En la segunda mitad del siglo xii se reglamentó el sistema feudal, aparecieron nuevos modos de pensar y ejercer el poder, se transformó el entorno y creció el comercio. También fue la época que vio nacer el ideal caballeresco y la poesía de los trovadores, cuyas obras situaron a la mujer en el centro de la literatura occidental.
En 1137, Leonor de Aquitania, casada ese mismo año con el rey Luis VII de Francia, donó a los templarios el estratégico puerto de La Rochelle. Algunos de los seguidores más fantasiosos del Temple siguen afirmando hoy día que desde ese puerto partieron naves de la Orden que arribaron al Nuevo Mundo, una hipótesis sin soporte documental que la avale.
Años más tarde, cuando la duquesa Leonor tenía veintinueve años conoció a Enrique de Plantagenet, un apuesto príncipe normando del que se enamoró perdidamente. Tras conseguir la nulidad de su matrimonio con el monarca francés Luis VII, la reina unió su vida a la de Enrique. Los dos construyeron un gran imperio que incluía Inglaterra y una parte sustancial de Francia, con Normandía, Gascuña, Limoges, Auvernia y Bretaña. En torno al año 1160, la refinada corte de Poitiers de la duquesa Leonor se convirtió en un gran centro de actividad cultural, con la presencia de trovadores tan significativos como Alegret, Bertrand de Born o Bernard de Ventadour, inventores del amor cortés.
El ambiente creativo que impuso Leonor en su corte francesa contribuyó a abrir las puertas a un renacimiento intelectual y a asentar el modelo de caballería galante, que coincidía en algunos aspectos con las normas de conducta de las órdenes militares. Pero no todas, solo algunas, como el Temple, estaban sujetas a una estricta regla que obligaba a sus hermanos al celibato.

Fervorosa devoción religiosa
Dada la imposibilidad de mantener relaciones con mujeres, los templarios transformaron el modelo de caballería galante en una ferviente devoción a la virgen y a Eufemia de Calcedonia, una santa que fue martirizada en el año 303 y cuyos restos fueron trasladados milagrosamente a Palestina desde Constantinopla. Los caballeros del Temple afirmaban tener como reliquia la cabeza de su venerada santa. De la misma forma, el amparo que debían prestar los caballeros galantes a la mujer desvalida pasó a ser para el Temple la defensa del peregrino que acudía a Jerusalén a visitar los Santos Lugares.
Desde la sede de Tierra Santa, la Orden del Temple era gobernada por un maestre, cuyo objetivo era representar a la institución ante el mundo y actuar como el vicario de Dios en la dirección espiritual de los templarios. Su elección se llevaba a cabo en una asamblea compuesta por trece electores que procedían de distintos países. El nombramiento se realizaba por mayoría y era preferible que el hermano elegido viviera en Oriente Próximo.
Su vida cotidiana estaba estructurada según la jornada monástica tradicional que estableció san Benito en el siglo vi. Los hermanos de Tierra Santa, así como los de la península ibérica, ambos en guerra permanente contra los musulmanes, podían evitar la asistencia a algunos oficios religiosos cuando se encontraban en servicio de armas, aunque eso no les eximía de la obligación de rezar el padrenuestro una serie de veces al día.
Patrimonio para la orden
Muchos caballeros de la época consideraban a los templarios como hombres muy piadosos. Fue común entre los nobles entregarse al Temple poco antes de morir: así en sus últimos días de vida podían redimir sus pecados. Al fallecer el noble, los monjes-guerreros se hacían responsables del enterramiento, y la Orden recibía parte de las posesiones del fallecido, o la totalidad de ellas. Esta práctica contribuyó al crecimiento financiero de los monjes-guerreros.
Las propiedades de la Orden en Europa se dividían en provincias, cada una de ellas con un oficial al mando que recibía el nombre de «maestre », procurador o comendador. Las provincias se desarrollaron a medida que el Temple iba adquiriendo nuevos territorios en Europa. «En 1143 los templarios tenían una provincia que comprendía Provenza y partes de España. Una de las casas de la provincia era utilizada como sede de la administración provincial, los archivos y la tesorería», escribe Helen Nicholson en su libro Los templarios. Una nueva historia. Si en Inglaterra la sede provincial de la Orden fue la casa de Londres, en Aragón fue la de Miravet.
