La antigua Megido fue uno de los enclaves más significativos del Próximo Oriente durante la Edad del Hierro. Situada en el valle de Jezreel, en un cruce estratégico entre Egipto, Siria y Mesopotamia, su destino quedó marcado por los vaivenes del poder imperial. Tras la conquista asiria de 732 a.C., Megido se transformó en una de las capitales provinciales del Imperio neoasirio que desempeñó un papel clave en la administración y control del Levante meridional. La historia de Megido en época asiria muestra cómo una ciudad conquistada se reconvirtió en un centro administrativo y económico de primer orden, capaz de mantener su vitalidad incluso bajo los imperios egipcio y babilonio posteriores.
La conquista asiria y el renacimiento urbano
En 732 a.C., el ejército de Tiglat-pileser III tomó Megido, entonces un importante centro del reino del norte de Israel. La operación marcó el fin de casi dos siglos de dominación israelita. La evidencia arqueológica muestra que la conquista no fue tan destructiva como se había pensado en un principio. Así, se hallaron vasijas intactas en las áreas excavadas y no se identificaron señales de un incendio generalizado. Todo ello sugiere que la ocupación de la ciudad se basó en el control más que en la devastación.
Tras un breve periodo de abandono parcial, con asentamientos esporádicos, Megido se reconstruyó siguiendo un trazado ortogonal, símbolo del nuevo orden imperial. Esta reurbanización corresponde al estrato III del yacimiento, datado en la fase final del siglo VIII a.C. La nueva urbe, ahora densamente poblada, se convirtió en la capital de la provincia asiria de Magiddû.

La capital provincial de Magiddû
Bajo Sargón II (721–705 a.C.), Megido alcanzó su máximo rango político al convertirse en capital de una provincia que, probablemente, abarcaba el valle de Jezreel, parte de Galilea y quizá la costa del Carmelo. A pesar de su importancia, las fuentes textuales son escasas. Se conservan, por ejemplo, una carta y dos listas administrativas del reinado de Sargón II, una mención al gobernador Issi-dAdad-anēnu bajo Esarhadón y dos documentos adicionales de datación incierta.
Ante la falta de tablillas cuneiformes de procedencia local, la reconstrucción del período asirio depende casi exclusivamente de la arqueología. La planificación urbana de Megido evidencia, así, la implantación de modelos mesopotámicos. La ciudad estaba diseñada siguiendo un sistema de calles rectilíneas que formaban manzanas, donde se disponían las viviendas y los edificios administrativos.
En el sector norte, se erigieron los palacios 1052 y 1369, de planta y rasgos arquitectónicos ajenos a la tradición levantina. Estas estructuras se han interpretado como residencias de los gobernadores asirios. Su disposición en torno a amplios patios interiores recuerda los complejos palaciegos de Jorsabad y Nimrud, prueba de la importación del urbanismo imperial. De esta forma, Megido se convirtió en una ciudad asiria en pleno Levante, un punto de enlace entre el poder mesopotámico y las poblaciones locales.

La cultura material de la Megido asiria
Las excavaciones recientes en el área X han permitido revaluar la secuencia ocupacional y la cultura material de esta fase. Los niveles X-5 y X-4, datados entre finales del siglo VIII y mediados del VII a.C., revelan la coexistencia de cerámica del sur del Levante con vasijas de tipo asirio. Esta mezcla indica una continuidad cultural local fuerte: es probable, pues, que no se hubiese desplazado por completo a las poblaciones israelitas o cananeas.
Al mismo tiempo, la presencia de cerámica asiria sugiere la llegada de individuos deportados o de artesanos del este que trabajaban para la administración imperial. Un hallazgo singular en una tumba —una botella de terracota vidriada de probable origen babilonio— sugiere incluso que Megido se transformó en el lugar de residencia de funcionarios de alto rango provenientes de Mesopotamia.
Megido fue, por tanto, un enclave multiétnico donde coexistieron poblaciones locales, deportados orientales y élites administrativas asirias. En su trazado y cultura material se refleja, por tanto, la política imperial de reasentamientos controlados.

El interludio egipcio
La caída del Imperio asirio en la segunda mitad del siglo VII a.C. permitió que Egipto expandiera su influencia en el sur del Levante. Durante el reinado del faraón Neco II (610–595 a.C.), el país del Nilo estableció guarniciones en enclaves estratégicos, como Mezad Hashavyahu y, probablemente, también Megido.
La excavación del edificio 16/X/40, datado hacia finales del siglo VII a.C., ha aportado más de un centenar de fragmentos cerámicos egipcios de la dinastía XXVI, la mayor concentración de este tipo de material en todo el Levante. Junto a ellos, se encontraron cerámicas griegas procedentes de Mileto que parecen probar la existencia de contactos mercantiles egipcio-egeos.
Estos materiales procedentes del entorno del barrio administrativo sugieren que la ciudad acogió una guarnición o una comunidad egipcia de alto estatus. Los estudiosos han propuesto que esta ocupación pudo estar vinculada a los acontecimientos mencionados en 2 Reyes 23:29, cuando Neco II mató al rey Josías precisamente “en Megido”.

Megido bajo dominio neobabilonio
Tras la batalla de Karkemish (605 a.C.), el dominio egipcio en el Levante colapsó y Nabucodonosor II incorporó la región a su imperio. Aunque la historia de Megido en este periodo se conoce de forma fragmentaria, las evidencias estratigráficas confirman una continuidad de ocupación hasta mediados del siglo VI a.C.
El edificio 16/X/40 se abandonó sin señales de destrucción violenta y fue reemplazado por el edificio 16/X/45, cuya cerámica corresponde a la primera mitad del siglo VI a.C. Según los arqueólogos, esto indica una transición pacífica entre los periodos egipcio y babilonio. Dado que no se han hallado restos persas posteriores, los investigadores sugieren que se abandonó el sector noroeste de la ciudad antes de mediados del siglo VI a.C.
Una urbe entre imperios
La arqueología revela que, entre los siglos VIII y VI a.C., la ciudad de Megido operó como un centro dinámico que supo adaptarse a tres grandes potencias: Asiria, Egipto y Babilonia. Su trama ortogonal, los palacios de estilo mesopotámico, la cerámica mixta y las importaciones egipcias y griegas testimonian una sociedad compleja, diversa y globalizada para su tiempo, donde la administración imperial y las tradiciones locales convivieron en aparente equilibrio. Megido fue, en suma, una verdadera capital de frontera, símbolo de la integración del Levante mediterráneo en las redes de dominio imperial del Próximo Oriente antiguo.
Referencias
- Kleiman, Assaf. 2025. "Megiddo in the Age of Empires: Assyria, Egypt, and Babylonia." Near Eastern Archaeology, 88.3: 222-230. URL: https://www.journals.uchicago.edu/doi/abs/10.1086/736854