Bajo un túmulo de tierra perfectamente alineado con los puntos cardinales, en las afueras de Xi’an, yace uno de los secretos mejor guardados de la arqueología mundial. Es la tumba del emperador Qin Shi Huang, el unificador de China, custodiada por miles de guerreros de terracota que emergieron del polvo en 1974. A pesar de los avances tecnológicos, nadie ha osado aún abrir la cámara funeraria principal. Pero la razón va mucho más allá del respeto o de la conservación: lo que puede haber dentro sigue siendo motivo de miedo real. Literalmente.
Una cámara sellada… que respira mercurio
Durante décadas, las leyendas chinas han advertido sobre los peligros que acechan dentro de la tumba del primer emperador. Textos históricos del cronista Sima Qian, redactados un siglo después de la muerte del emperador, describen un complejo subterráneo plagado de trampas automáticas y un paisaje funerario recreado con ríos de mercurio en movimiento. Lo que parecía un relato mitológico, ha empezado a cobrar una veracidad inquietante.
Un equipo de científicos chinos y suecos ha publicado un estudio en el que se analizó el aire alrededor del montículo funerario mediante un sofisticado radar láser (LIDAR). Lo que descubrieron fue tan fascinante como preocupante: niveles de mercurio en el aire muy superiores a los habituales, justo en los puntos donde anteriormente se habían detectado concentraciones anómalas de mercurio en el suelo. Según sus mediciones, algunas zonas registraban hasta tres veces más mercurio del que se considera normal en la atmósfera.
Este hallazgo implica una conclusión escalofriante: algo dentro del túmulo está liberando lentamente vapores de mercurio a través de grietas invisibles. La tumba, que se creía completamente sellada, está filtrando un veneno milenario.

El elixir de la inmortalidad… convertido en trampa mortal
Qin Shi Huang no era un emperador cualquiera. Obsesionado con la vida eterna, ordenó la ingestión regular de preparados con mercurio, creyendo que eso le permitiría alcanzar la inmortalidad. La paradoja de su muerte —probablemente por intoxicación de mercurio— se ve reflejada en su última morada, diseñada como un microcosmos del imperio, donde incluso los ríos y mares fueron replicados con ese mismo metal líquido.
Los investigadores que detectaron estas emisiones no han accedido al interior, pero sus mediciones externas bastan para confirmar que el relato antiguo tenía una base real. La cámara funeraria permanece intacta, sin señales de haber sido saqueada o abierta. Y lo que parece retener desde hace más de dos milenios, no es sólo riqueza y poder simbólico, sino un riesgo químico real.
Más allá del mercurio, el misterio de la tumba también está rodeado de advertencias sobre trampas mecánicas instaladas para matar a los intrusos. Sima Qian hablaba de ballestas listas para disparar al abrirse las puertas del recinto. Aunque estas afirmaciones puedan sonar a ficción, los arqueólogos no descartan del todo su veracidad, especialmente en un imperio que demostró una capacidad tecnológica impresionante para su época.
Y no se trata de supersticiones sin fundamento: los arqueólogos se han mostrado sistemáticamente reacios a perforar la tumba por temor a desencadenar una reacción en cadena que destruya no sólo la estructura, sino su contenido. La comparación con el desastre arqueológico de Troya, cuando Heinrich Schliemann destruyó buena parte del yacimiento por impaciencia, sobrevuela cada intento de abrir la tumba del primer emperador de China.
Un acceso imposible, por ahora
En un intento por evitar la destrucción, se han propuesto técnicas no invasivas para “ver” el interior. Una de ellas es el uso de muones, partículas cósmicas capaces de atravesar estructuras densas y generar imágenes internas, como si fueran rayos X avanzados. Pero, hasta la fecha, ninguna de estas iniciativas ha logrado resultados concluyentes.
La comunidad arqueológica china, por su parte, prefiere esperar. Son conscientes de que, una vez abierta, la tumba ya no podrá cerrarse ni conservarse igual. El equilibrio que ha mantenido los materiales en buen estado podría alterarse en cuestión de horas si se expone al oxígeno y a las condiciones del exterior. La lección aprendida con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón —y el deterioro que sufrió tras su apertura— está muy presente en la mente de los expertos.

Un mausoleo que redefine la arqueología
Más de cuatro décadas después del hallazgo de la primera figura de terracota, el complejo funerario de Qin Shi Huang sigue creciendo en misterio. Sabemos que el mausoleo se extiende por más de 50 km², con palacios subterráneos, salas auxiliares, y estructuras aún no excavadas. Es uno de los yacimientos arqueológicos más extensos y sofisticados del mundo.
El hallazgo de mercurio en el aire supone un giro inesperado: la tumba no es sólo una cápsula del tiempo, sino también un laboratorio activo. Una reliquia que interactúa con el entorno y que exige una nueva forma de estudiar el pasado: a distancia, con herramientas de alta tecnología, y con una paciencia digna de emperadores.
Lo que yace dentro podría transformar nuestra comprensión de la China imperial. Pero mientras las trampas invisibles y el veneno sigan activos, el acceso al corazón del mausoleo de Qin Shi Huang permanecerá vetado. Y, en cierto modo, quizá eso es exactamente lo que el emperador quería.
Referencias
- Zhao, G., Zhang, W., Duan, Z. et al. Mercury as a Geophysical Tracer Gas - Emissions from the Emperor Qin Tomb in Xi´an Studied by Laser Radar. Sci Rep 10, 10414 (2020). DOI: 10.1038/s41598-020-67305-x