Expansión templaria
Hacia 1170, los templarios de Occidente ya habían extendido sus encomiendas por los actuales territorios de Reino Unido, Francia y, sobre todo, España y Portugal. Su espectacular crecimiento en Europa y su colaboración con los reinos hispanos para frenar el avance de los ejércitos musulmanes contribuyeron a enriquecer sus arcas de su institución. Junto a ellos, los caballeros de otras órdenes militares también colaboraron en el esfuerzo de Reconquista en la península ibérica. Por su destreza militar y su valor en el campo de batalla recibieron el sobrenombre de «atletas de Cristo».
La orden militar hispana más antigua fue la de Calatrava, que se fundó en el reino de Castilla en 1158. Tanto la de Calatrava como la posterior de Alcántara (1218) estuvieron sometidas a la regla del Císter. La hermandad de Santiago, que fue elevada al rango de orden militar por el monarca leonés en 1170, mantuvo con el paso del tiempo su carácter de milicia caballeresca dependiente del rey. Al contrario que las otras, sus miembros no estaban obligados a la soltería. A estas tres grandes órdenes militares hispánicas se unió en 1317 la de Montesa, creada con parte del patrimonio que fue confiscado por el rey Jaime II de Aragón a los templarios, cuando estos cayeron en desgracia.
La cruzada como aventura
Pese al fiasco que supuso la Segunda Cruzada, el prestigio de los templarios seguía siendo tan alto que no paraban de llegar nuevos caballeros a Tierra Santa para incrementar su milicia. Pero en ese aluvión de incorporaciones había muchos aventureros, fanáticos de toda índole y algunos caballeros de la baja nobleza condenados por los tribunales de los reinos cristianos de Europa. Ese fue el caso de los asesinos de Thomas Becket, que fueron obligados a servir durante catorce años en la Orden para expiar sus pecados.
Otro caso notable fue el de Reinaldo de Chatillon, un caballero sin fortuna que viajó a Palestina con el único fin de medrar políticamente y enriquecerse con rapidez a través de la violencia y el saqueo. Para lograr sus fines, Chatillon maniobró para ser aceptado en el selectivo círculo del Temple. En 1156 invadió la isla de Chipre y causó una gran matanza entre sus habitantes. En lugar de recriminar el cruel comportamiento de Chatillon, el nuevo maestre de la Orden, Bertrán de Blanquefort, miró a otro lado y permitió que el enloquecido caballero se asociara a los templarios. Años después, Chatillon fue capturado por los musulmanes y enviado a prisión a Damasco.
Cuando los monjes-guerreros atacaron Egipto en 1163, los fatimíes pidieron ayuda a los gobernantes selyúcidas (turcos), que enviaron a un ejército al mando del kurdo Shirju y a su sobrino Salah al- Din (Saladino). Sofocada esa defensiva cristiana, Saladino fundó el sultanato ayubí en Siria y Egipto en 1174 y expulsó a las tropas cristianas del valle del Nilo. Una vez se vio reforzado en el poder, el líder sarraceno fortificó El Cairo y ordenó la construcción de madrazas (escuelas religiosas) para que la población retomara el credo suní tras doscientos años de dominio chií. En otoño de 1177, su ejército de mamelucos se encaminó hacia Tierra Santa para combatir a los cruzados.

El poderoso sultán
A pesar de estar afectado por la lepra, el joven rey de Jerusalén, Balduino IV, mostró sus dotes de mando y su valor al derrotar al poderoso ejército de Saladino en la batalla de Montgisard, lo que elevó la moral de los cristianos. Pero la euforia duró apenas dos años. En 1179, Saladino contraatacó y logró vencer a los cristianos. De una sola tacada, capturó el estratégico castillo de Beaufort y apresó a ochenta cruzados, casi todos templarios, que fueron ejecutados poco después.
Aquel mismo año, fue liberado de su prisión en Damasco Reinaldo de Chatillon. La cruda experiencia en cautividad no amilanó al caballero de Chatillon, que volvió a aliarse con el Temple para hostigar y masacrar a la población civil musulmana de Palestina con mayor violencia y crueldad que antes. Ajeno a la tregua que había firmado el rey de Jerusalén con Saladino, Chatillon embistió contra una caravana de pacíficos comerciantes a los que asesinó para arrebatarles las ricas mercancías que transportaban a Damasco. Aquel ataque enfureció a Saladino, que prometió matar al sanguinario cruzado con sus propias manos.
