Descubren el fósil de un ave que murió asfixiada por cientos de piedras que intentó regurgitar: los expertos intentan averiguar por qué

Un fósil de 120 millones de años hallado en China revela un caso inédito en el mundo de la paleontología: un ave prehistórica, con más de 800 piedrecillas en la garganta, murió asfixiada intentando expulsarlas.
El ave fósil que murió asfixiada por piedras, y cuya causa sigue siendo un misterio
El ave fósil que murió asfixiada por piedras, y cuya causa sigue siendo un misterio. Recreación artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez/Jingmai O'Connor

En la región de Liaoning, al noreste de China, uno de los yacimientos más prolíficos del mundo para el estudio de aves del Cretácico, un fósil minúsculo y discreto ha terminado por contar una historia tan extraordinaria como trágica. Se trata de Chromeornis funkyi, una nueva especie de ave enantiornita que vivió hace unos 120 millones de años y cuyo destino fatal ha quedado impreso en piedra con una claridad poco común: el animal murió asfixiado al intentar expulsar un cúmulo de piedrecillas que había ingerido y que se le quedaron atrapadas en la garganta.

El descubrimiento fue publicado recientemente en la revista Palaeontologia Electronica por un equipo internacional liderado por la paleontóloga Jingmai O’Connor, del Field Museum de Chicago, en colaboración con instituciones chinas como el Instituto de Paleontología de Vertebrados de Pekín y el Museo de Tianyu. La investigación parte del análisis detallado de un fósil conservado en dos planchas de piedra (slab y counterslab), procedente de la Formación Jiufotang, famosa por sus excepcionales condiciones de conservación.

Un fósil diminuto con un gran enigma

El espécimen, catalogado como STM7-156, corresponde a un ave del tamaño de un gorrión actual, apenas 33 gramos de peso estimado. Su aspecto recuerda al de los miembros más conocidos de la familia Longipterygidae, un grupo caracterizado por su pico alargado y dientes limitados a su extremo. Aunque los detalles anatómicos permitieron rápidamente identificarlo como una nueva especie, lo que realmente captó la atención de los investigadores fue algo mucho más insólito: un extraño cúmulo de más de 800 piedrecillas incrustado en la zona del cuello, a la altura del esófago.

A primera vista, podrían haber pasado por sedimentos adheridos al fósil. Pero al analizar su ubicación, forma y composición química mediante técnicas de microtomografía y espectroscopía, el equipo determinó que se trataba de gastrolitos ingeridos en vida. El problema es que estaban situados en un lugar donde no deberían haber estado: en la garganta, y no en el estómago.

Primer plano del cúmulo de piedras alojado en la garganta de Chromeornis (la masa gris, visible justo a la izquierda de los huesos del cuello)
Primer plano del cúmulo de piedras alojado en la garganta de Chromeornis (la masa gris, visible justo a la izquierda de los huesos del cuello). Fuente: Jingmai O’Connor

No eran piedras digestivas

En muchas aves actuales, como las gallinas, es común ingerir pequeñas piedras que se alojan en una cavidad muscular denominada molleja o gizzard, donde contribuyen a triturar los alimentos. Este comportamiento también se ha documentado en varios dinosaurios herbívoros y en algunos grupos de aves fósiles, sobre todo en las llamadas ornituromorfas, parientes cercanos de las aves modernas.

Pero en el caso de las enantiornitas, el grupo al que pertenecía Chromeornis, nunca antes se había registrado la presencia de un verdadero molino gástrico. En estudios anteriores con otras especies coetáneas, los investigadores no habían encontrado ni estructura anatómica adecuada ni restos de piedras en el aparato digestivo. Por tanto, la acumulación de más de 800 piedrecillas en este fósil planteaba una pregunta inevitable: ¿por qué estaban allí?

