Durante años, la explicación más repetida sobre el llamado “colapso maya” apuntaba a una gran sequía. Pero un equipo internacional de investigadores acaba de publicar un estudio en PNAS que obliga a replantear esa idea. No niega el papel de la sequía, pero demuestra que la realidad fue más amplia: clima, conflictos y una sorprendente capacidad agrícola se combinaron para impulsar primero el crecimiento de las ciudades y, más tarde, su abandono.
Esta nueva evidencia muestra que las ciudades mayas surgieron y desaparecieron por una mezcla de factores que actuaron juntos. El hallazgo no solo reescribe un capítulo clave de la arqueología mesoamericana, también ofrece claves para entender por qué las ciudades de cualquier época atraen población… y por qué pueden dejar de hacerlo.
¿Por qué un agricultor elegiría vivir en una ciudad?
Aunque hoy la mayoría de la población mundial vive en ciudades, durante casi toda la historia humana lo normal fue lo contrario: vivir dispersos, cerca de los cultivos y lejos de las aglomeraciones. En el mundo maya del periodo Clásico (250–1000 d.C.), la mayor parte de la gente era campesina y dependía de sus milpas. Para ellos, la vida urbana implicaba costes claros, como mayor exposición a enfermedades, desigualdad creciente y competencia por la tierra. Aun así, cientos de miles de personas eligieron mudarse a ciudades como Tikal o Calakmul. El estudio busca explicar por qué.
Los investigadores recurren a modelos de ecología de poblaciones, una herramienta que analiza cómo se distribuyen los seres vivos según recursos, competencia y beneficios de vivir juntos o separados. Aplicado a los humanos, este enfoque ayuda a entender si la población se dispersa o se concentra en función de lo que ofrece el entorno.
El estudio muestra que tres fuerzas podían hacer que vivir en una ciudad resultara más atractivo que seguir en una aldea aislada, incluso para campesinos que dependían totalmente de su tierra.
La primera de esas fuerzas fue el clima. Las sequías no afectaban por igual a todo el territorio maya: las zonas marginales perdían productividad con rapidez, mientras que ciertos lugares —donde se asentaron muchas ciudades— conservaban mejores condiciones agrícolas. Cuando una región se volvía demasiado seca para sostener cosechas, los agricultores tenían incentivos reales para desplazarse a zonas más estables, aunque eso significara vivir en comunidades más grandes y jerárquicas.

El clima como motor de urbanización… y no solo un verdugo
El análisis del registro climático procedente de una estalagmita en la cueva de Yok Balum confirma variaciones importantes en humedad y aridez durante el periodo Clásico. Estas fluctuaciones tuvieron un papel central en la historia urbana maya. Las sequías impulsaron el crecimiento de muchas ciudades, porque obligaban a la población rural de zonas vulnerables a buscar mejores suelos y agua más fiable. Esa movilidad aumentó la densidad en los centros urbanos.
Además, las sequías influyeron indirectamente al provocar tensiones por el control de tierras fértiles. Las regiones que soportaban mejor los periodos secos se convertían en objetivos estratégicos, alimentando rivalidades entre ciudades-Estado.
El estudio muestra que los años más secos coinciden con un aumento notable en los registros de guerras en monumentos y estelas. Clima y conflicto se reforzaban mutuamente, empujando a más gente a concentrarse en lugares que ofrecían protección y recursos.
Lo llamativo es que este vínculo entre clima y urbanización no fue lineal. En épocas de bonanza hídrica, la necesidad de concentrarse disminuía y la vida rural se volvía más viable y atractiva. Esto ayuda a entender por qué la urbanización maya tuvo ciclos de expansión y retroceso, y por qué el colapso no se produjo durante la peor sequía, sino cuando el clima empezó a mejorar.