El líder musulmán prosiguió su campaña militar con innumerables victorias sobre los cristianos, lo que hizo crecer su prestigio en todo el islam. Jerusalén estaba amenazada y, en marzo de 1184, el maestre del Temple Arnau de Torroja viajó a Europa para solicitar la convocatoria de una nueva Cruzada, pero falleció un año después en la ciudad italiana de Verona. Por esas fechas, también murió a los veinticuatro años de edad Balduino IV de Jerusalén, el rey leproso. Le sucedió Balduino V, que falleció un año después, dejando el gobierno de Jerusalén en una situación precaria.
Entonces tomó posesión del trono de Jerusalén Guido de Lusignan, que contó con el apoyo del nuevo maestre del Temple Gerardo de Ridefort, un hombre violento y poco inteligente que mantenía una estrecha relación con el pendenciero Chatillon. El nuevo monarca tuvo que transigir y adaptarse al dictado político de Ridefort y Chatillon, cuyo objetivo era mantener vivo el estado de guerra con el islam. En 1187, doscientos caballeros templarios se lanzaron contra un ejército musulmán de unos siete mil hombres. Fue un ataque suicida en el que murieron casi todos los valedores de la cruz. Solo se salvaron Ridefort y dos de sus escoltas.
Tras la devastadora derrota sufrida por los cristianos, Saladino decidió darles la puntilla final. En junio de aquel año, el líder musulmán dirigió su batallón de sesenta mil hombres hacia Tiberiades. A unos veinte kilómetros se encontraba el ejército cristiano, que contaba con seis mil caballeros y unos doce mil infantes. Azuzado por los templarios, Guido de Lusignan dio la orden de atacar. El monarca se encontraba en el centro de las tropas y junto a él estaba el obispo de Acre, que portaba la legendaria Vera Cruz. Saladino se limitó a esperar al enemigo para tenderle una trampa.
Tropas instigadoras
Los cristianos tenían que caminar durante casi cuatro horas a través de un terreno muy árido para alcanzar una zona que tenía agua y que estaba dominada por dos cerros entre los cuales se abría una vaguada, conocida como los Cuernos de Hattin. Los incautos jefes militares cristianos enviaron a sus hombres hacia esa vaguada, donde Saladino les preparaba una encerrona. Los templarios trataron de romper el cerco enemigo, pero fueron rechazados una y otra vez.
En la madrugada del 4 de julio de 1187, los cruzados apenas pudieron pegar ojo ante el continuo hostigamiento del enemigo. Al amanecer, se encontraban tan sedientos que se lanzaron contra el ejército musulmán en un desesperado intento de conseguir algo de agua. Las tropas de Saladino les cercaron y fueron presionando poco a poco hasta que cayó el estandarte del rey Guido de Lusignan. En la batalla de los Cuernos de Hattin murieron centenares de caballeros, aunque se salvaron Chatillon, el rey Guido y el maestre Ridefort, así como una veintena de templarios. El propio Saladino degolló a Chatillon. Tras cumplir su promesa de dar muerte al sanguinario caballero, el líder sarraceno perdonó la vida a Ridefort y al rey Guido, pero ordenó que fueran llevados presos a Damasco. Los pocos templarios que sobrevivieron a la batalla fueron decapitados.
Pérdida de enclaves cristianos
La Vera Cruz probablemente fue transportada a Damasco como un valioso botín de guerra. La devastadora derrota cristiana fue la señal que esperaba Saladino para iniciar el ataque a Jerusalén, una ciudad sin rey y con apenas un puñado de caballeros para defenderla. El ataque musulmán comenzó en Acre, que fue ocupada, y continuó en Nazaret, Nablús, Sidón, Beirut, Gaza y Ascalon.
Jerusalén capituló el 30 de septiembre de 1187. Según el acuerdo al que llegaron cristianos y musulmanes, sus pobladores salvaron la vida, pero tuvieron que pagar por ella: diez dinares cada hombre, cinco cada mujer y uno cada niño. Los templarios que habían sobrevivido a los últimos meses de guerra escoltaron a los cristianos en su exilio. Saladino ordenó derruir los edificios que habían ocupado los caballeros del Temple salvo la mezquita de al-Aqsa, que fue consagrada de nuevo al culto islámico.
Las noticias de Tierra Santa consternaron a los reinos cristianos y acabaron con la vida del papa Urbano III, que murió de pena una semana después de saber que Jerusalén volvía a estar en manos musulmanas. Su sucesor, Gregorio VIII, dedicó gran parte de sus esfuerzos iniciales a convencer a las monarquías europeas de la urgente necesidad de acudir a liberar los Santos Lugares. Aunque el nuevo papa murió apenas dos meses después de su nombramiento, la organización de la Cruzada siguió su marcha.
