A más de 250 metros del corazón ceremonial de Naachtun, una ciudad maya enclavada entre Tikal y Calakmul en el Petén guatemalteco, los arqueólogos han desenterrado algo insólito: un tablero de juego milenario, oculto bajo los escombros de una estructura residencial y fabricado con un nivel de dedicación tan extraordinario que está reescribiendo lo que se creía saber sobre los juegos en la antigua Mesoamérica. El hallazgo no es solo arqueológicamente valioso. Es un testimonio silencioso de cómo el juego, la sociabilidad y el simbolismo espiritual se entrelazaban en la vida cotidiana de las élites mayas durante el periodo Clásico.
El tablero descubierto pertenece al juego de patolli, un entretenimiento de estrategia y azar que se practicaba desde al menos el año 200 a.C. y que fascinó por siglos a mayas, toltecas y mexicas. Esta versión, sin embargo, no fue grabada ni pintada en una superficie como tantas otras. Fue creada directamente en el suelo durante la construcción del edificio, utilizando cerca de 500 fragmentos cerámicos cuidadosamente seleccionados e incrustados en el estuco fresco del piso. Nunca antes se había encontrado algo así.
Un tablero que revela una historia enterrada
El descubrimiento se produjo durante las excavaciones del complejo residencial 6L13 en la temporada de campo de 2023, lideradas por el Proyecto Petén-Norte Naachtun. Este grupo habitacional, de marcado carácter elitista, ha arrojado en anteriores campañas evidencias de vínculos con Teotihuacan y de una intensa actividad entre los siglos IV y IX. Pero fue bajo una de sus estructuras, la 6L-19, donde emergió el tablero, parcialmente cubierto por un muro levantado en una fase posterior.
Lo más extraordinario del hallazgo no es solo su conservación, sino su forma de ejecución. Mientras que la mayoría de tableros patolli encontrados en el área maya estaban simplemente incisos en superficies de estuco, este fue planeado desde el principio como parte integral del espacio arquitectónico. Eso quiere decir que quienes lo diseñaron no improvisaron ni lo agregaron con el tiempo, sino que lo imaginaron desde la cimentación.

Un mosaico con 478 piezas
El tablero, según los cálculos realizados mediante técnicas digitales y análisis de distribución espacial, medía aproximadamente 80 por 110 centímetros y seguía el patrón más común en Mesoamérica: una cruz central encerrada en un rectángulo. Lo componían 45 casillas formadas por fragmentos cerámicos rojos y anaranjados de entre 1 y 3 centímetros, en su mayoría procedentes de vasijas rotas en contextos domésticos.
El color no era un detalle menor. En la cosmovisión maya, el rojo estaba asociado al Este y a la salida del sol. Este simbolismo podría haber influido tanto en la elección cromática de los fragmentos como en la ubicación del tablero, orientado hacia el este del conjunto habitacional. Se trata, probablemente, de una decisión cargada de sentido ritual.
Los arqueólogos han podido confirmar que los fragmentos utilizados no se fabricaron expresamente para el tablero, sino que fueron seleccionados cuidadosamente de entre restos cerámicos ya existentes. El análisis de tipologías indica que muchos de ellos pertenecen al Clásico Temprano (ca. 400–550 d.C.), lo que ofrece un terminus post quem claro y coloca este tablero entre los más antiguos datados con precisión en la región maya.

Más que un juego: una práctica social con múltiples capas
El patolli no era solo un pasatiempo. Este juego de mesa servía para competir, socializar, meditar sobre la suerte y, en algunos contextos, participar en prácticas rituales. Hay evidencias en códices mexicas que muestran cómo se apostaban bienes valiosos, como mantas, alimentos o incluso esclavos. En el mundo maya, el hallazgo de tableros en templos y palacios ha llevado a pensar que el juego también tenía connotaciones simbólicas, ligadas a la cosmología y al poder.
El hecho de que este tablero esté incrustado en el suelo de una estructura residencial sugiere que el juego formaba parte de la vida cotidiana de las élites, pero también de sus expresiones simbólicas. Es posible que se usara para rituales domésticos, decisiones importantes o simplemente para reforzar vínculos sociales. En cualquier caso, su integración arquitectónica habla de una intención clara de permanencia, no de un mero pasatiempo efímero.
Un diseño sin precedentes en Mesoamérica
Este hallazgo es único en todo el corpus mesoamericano por varios motivos. Primero, por su técnica: no hay precedentes conocidos de tableros de patolli realizados como mosaicos en el suelo. Segundo, por su claridad cronológica: al estar vinculado directamente a la construcción del piso, se elimina la incertidumbre habitual que rodea a los grabados posteriores. Y tercero, por su durabilidad. No estamos ante un grabado hecho al paso por manos ociosas, sino ante un trabajo que requirió planificación, materiales específicos y una ejecución precisa.
El tablero se convierte así en una ventana singular hacia una forma de vivir y jugar que trascendía lo lúdico. Reunir, seleccionar y colocar centenares de piezas cerámicas con ese nivel de cuidado no tiene precedentes. Es una obra tanto funcional como estética, con valor artístico, social y simbólico.

Naachtun no era un asentamiento cualquiera. Situada entre los dos grandes poderes mayas del Clásico, Tikal y Calakmul, la ciudad jugó un papel importante en las intrigas geopolíticas de la región. La dinastía Suutz’, asentada en el sitio, erigió más de 70 monumentos y participó activamente en eventos cruciales como la famosa “Entrada” de Teotihuacan en el año 378 d.C.
El complejo 6L13, donde se encontró el tablero, ha revelado artefactos relacionados con Teotihuacan, lo que sugiere vínculos comerciales o simbólicos con esa metrópolis del altiplano central. La presencia del patolli, un juego que también practicaban los teotihuacanos y más tarde los mexicas, añade otra capa de conexión cultural entre estas grandes civilizaciones.
¿Una zona de juegos o un ritual doméstico?
Los arqueólogos aún no han podido confirmar si la estructura que contenía el tablero era cerrada o si se trataba de un espacio abierto con un techo liviano. Lo que sí es seguro es que en algún momento, una pared posterior cubrió parcialmente el tablero, dejándolo en parte expuesto. Esto podría indicar un cambio de uso del espacio o, tal vez, un gesto de conservación simbólica, como si el tablero, aunque ya en desuso, no pudiera ser destruido del todo.
Este enigma se suma a otros que rodean el uso de tableros en la cultura maya. En algunos sitios se han encontrado varios tableros en una misma estructura, lo que ha llevado a los investigadores a plantear la existencia de espacios sociales dedicados al juego, similares a nuestros salones o plazas de reunión. ¿Estaba el tablero de Naachtun en un salón de juegos? ¿Se jugaba en familia, en ceremonias o en competencias entre élites? Las futuras excavaciones podrían arrojar nuevas pistas.
El estudio ha sido publicado en Latin American Antiquity.