“¿Somos por naturaleza buenos o malos?”: la pregunta que Juan Luis Arsuaga lanzó en el Muy Science Fest Madrid

Juan Luis Arsuaga utiliza la evolución humana y el registro fósil para responder a una de las preguntas más incómodas sobre quiénes somos.
Juan Luis Arsuaga
Juan Luis Arsuaga durante su intervención en el Muy Science Fest Madrid, donde abordó qué dice la evolución humana sobre nuestra naturaleza. Foto: Alberto Carrasco/Muy Interesante

Muy Science Fest Madrid 2025 volvió a reunir en el centro de la ciudad a algunas de las voces más influyentes del pensamiento científico y humanístico actual. Durante una tarde, los Cines Callao se transformaron en un espacio de reflexión colectiva sobre el pasado, el presente y el futuro, con ponencias que abordaron desde la genética y la neurociencia hasta la historia y la ética. En ese contexto, una de las intervenciones que más atención despertó fue la de Juan Luis Arsuaga, que planteó una pregunta tan antigua como incómoda: si los seres humanos somos buenos o malos por naturaleza.

Arsuaga dejó claro desde el inicio que no se trataba de una cuestión filosófica abstracta, sino de una pregunta científica. “La ciencia se hace preguntas”, explicó, subrayando que esa es su definición más simple y también la que comparte con la filosofía. Para él, cada intervención pública debe organizarse en torno a una gran pregunta, y en esta ocasión esa pregunta era directa y difícil de esquivar: “¿somos por naturaleza buenos o malos?”.

El paleoantropólogo enmarcó esa cuestión en un problema aún más amplio: el de nuestra propia identidad como especie. En la entrevista posterior al festival insistió en que “preguntarse por los orígenes es preguntarse por nuestra naturaleza”, porque lo que somos hoy es el resultado de una larga historia evolutiva. En ese sentido, señaló una idea clave de su pensamiento: “Si no conoces tu historia evolutiva, eres amnésico”. Para Arsuaga, la evolución cumple la función de una memoria profunda sin la cual la humanidad no puede entenderse a sí misma.

Desde ese punto de partida, el análisis se desplazó hacia nuestros parientes evolutivos más cercanos. Chimpancés y bonobos comparten prácticamente la misma distancia genética con los humanos, pero muestran comportamientos sociales muy distintos. Los chimpancés, explicó Arsuaga, viven en sociedades marcadas por jerarquías masculinas, luchas por el poder y altos niveles de agresividad. Los bonobos, en cambio, presentan dinámicas menos violentas y resuelven muchos conflictos mediante alianzas sociales, especialmente entre hembras. Ambos modelos están igualmente cerca de nosotros desde el punto de vista genético, lo que hace inevitable la comparación.

Arsuaga plantea una de las grandes preguntas sobre el ser humano apoyándose en fósiles, evolución y evidencias científicas
Arsuaga plantea una de las grandes preguntas sobre el ser humano apoyándose en fósiles, evolución y evidencias científicas. Foto: Alberto Carrasco/Christian Pérez/Muy Interesante

“Compartimos con los chimpancés el 99 % de nuestros genes”, recordó durante la ponencia, subrayando que no sería extraño que en ese porcentaje estuvieran también los rasgos asociados a la violencia. Pero la existencia de los bonobos introduce una incógnita fundamental: si dos especies tan próximas muestran comportamientos tan distintos, la biología no determina una única forma de organizarse socialmente.

La reflexión dio entonces un salto atrás en el tiempo, hacia el registro fósil. Atapuerca ocupa aquí un lugar central. Allí aparecen algunas de las pruebas más antiguas de violencia humana organizada. Arsuaga describió restos de individuos que fueron asesinados y posteriormente consumidos por otros humanos, lo que constituye un claro caso de agresión intergrupal sistemática. “Este es un caso de violencia”, explicó, y añadió que se trata de violencia grupal, no de episodios aislados.

Sin embargo, en esos mismos yacimientos aparecen evidencias de comportamientos muy distintos. Acumulaciones intencionales de cadáveres sin marcas de canibalismo sugieren prácticas mortuorias deliberadas. Arsuaga explicó que “cuando tenemos la propia acumulación, indica piedad por parte de los individuos, sentimiento compasivo hacia sus fallecidos”. La coexistencia de violencia y cuidado en un mismo contexto arqueológico obliga a abandonar explicaciones simples.

Uno de los ejemplos más impactantes fue el de una niña con una grave malformación craneal que sobrevivió hasta los 9 o 10 años. Arsuaga explicó que se trata del primer caso conocido de una patología no traumática en la historia humana y que su supervivencia solo puede entenderse si el grupo se hizo cargo de ella durante años. También mencionó el caso de individuos ancianos con graves problemas de movilidad, que no habrían podido sobrevivir sin ayuda. “Es un caso entonces de solidaridad”, señaló.

Pero junto a estos ejemplos de cuidado, los fósiles muestran abundantes señales de violencia interpersonal. Cráneos con traumatismos repetidos, heridas causadas por objetos punzantes y lesiones que probablemente fueron la causa directa de la muerte. Arsuaga subrayó que “tenemos muchos signos de violencia durante la vida y violencia que fue la causa de la muerte”. El registro no permite idealizar a nuestros antepasados, pero tampoco reducirlos a la brutalidad.

Ante esta acumulación de evidencias aparentemente contradictorias, Arsuaga formuló la conclusión central de su ponencia. La pregunta sobre si somos buenos o malos por naturaleza no tiene una respuesta binaria. La clave está en otro concepto: el tribalismo. “Somos cooperativos y solidarios dentro del grupo y excluyentes entre el grupo”, afirmó. Ese patrón explica por qué la cooperación y la violencia han coexistido a lo largo de toda la historia humana.

Para Arsuaga, el tribalismo es “la causa de todas las guerras” y el principal problema al que se enfrenta la humanidad, tanto en el pasado como en el presente. No se trata de una desviación reciente ni de un fallo cultural moderno, sino de un rasgo profundamente arraigado en nuestra evolución. Reconocerlo no implica justificarlo, pero sí comprenderlo.

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, en el escenario del Muy Science Fest Madrid, reflexiona sobre violencia, cooperación y evolución humana
El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, en el escenario del Muy Science Fest Madrid, reflexiona sobre violencia, cooperación y evolución humana. Foto: Alberto Carrasco/Muy Interesante

La ponencia se cerró con un ejemplo contemporáneo que Arsuaga considera especialmente revelador. Sudáfrica fue durante décadas uno de los casos más extremos de conflicto tribal y segregación. Un escenario que muchos consideraban irresoluble. Sin embargo, logró una transición hacia la convivencia democrática que parecía imposible. “Era el caso que se consideraba irresoluble”, recordó, antes de señalar que ese logro demuestra que los seres humanos no estamos condenados a repetir siempre los mismos conflictos.

La imagen que eligió para cerrar su intervención fue la del equipo nacional sudafricano de rugby, los Springboks, convertido en un símbolo de integración tras haber representado durante años la supremacía blanca. Para Arsuaga, ese ejemplo sirve como recordatorio de que conocer nuestra naturaleza no implica rendirse a ella. Al contrario, permite diseñar sociedades que limiten nuestros impulsos más destructivos.

“Este es el ejemplo que nos tiene que servir e iluminar para creer que sí, que es posible”, concluyó. La ciencia, en este caso, no ofrece consuelo ni recetas simples, pero sí una advertencia clara: ignorar nuestra historia evolutiva nos deja sin herramientas para entender el presente. Conocerla, en cambio, abre la posibilidad de imaginar futuros distintos.

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