ritualizado, sobre todo en entornos urbanos. Pero en Eboracum, y en concreto en estos enterramientos con yeso, algo distinto estaba ocurriendo. ¿Quiénes eran estas personas que manipulaban directamente los cuerpos? ¿Eran miembros de la familia, esclavos domésticos, o quizás funerarios profesionales?

Aunque no se ha podido confirmar aún la identidad de quien dejó las huellas, el equipo del proyecto espera poder extraer material genético del propio yeso, que podría contener restos de ADN de la persona que realizó el gesto. Si ese análisis resulta exitoso, abriría una vía fascinante: conocer no solo el sexo biológico de quien aplicó el yeso, sino incluso su posible parentesco con el fallecido.

Lo que sí está claro es que este tipo de enterramiento, lejos de ser una práctica estándar, era una costumbre específica de esta región del Imperio. Y en ella, el cuerpo no era simplemente depositado y olvidado, sino cuidadosamente tratado, revestido con un material que lo inmortalizaba como una escultura silenciosa bajo tierra.

Recreación digital en 3D que muestra la posición de una mano derecha sobre el yeso: en naranja, las yemas de los dedos; en amarillo, las marcas de arrastre
Recreación digital en 3D que muestra la posición de una mano derecha sobre el yeso: en naranja, las yemas de los dedos; en amarillo, las marcas de arrastre. Crédito: Universidad de York

El arte de sellar a los muertos

Desde un punto de vista técnico, el yeso funcionaba como una especie de molde negativo del cuerpo. A medida que este se descomponía, dejaba una cavidad perfectamente definida en el interior del ataúd, conservando las formas generales, la ropa, las joyas y ahora, lo sabemos, incluso los gestos de quienes prepararon el cuerpo.

La comparación con los moldes de Pompeya es inevitable. En aquella ciudad, las víctimas del Vesubio quedaron atrapadas en ceniza volcánica, y siglos después, se rellenaron sus vacíos con yeso para obtener impresiones espectaculares. En el caso de York, sin embargo, no fue un desastre natural el que dejó la huella, sino una decisión deliberada: un ritual de paso, un acto con profundo significado religioso y emocional.

El uso del yeso pudo tener múltiples funciones. Por un lado, protegía el cuerpo y lo separaba del entorno, creando un microcosmos cerrado. Por otro, funcionaba como una forma de inmortalización, una manera de preservar la imagen del difunto, incluso en su ausencia. Y, tal vez, ofrecía consuelo a los vivos: saber que su ser querido quedaba "revestido", cubierto por una capa que no solo lo protegía, sino que lo transformaba en algo eterno.

También se aprecian impresiones dactilares sobre la superficie del yeso
También se aprecian impresiones dactilares sobre la superficie del yeso. Foto: Universidad de York

La última caricia

Lo más conmovedor de este hallazgo es su humanidad. Las huellas encontradas no son símbolos abstractos ni adornos rituales. Son marcas dejadas por personas reales, que vivieron en un mundo muy distinto al nuestro, pero que en ese momento compartieron un gesto universal: preparar a un ser querido para su descanso final. Tal vez una madre, un hijo, un esposo o una sacerdotisa. Alguien que, hace 1.700 años, se inclinó sobre un cadáver y, con cuidado, alisó el yeso con los dedos.

Ese contacto es lo que nos sacude. No son grandes monumentos ni inscripciones gloriosas, sino un toque humano preservado por accidente. Un gesto que, sin saberlo, desafió al tiempo y hoy nos habla más que mil palabras.

El proyecto Seeing the Dead de la Universidad de York continúa investigando este tipo de enterramientos, en colaboración con instituciones como el York Museums Trust y el Francis Crick Institute. Cada fragmento de yeso, cada nueva huella, es una ventana abierta al pasado. Y quizás, también, un espejo inesperado de nuestra propia relación con la muerte.

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