La guerra como fuerza que acercaba a la gente a las ciudades
El estudio también revela que el conflicto fue un motor decisivo de la urbanización maya. A medida que las rivalidades entre ciudades se intensificaban, vivir en asentamientos pequeños se volvía más arriesgado. La guerra hacía más costosa la vida rural, porque obligaba a dedicar tiempo a vigilar, huir o proteger los cultivos, reduciendo la capacidad de producir alimentos y aumentando la inseguridad.
En ese escenario, las ciudades ofrecían algo que una aldea no podía: protección organizada. Los centros urbanos contaban con murallas, alianzas políticas y ejércitos controlados por élites capaces de coordinar la defensa. Las estelas registran un incremento de conflictos a lo largo del Clásico, coincidiendo con el máximo crecimiento urbano del siglo VII. La población encontraba en la ciudad un refugio frente a los riesgos crecientes del entorno.
El estudio incluso plantea que ciertas élites mayas pudieron beneficiarse de esta situación. El conflicto constante reforzaba su poder y su capacidad para atraer o controlar población, ya que abandonar la ciudad en un momento de guerra podía implicar un riesgo mayor.
La interacción entre guerra, desigualdad y urbanización fue más profunda de lo que se pensaba, creando un círculo que mantuvo el crecimiento urbano durante generaciones.
El papel decisivo de la infraestructura agrícola
Si el clima empujaba a la gente hacia las ciudades y la guerra hacía más segura la vida urbana, la tercera fuerza explicaba por qué esas ciudades podían crecer sin colapsar de inmediato: la infraestructura agrícola. El estudio recopila más de un centenar de fechados de obras como terrazas, canales, campos elevados y sistemas de almacenamiento de agua. Estas obras funcionaban con economías de escala, es decir, cuanto más grandes eran, mayor rendimiento obtenía la población.
Estas construcciones requerían una gran inversión inicial, pero una vez terminadas podían sostener a más personas con menos esfuerzo por agricultor. Eso hacía que vivir cerca de ellas resultara más eficiente que cultivar parcelas aisladas.
En los modelos estadísticos del estudio, la relación entre población y obras agrícolas es superlineal: a mayor población, proporcionalmente más infraestructura. Esto significa que la ciudad no era solo un centro político, sino una máquina agrícola que mejoraba su rendimiento cuanto más crecía.
Esa dinámica tenía consecuencias sociales. Los primeros grupos en instalarse cerca de estas infraestructuras tenían ventajas claras y podían controlar el acceso a tierras productivas. Con el tiempo, esto contribuyó a reforzar la desigualdad y los sistemas de patronazgo, donde las élites gestionaban recursos y la población aceptaba esa jerarquía porque obtenía más beneficios que viviendo en zonas dispersas.

Por qué las ciudades mayas se vaciaron cuando todo mejoraba
El colapso de muchas ciudades mayas ocurrió entre los años 750 y 900 d.C. Lo sorprendente es que, según los datos del estudio, ese abandono masivo no se dio en el peor momento climático, sino cuando las condiciones empezaban a mejorar. El clima volvió a favorecer a las zonas rurales, donde la agricultura de secano recuperó productividad y volvió a ser sostenible para miles de familias.
A esto se sumó una reducción en los conflictos a gran escala. Con menos guerras, la protección que ofrecían las ciudades dejó de ser una ventaja decisiva. Al mismo tiempo, siglos de uso intensivo habían degradado los alrededores urbanos: pérdida de bosques, erosión de suelos y disminución de la fertilidad natural. La infraestructura agrícola dejó de crecer y los beneficios de escala empezaron a erosionarse, reduciendo el atractivo de permanecer dentro del sistema urbano.
Cuando el equilibrio entre ventajas y costes cambió, la población eligió irse. En algunos casos, las élites no pudieron ofrecer suficientes concesiones para retener a la gente. En otros, la tensión interna aumentó. Finalmente, muchas ciudades perdieron población rápidamente mientras otras se transformaron en centros más pequeños y menos jerárquicos durante el Posclásico. La historia urbana maya no fue un colapso súbito, sino una reorganización impulsada por cambios ambientales, sociales y económicos, que el nuevo estudio permite comprender con una claridad inédita.
Referencias
- McCool, W. C., Codding, B. F., Degnan, B., Ebert, C. E., Johnson, E. S., Vernon, K. B., ... & Kennett, D. J. (2025). Modeling the rise and demise of Classic Maya cities: Climate, conflict, and economies of scale. Proceedings of the National Academy of Sciences, 122(42), e2512325122. doi: https://doi.org/10.1073/pnas.2512325122