Descubren en Inglaterra unos hoyos que desconciertan a los arqueólogos: tienen 8.000 años, son anteriores a Stonehenge y nadie sabe para qué servían

Durante siglos, los arqueólogos han buscado respuestas sobre cómo vivían los primeros británicos tras el deshielo del último periodo glacial. Un sorprendente descubrimiento en Bedfordshire podría cambiar todo lo que creíamos saber sobre este periodo oscuro de la historia.
Un hallazgo arqueológico en Inglaterra podría cambiar para siempre lo que sabemos sobre los pueblos prehistóricos de Europa
Un hallazgo arqueológico en Inglaterra podría cambiar para siempre lo que sabemos sobre los pueblos prehistóricos de Europa. Recreación artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez/MOLA

Cuando se habla de los grandes hitos prehistóricos del Reino Unido, Stonehenge suele acaparar todo el protagonismo. Sin embargo, un nuevo y desconcertante hallazgo en Linmere, una zona de desarrollo urbano en Bedfordshire, al norte de Londres, ha puesto en jaque el relato tradicional sobre los pueblos mesolíticos. En un terreno aparentemente anodino, arqueólogos han descubierto 25 pozos monumentales de hace 8.000 años, un número sin precedentes para esta época en todo el país. Lo que comenzó como una excavación rutinaria, ha acabado convirtiéndose en uno de los hallazgos más importantes de los últimos años.

Estas estructuras, excavadas entre 8.500 y 7.700 años atrás, pertenecen al periodo mesolítico, una etapa poco documentada de la prehistoria europea, comprendida entre el final del Paleolítico y el inicio del Neolítico. Tradicionalmente, esta época ha sido percibida como una fase de transición, habitada por grupos de cazadores-recolectores nómadas que dejaban escasa huella material. Pero las fosas de Linmere sugieren lo contrario: un nivel de organización, esfuerzo colectivo y posible simbolismo que está obligando a los expertos a replantearse esa imagen.

Un trabajo titánico en tiempos salvajes

Las 25 fosas descubiertas, de acuerdo a los expertos, tienen características sorprendentes. Todas son redondas, de paredes empinadas y con fondos que en algunos casos se ensanchan hacia la base. Miden hasta 5 metros de diámetro y alcanzan profundidades cercanas a los 2 metros. No solo destaca su tamaño, sino también su disposición: muchas están alineadas en líneas rectas de hasta 500 metros, lo cual sugiere una planificación deliberada y, quizás, un propósito más allá de lo puramente funcional.

Construir una sola de estas estructuras con herramientas de piedra habría requerido un esfuerzo titánico. Pero cavar 25 en un área tan amplia implica una coordinación colectiva difícil de imaginar para una sociedad supuestamente móvil y dispersa. Estas fosas podrían marcar la presencia de un asentamiento mucho más permanente, o al menos recurrente, de lo que hasta ahora se pensaba posible en el Mesolítico británico.

Tres de las fosas excavadas en Linmere, Bedfordshire, aparecen dispuestas en una misma alineación
Tres de las fosas excavadas en Linmere, Bedfordshire, aparecen dispuestas en una misma alineación. Foto: MOLA

A diferencia de los grandes monumentos de piedra de épocas posteriores, estas fosas no presentan construcciones visibles en superficie. Aun así, su impacto sobre el paisaje debió de ser notable. Y si estaban asociadas a elementos simbólicos, sociales o espirituales —como parece cada vez más probable—, su significado podría haber sido tan relevante para aquellos pueblos como lo fue Stonehenge para los del Neolítico.

¿Depósitos rituales o marcadores del cielo?

El propósito de estas fosas sigue siendo un misterio. Las teorías más tradicionales apuntan a posibles usos prácticos: trampas para cazar animales grandes, silos de almacenamiento o fosas para conservar alimentos en condiciones húmedas y frescas. Pero ninguna de estas hipótesis encaja del todo con el contexto ni con la monumentalidad del hallazgo. No es lógico pensar que una comunidad nómada dedicara tantos recursos a construir estructuras tan permanentes solo para funciones cotidianas.

Además, muchas de estas fosas están situadas junto a antiguos cauces de agua, lo cual sugiere una relación con el paisaje natural que podría tener una dimensión simbólica o espiritual. Algunos investigadores están explorando la posibilidad de que estas estructuras se usaran para marcar fenómenos astronómicos, como los solsticios, lo que haría de este enclave un proto-observatorio astronómico prehistórico.

El hecho de que estén alineadas y agrupadas en patrones complejos también sugiere una intencionalidad que va más allá de lo puramente técnico. Quizá eran parte de rituales colectivos ligados al agua, al cielo o a ciclos naturales cruciales para estas comunidades. Si esto se confirma, el yacimiento de Linmere estaría revelando un nivel de complejidad cultural que hasta ahora no se había documentado para esta fase tan temprana de la prehistoria británica.

Lo que nos cuentan los huesos

Dentro de algunas de las fosas se han hallado restos de animales salvajes como ciervos, jabalíes, martas y, sobre todo, uros, los antecesores gigantes de las vacas modernas. La presencia de huesos con marcas de corte revela que los habitantes del lugar cazaban y consumían estas especies, lo que no es raro en una sociedad de cazadores-recolectores.

Pero lo verdaderamente valioso de estos restos es que han permitido datar el conjunto con precisión mediante análisis de radiocarbono. Las fechas obtenidas, entre el 6.500 y el 5.700 a.C., sitúan el yacimiento en el periodo final del Mesolítico, justo antes de la introducción de la agricultura en las islas británicas. Esto lo convierte en una cápsula del tiempo de incalculable valor para entender una fase de cambio fundamental en la historia humana: el paso de sociedades móviles a comunidades sedentarias.

Además, los restos botánicos hallados en sedimentos —como polen y fragmentos de madera— permiten reconstruir el entorno natural de la época. Los análisis preliminares indican un paisaje dominado por robles, avellanos y pinos, bosques densos que habrían ofrecido abundante alimento y refugio a los animales cazados por estos grupos humanos.

En Linmere, Bedfordshire, tres de las fosas descubiertas muestran una disposición perfectamente alineada
En Linmere, Bedfordshire, tres de las fosas descubiertas muestran una disposición perfectamente alineada. Foto: MOLA

Una ventana inesperada al pasado

Lo más fascinante del descubrimiento es que nos obliga a revisar nuestras ideas preconcebidas sobre los pueblos del Mesolítico. Lejos de ser simples bandas errantes con una vida efímera y sin estructuras, estos grupos pudieron tener vínculos fuertes con determinados territorios, usar el paisaje como un lienzo simbólico y organizarse colectivamente para realizar tareas colosales con fines aún desconocidos.

Linmere no es un simple conjunto de agujeros antiguos: es una ventana a un mundo perdido que empieza a emerger con nitidez después de milenios de silencio. En un país donde los yacimientos neolíticos y romanos suelen llevarse toda la atención, este descubrimiento marca un antes y un después para el estudio de los orígenes humanos en las islas británicas.

Mientras los trabajos de laboratorio continúan —con nuevos análisis de sedimentos, polen y dataciones—, la pregunta sigue flotando en el aire: ¿qué impulsó a los primeros británicos a dejar esta marca en el suelo? Puede que nunca tengamos una respuesta definitiva, pero cada fosa excavada en Linmere nos acerca un poco más a comprender quiénes fuimos... y quizá también, en cierta forma, quiénes somos.

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