Una muerte inesperada

Tras descartar que se tratara de simples sedimentos depositados tras la muerte o de piedras digestivas típicas, los científicos plantearon una hipótesis tan inusual como reveladora: el animal estaba enfermo. En las aves actuales, la enfermedad puede desencadenar comportamientos anómalos, como el consumo compulsivo de elementos no alimenticios, entre ellos piedras, tierra o incluso plástico. Es posible que Chromeornis, debilitado o desorientado por una dolencia, tragara piedra tras piedra hasta que el cúmulo fue demasiado grande.

Todo indica que el ave intentó regurgitar el contenido para liberarse, como hacen algunas aves modernas. Pero en lugar de conseguirlo, la masa se le atascó en el esófago. Sin capacidad para expulsarla y con la vía aérea obstruida, el animal se asfixió lentamente. El proceso, trágico y doloroso, quedó preservado en el sedimento lacustre donde el cadáver terminó por fosilizarse.

En el campo de la paleontología, raramente es posible conocer la causa de la muerte de un individuo con tanto nivel de certeza. Por lo general, los fósiles informan sobre anatomía, dieta o hábitat, pero raramente permiten reconstruir el momento final. En este caso, el testimonio fósil ha capturado un instante concreto y dramático: el momento exacto de una muerte por asfixia en plena tentativa de expulsión.

Ilustración que representa a Chromeornis en vida
Ilustración que representa a Chromeornis en vida. Fuente: Sunny Dror

Más allá de su destino trágico, Chromeornis funkyi tiene otras singularidades. El nombre científico combina la palabra griega para “color” o “cromo” (chroma) con la raíz latina ornis, que significa ave. Y el epíteto específico funkyi es un homenaje singular: rinde tributo a Chromeo, un dúo musical de electro-funk muy popular entre los años 2000 y 2010, del que la investigadora O’Connor se declara admiradora.

La elección del nombre ilustra bien la voluntad del equipo por acercar la paleontología al público y dotarla de un lenguaje contemporáneo y creativo, sin restar rigor científico. De hecho, Chromeornis no solo es un nuevo género y especie de ave extinta, sino también una pequeña ventana abierta a la vida y muerte de los ecosistemas cretácicos, cuando las primeras aves compartían el planeta con los últimos dinosaurios no avianos.

El grupo al que pertenece Chromeornis, los enantiornitas (Enantiornithes), fue el más diverso y abundante durante el Cretácico. Se han hallado sus restos en todos los continentes, excepto África y la Antártida. Eran aves con características primitivas, como dientes y garras en las alas, pero también con una gran variedad de formas y tamaños.

Pese a su éxito evolutivo, desaparecieron por completo junto con los grandes dinosaurios hace 66 millones de años, tras el impacto del asteroide que marcó el final del Mesozoico. Solo las aves modernas, descendientes de un linaje diferente, sobrevivieron a la catástrofe global. Por eso, cada nueva especie de enantiornita descubierta añade una pieza más al rompecabezas de la evolución aviar.

El desafortunado ave fósil, conservado con más de 800 diminutas piedras en la garganta
El desafortunado ave fósil, conservado con más de 800 diminutas piedras en la garganta. Foto: Jingmai O'Connor

En palabras de los investigadores, comprender por qué estos pájaros fueron tan exitosos, pero al mismo tiempo tan vulnerables a la extinción, puede ofrecer pistas sobre los factores que determinan la supervivencia de una especie. Y en un momento en el que el planeta enfrenta una nueva crisis de biodiversidad, estos conocimientos del pasado pueden resultar más útiles que nunca.

La importancia de los fósiles discretos

El descubrimiento de Chromeornis funkyi demuestra que no siempre son necesarios grandes dinosaurios ni espectaculares esqueletos completos para escribir nuevas páginas de la historia de la vida. A veces, es un fósil minúsculo y aparentemente anodino el que ofrece la información más inesperada.

La clave está en mirar con atención, en preguntar lo improbable y en seguir los indicios más sutiles, como ese cúmulo de piedrecillas que, atrapado en una garganta prehistórica, ha permanecido durante millones de años esperando que alguien, por fin, descifrara su trágico mensaje.

Recomendamos en