En 1188, el rey Felipe II de Francia, el rey Ricardo I de Inglaterra (Ricardo Corazón de León) y el emperador Federico I de Alemania (Federico Barbarroja) decidieron encabezar la Tercera Cruzada. Los tres anunciaron que unían sus fuerzas para recuperar Jerusalén y el Santo Sepulcro. Los alemanes, unos cien mil según algunas crónicas de la época, se dirigieron por tierra a Constantinopla y desde allí se encaminaron hacia Jerusalén. Ricardo Corazón de León viajó por mar hasta Sicilia, donde comenzó su amistad con la Orden del Temple. De allí se dirigió a Chipre y conquistó la isla, vendiéndosela a los templarios por cuarenta mil monedas de oro.

Una isla como refugio
Pero los chipriotas se sentían explotados por sus nuevos dueños, y la situación llegó a tal punto que los templarios se vieron en la necesidad de vender la isla al rey Guido de Lusignan, cuya familia gobernaría Chipre durante trescientos años. Guido de Lusignan y Gerardo de Ridefort, que habían sido liberados de la prisión de Damasco meses antes, unificaron sus fuerzas para tomar Acre, primer paso para reconquistar los territorios perdidos.
Aquel mismo año, Saladino volvió a derrotar a los cristianos en la Fuente del Berro, cerca de Nazaret. El 4 de octubre de 1189, los cruzados se enfrentaron a los musulmanes en las afueras de Acre, quedando en tablas la batalla. El enloquecido Ridefort se quedó solo en campo de nadie vociferando y amenazando al enemigo. Desde sus posiciones defensivas los temparios contemplaron la detención y ejecución de probablemente el peor maestre que tuvo la Orden en toda su historia.
Más al norte, en Cilicia, cerca de la frontera de Siria, el emperador alemán Federico Barbarroja se ahogó en un pequeño riachuelo en julio de 1190, lo que provocó la división de su ejército. Una parte regresó a Europa y otra decidió continuar la Cruzada en Tierra Santa. Tras la conquista de Acre, el rey francés debió pensar que ya había cumplido sus votos de buen cristiano y decidió regresar a su país cuando la Cruzada apenas había comenzado. Por su parte, Ricardo Corazón de León y sus tropas avanzaron hacia el sur. Cuando llegaron a Ayyadiah, el monarca inglés ordenó asesinar a decenas de musulmanes, entre los que había mujeres y niños. Aquel acto despiadado enfureció tanto a Saladino que movilizó a su batallón para atacar a Ricardo I. Sin embargo, en aquella ocasión, el poderoso ejército de Saladino fue derrotado por los cruzados en Arsu en septiembre de 1191.
Saladino gana
Cuando el monarca inglés se disponía a tomar Jerusalén llegó el invierno, lo que paralizó las operaciones militares. También llegaron noticias inquietantes de Inglaterra sobre los intentos de su hermano menor, el príncipe Juan sin Tierra, de tomar el trono en su ausencia, con el pretexto de la supuesta dejación de funciones de un rey que prefirió guerrear en Tierra Santa antes que asumir sus deberes como monarca en Inglaterra.
Tras muchas escaramuzas, ambos bandos comprendieron que la lucha estaba tan igualada que la derrota del contrario iba a costar demasiado esfuerzo y muertes. En septiembre de 1192, Ricardo I y Saladino acordaron una tregua de cinco años. Acuciado por las maniobras de su hermano Juan, el monarca inglés partió para su país el 9 de noviembre de 1192. En Austria fue identificado y apresado durante casi dos años, pero su madre, la reina Leonor de Aquitania, reunió el dinero suficiente para que fuera liberado en 1194.
Corazón de León siempre lamentó no haber podido reconquistar Jerusalén, aunque su ejército recuperó algunos enclaves de Tierra Santa, como Acre. Allí los templarios construyeron un edificio bautizado con el nombre de «El Temple», que fue su sede principal y donde falleció en 1193 Robert de Sablé, el nuevo maestre de la Orden que había sustituido al enloquecido Ridefort. Por esas fechas murió Saladino, cuyo imperio fue disputado por sus tres hijos, lo que proporcionó un tiempo de relativa paz a los cristianos que vivían en Oriente Medio.